8 noviembre, 2017
Revolucionarias todoterreno
Por María Paula García. Son muchos los debates y las jornadas dedicadas a la Revolución Rusa en ocasión de su centenario. Pero pocas las reflexiones que abordan integralmente el rol que tuvieron las mujeres. Un recorrido por los aportes de estas activistas movilizadas, políticas, teóricas de peso y también bravas combatientes que marcaron la historia.

Por María Paula García*. Hace 100 años, y luego de un largo proceso, el pueblo ruso era protagonista de una revolución que cambiaría la historia del siglo XX. Por primera vez, y en un país considerado como el más débil y atrasado de Europa, las clases oprimidas y explotadas se levantaban contra la miseria, la guerra y la dominación zarista, derrumbaban el poder, lo tomaban en sus manos e iniciaban la incierta e inédita senda de la construcción de una nueva sociedad comunista.
Son muchos los debates y las jornadas dedicadas a la Revolución Rusa en ocasión de su centenario. Pero pocas las reflexiones que abordan integralmente el rol que tuvieron las mujeres, ya sea por la interpretación patriarcal de la historia como porque a quienes han escrito sobre la revolución les han parecido más importantes otras cuestiones.
Es por ello que, en el mejor de los casos, a las mujeres rusas se les confiere el mérito de haber sido el detonante de las movilizaciones que terminaron con el zarismo. Y, efectivamente, el protagonismo de las trabajadoras rusas fue clave, pero fueron mucho más que ello: querían paz y pan, exigían la solución inmediata a sus problemas y, rompiendo su propia opresión, fueron clave también en el laboratorio en el cual se comenzaba a ensayar la nueva sociedad.
Romper las pesadas cadenas
Las mujeres de los sectores populares estuvieron, ciertamente, presentes en las movilizaciones que aceleraron todo. Y no era una novedad. También en la Revolución Francesa de 1848 o en la Comuna de París de 1871 hubo mujeres en primera fila en las revueltas contra el hambre y exigiendo su participación en la lucha revolucionaria.
Con sus acciones las mujeres rusas decidieron enfrentar mucho más que una cuestión coyuntural: empezaban a romper siglos de extrema pobreza y de subordinación total.
Largos años de opresión, humillación, autoritarismo y sufrimiento que vivían puertas adentro y en la vida pública. Cuestiones que en las grandes mayorías campesinas no urbanas eran mucho más duras.
La ley zarista sobre la familia declaraba que toda mujer tenía el deber de obedecer a su marido. En las familias campesinas el padre de la novia acostumbraba a regalar al novio un látigo nuevo para que ejerciese su autoridad si así lo deseaba. Se colgaba sobre la cama matrimonial, ilustración elocuente de cómo las jóvenes pasaban del control de sus padres al de sus maridos. En las provincias orientales iban cubiertas por un velo y seguía existiendo la poligamia. Y en la mayor parte del país no tenían la posibilidad de escoger a sus maridos. Eran ganado, un par de manos para trabajar y servidoras sexuales. En las fábricas de las grandes ciudades ganaban mucho menos que los varones y eran despedidas apenas se las descubría embarazadas.
La Primera Guerra Mundial había agravado todo aún más y el 23 de febrero muchas dijeron basta. El Día Internacional de la Mujer decidieron ir a la huelga en una manifestación pacífica, en contra de la opinión de todos los grupos políticos organizados, incluso los bolcheviques, que suponían que la policía y el ejército saldrían a la calle y se derramaría sangre inútilmente. Pero nada las hizo retroceder. Y enviaron delegadas a las fábricas de donde acudieron de a miles, y a ellas se unieron las amas de casa de las clases medias y obreras afectadas también por la escasez de alimentos y por el alza de los precios. El ejército acudió pero no disparó. Alentados por el éxito, al día siguiente se manifestaron grandes masas de trabajadores.
La revolución obrera en clave feminista
Si de grandes protagonistas se trata no podemos no detenernos en la figura de Alexandra Kollontai, socialista, feminista y pionera extraordinaria. Primera mujer integrante del Comité Central del Partido Bolchevique y primera en la historia en dirigir un ministerio.
Su trabajo se centró en el impulso de reformas y derechos de avanzada en lo que respecta a las mujeres y a las relaciones entre los géneros. Y si bien es justo decir que ninguna de las más avanzadas medidas pueden explicarse de manera aislada, también es necesario afirmar que ninguna de ellas puede entenderse sin el peso político e institucional de Kollontai.
Su obra se enmarca en una amplia historia de pensadoras socialistas que, desde finales del siglo XIX, debatieron el papel de la mujer y la familia, tratando de vertebrar marxismo y feminismo. Entre ellas Clara Zetkin, con quien Kollontai tuvo una estrecha relación. Sin embargo las políticas que impulsó fueron pioneras y de avanzada. A los pocos meses de la toma del poder, presentó un modelo de divorcio basado en el mutuo acuerdo de las partes y simplemente yendo a registrarlo oficialmente.
Además suprimió el matrimonio religioso, simplificó los trámites para casarse y en 1918 se suprimió la patria potestad del esposo sobre la mujer, no pudiendo ya imponerle su apellido, su nacionalidad ni el domicilio. Otra medida revolucionaria fue el decreto de patria potestad compartida y, sin duda, la más avanzada fue el derecho al aborto (1920).
Como marxista estaba convencida de que ningún cambio radical sería posible sin transformaciones materiales estructurales; y como buena exponente del bolchevismo defendía fuertemente que la revolución debía liberar a las mujeres de sus pesadas cadenas. Pero consideraba el desafío mucho más complejo y rico, incorporando elementos y problemáticas nuevas que tanto el marxismo tradicional como los bolcheviques no tuvieron en cuenta o, como mínimo, subestimaron.
Como afirma la feminista española Ana de Miguel Álvarez, Kollontai no se limitó simplemente a incluir a las mujeres en la revolución: desarrolló qué tipo de revolución necesitaban las mujeres y qué cambios implicaba todo ello tanto para la sociedad en su conjunto como para los varones.
Para ella, la abolición de la propiedad privada, la socialización de los cuidados y de las tareas domésticas, y la incorporación al mercado laboral eran condiciones necesarias, pero no suficientes: la revolución que liberaría a las mujeres debía ser también una revolución psicológica profunda, revolución de las relaciones entre los sexos, de las costumbres y de la vida cotidiana. Categórica, afirmó una y otra vez, también ante la resistencia que provocaban sus aseveraciones entre sus propios compañeros, que prorrogar estas cuestiones en nombre de lo urgente no haría más que, en definitiva, prorrogar la revolución.
Increíblemente, no sólo innovó al interior del marxismo: se adelantó a los debates del feminismo radical de los ’60.
A ella le debemos dos enormes planteos para pensar la revolución y el cambio social en clave feminista. Primero, el haber recreado la idea marxista de que para construir un mundo mejor, además de cambiar la economía, tenía que surgir el hombre nuevo. De esta manera planteó la necesidad de una mujer nueva que, además de ser independiente económicamente, debía serlo también psicológica y sentimentalmente. Y en segundo lugar, la consideración del amor como un factor psicológico y social, contrariamente a la burguesía que siempre lo consideró un asunto privado y permeado por la idea de la propiedad, por lo tanto al servicio de sus intereses de clase.
Revolucionarias en todos los planos
La revolución no sólo abrió un nuevo horizonte para las mujeres: ellas fueron revolución. Mucho más que catalizadoras de procesos políticos posteriores. Fueron activistas movilizadas, políticas y teóricas de peso y también bravas combatientes. Nos resta mucho por saber de ellas y por aprender de sus elaboraciones. Combatieron la opresión y la explotación y también enfrentaron resistencias al interior de sus propios movimientos. Fueron revolucionarias todoterreno.
Si en la actualidad no es fácil sostener praxis feministas al interior de las organizaciones populares, tampoco lo era hace un siglo atrás. Kollontai tuvo muchos enfrentamientos con compañeros varones que negaban la necesidad de una lucha específica de las mujeres. Como anécdota, en el local donde se iba a celebrar la primera asamblea de mujeres que Kollontai convocó, apareció el siguiente cartel: “La asamblea sólo para mujeres se suspende, mañana asamblea sólo para hombres”.
Aunque quizá el ejemplo más cabal de lo que provocaba la política feminista entre los dirigentes más importantes esté resumido en esta breve carta que Lenin envía a Clara Zetkin: “Clara, aún no he acabado de enumerar la lista de vuestras fallas. Me han dicho que en las veladas de lecturas y discusión con las obreras se examinan preferentemente los problemas sexuales y del matrimonio. Como si éste fuera el objetivo de la atención principal en la educación política y en el trabajo educativo. No pude dar crédito a esto cuando llegó a mis oídos. El primer Estado de la dictadura proletaria lucha contra los contrarrevolucionarios de todo el mundo… ¡Y mientras tanto comunistas activas examinan los problemas sexuales y la cuestión de las formas de matrimonio en el presente, en el pasado y en el porvenir!”.
@MariaPaula_71
*Co-Editora de «El amor y la mujer nueva, textos escogidos de Alexandra Kollontai» (Ediciones Mala Junta, 2017).
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