22 noviembre, 2017
A Melina le debemos memoria
Por Mariela Di Francesco. El martes 21 en los Tribunales de San Martín y a tres años de su femicidio, comenzó el juicio por Melina Romero. Un caso que conmocionó al país y se volvió paradigma de la violencia mediática y simbólica que estigmatiza a las mujeres que sufren violencia.

Por Mariela Di Francesco. El martes 21 en los Tribunales de San Martín y a tres años de su femicidio, comenzó el juicio por el caso de Melina Romero. Se llevará a cabo sin fiscalía, con un juzgado popular de 12 miembros y con un único imputado: Joel Fernández (“Chavito”).
Melina tenía 17 años y vivía en el barrio de Ciudad Jardín, partido de Tres de febrero. El 24 de agosto de 2014 había ido a festejar su cumpleaños en el boliche Chankanab de San Martín. Luego de un mes de búsqueda su cuerpo fue encontrado cerca del arroyo Morón, a la altura de la localidad de José León Suárez. En aquel entonces, a partir de la declaración de una testigo que había estado con ella ese fin de semana, se conoció todo acerca de los presuntos asesinos y del lugar donde habrían golpeado, violado y quitado la vida a la joven.
Originalmente los imputados fueron César Sánchez (“el Pai”), Elías Fernández (“el Narigón”) y Joel Fernández. Pero en febrero de este año, cuando ya estaba elevada a juicio oral, la causa fue llevada a foja cero por decisión de la fiscal María Fernanda Billone, quien planteó que las pruebas disponibles no eran suficientes. Entonces dos de los acusados fueron sobreseídos y el abogado de la familia, Marcelo Biondi, decidió sostener la acusación sobre Joel Fernández por “homicidio agravado por ser cometido con el concurso premeditado de dos o más personas y por la condición de mujer de la víctima, en concurso real con abuso sexual agravado por ser cometido mediante acceso carnal seguido de muerte y privación ilegal de la libertad coactiva”.
Tres años de poca investigación y mucha manipulación
“Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria” fue una de las notas de Clarín mientras no se sabía nada de Melina. En ese texto sin firma se condensó impunemente y sin ningún respeto toda una serie de descripciones sobre la vida de la joven que la volvían a violentar una y otra vez. Esa fue la máxima expresión de violencia mediática en esos momentos.
Por ello es imposible dejar de recordar y revisar la manipulación del caso y el maltrato extremo con el que se manejaron los medios en general desde el día que Melina desapareció. Las repetitivas reproducciones de sus fotografías aludiendo a cómo le gustaba vestirse y qué hacía, de aquel video de la salida del boliche donde se insinuaba su culpabilidad por haber salido a bailar, por estar hablando con otras personas. “Así se besaba con uno de los detenidos”, titulaba C5N esas imágenes, como si la víctima debiera saber de antemano y responsabilizarse por lo que le sucedería.
¿Qué relación podían tener todas estas frases y descripciones con lo que le sucedió a Melina? ¿Qué relación tuvieron de hecho, hoy que hace tres años su familia, su madre, siguen buscando justicia contra todos los atropellos y la estigmatización constante de una sociedad que culpa a las jóvenes, a las mujeres, por ser mujeres? Absolutamente ninguna. En cambio y para colmo, con lo que sí tenía que ver la vida de Melina, lo que hacía y le gustaba, es con lo mismo que tiene que ver la vida de millones de jóvenes y de quienes alguna vez fuimos adolescentes.
Tristemente, de este modo el caso se llevó más bien a partir de lo que la prensa fue instalando (una fachada llena de incoherencias y prejuicios sin sustento) y no desde una investigación exhaustiva y concreta. Es por esto que, en gran parte, hoy sólo un jurado popular juzgará los hechos y hay un único imputado, cuando es evidente que a Melina la asesinó un grupo de varones por negarse a tener sexo con ellos.
La vida de Melina tenía que ver con la vida
Melina era una adolescente de un barrio, atravesada por unos cuantos problemas y unas cuantas incertidumbres, propias de una sociedad que prohíbe y condena el placer y la diversión de las mujeres jóvenes (sobre todo de menores recursos), y también les niega el futuro. Su vida fue arrebatada por un grupo de varones que se creyeron con derecho a usarla y descartarla, sin ninguna cuota de humanidad. Fue vulnerada una y mil veces por los medios de comunicación defensores, reproductores y cómplices del machismo en todas sus formas.
Esas vidas, que les toca vivir a tantas adolescentes y que pasan desapercibidas, olvidadas, sólo pasan a ser una escena principal cuando se trata de culpabilizarlas por lo que les pase.
Por esa vida, hoy que las desigualdades de géneros persisten y buscan fortalecerse, es necesario que se haga justicia. Por lo que le hicieron aquel fin de semana de 2014 y también por todo lo que le hicieron los medios, la Justicia, el Estado que en lugar de garantizar protección y derechos, abandona y castiga a las víctimas. Pero por sobre todo, porque a Melina le debemos el respeto de no olvidarla jamás ni a ella ni a quienes la (y nos) humillaron. Tan sólo por querer vivir plenamente (a pesar todas las dificultades que la rodeaban), tal como lo merecía, tal como lo merecen todas las jóvenes.
@maridifran
Foto: Rebeca Porro Gerbiño
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