Asia

23 octubre, 2017

Crónicas norcoreanas (I): la vida del otro lado del muro mediático

Por Nicolas Cordeiro, desde Pyongyang. Faltaban seis minutos para dejar atrás Corea del Norte cuando el sargento norcoreano realizó la última de los inspecciones de equipaje. Su vista se clava en algo que encontró, sus ojos se abren grandes y mi sangre se ralentiza: ¿qué podía ser? ¿Qué pase por alto?

Por Nicolas Cordeiro, desde Pyongyang. ¿Qué te hiela la sangre? ¿Te lo preguntaste alguna vez? Faltaban seis minutos para dejar atrás Corea del Norte. Sí, creeme que si empiezo por el final, que si doy vuelta la historia y que si desafío a la lógica de manera arrogante y altanera todo va a tener sentido en el norte de esta península, donde «nuestro sentido», occidental, moderno, cristiano y liberal no tiene nada que contar. Volviendo, en seis minutos, indicaba la hora estimada, estaría del otro lado de la frontera, nuevamente en China y, por esas cosas del azar, durante seis segundos también, la sangre que fluye por mis venas detuvo su recorrido al igual que el tren.

Un último chequeo de equipajes, anunciaron. Hasta ahí todo tranquilo. Ya había sucedido cuando entre al país y cuando abordamos el día anterior. El sargento del ejército norcoreano entra a mi cubículo y rastrea algunos rincones, siempre acompañado de otros dos oficiales. Abre mi mochila grande y no encuentra más que ropa y libros. Decide abrir mi equipaje de mano -una muy pequeña mochilita que siempre llevo- busca, se detiene.

En el primer segundo de los seis, su vista se clava en algo que encontró, sus ojos se abren grandes y mi sangre se ralentiza: ¿qué podía ser? ¿Qué pase por alto?

El segundo numero dos fue letal: alza su mirada, imperdonable, fija y la clava en mis ojos. La sangre ya no corría, silencio total, había encontrado algo… algo tremendo. En el tercer segundo alza su mano y con un dedo hace la seña de «vení». Yo ya estaba muerto. Pensaba en cuántos años de prisión vendrían. Me preguntaba si sería cadena perpetua o pena de muerte.

En el segundo número cuatro todas las cabezas giraron para ver que extraía de la mochilita. El resto de los oficiales y mis acompañantes mirando fijo. Yo estaba de pie pero inmóvil, helado, blanco y a punto de arrancarme el corazón cuando el oficial deslizó su mano lentamente sacando, mostrando lo que encontró: ahí estaba, mientras todos murmuraron a coro «oohhh» y yo para adentro pensaba de nuevo «¿Qué? ¡¿Qué es?!”

Era un diario, un periódico. «¿Qué tiene?», pensé, «si yo pregunte si podía llevármelo y claramente dijeron que sí». Temblaba y no decía nada, la tensión era total, había cometido un delito gravísimo que me condenaba y no podía entender cuál. Me miraban con lástima los pasajeros y con sed de diciplinamiento los oficiales.

El quinto segundo fue de silencio total. No se podía respirar, todos esperaban que me diera cuenta que esta alta traición no podía ser perdonada y yo ya no quería seguir viviendo sin entender qué pasaba.

En el segundo número seis nos miramos a los ojos con el sargento, cara de pánico vs cara de piedra. Entonces dijo en un inglés tan básico como conciso: «I…teach… you» (“yo te enseño”) y comenzó a aplanar la tapa del diario con su mano. Lo entendí todo. ¿Cómo pude? Tan clara fue la explicación y tan sencilla la regla que la olvide: había doblado la imagen del líder en la tapa por la mitad, cercenando así su imagen y su honor en ese ejemplar para la posteridad. Pero mi sangre corría de nuevo mientras el sargento me mostraba los dobleces correctos para esquivarle a la imagen del líder. Vivo, respiro, me toco el pecho. Guardan el diario en mi mochila, se van y el tren arranca de vuelta, en sincronía con mis latidos.

***

Todo en la República Democrática Popular de Corea es seguir sin falta una cantidad de reglas. No de las nuestras como pagar impuestos, alquileres o no olvidarse de cargar la SUBE, porque los impuestos y los alquileres no existen, y porque los trenes y subtes cuestan siete centavos. Pero tampoco debe olvidarse uno de referirse apropiadamente a Kim Il-sung [primer presidente de Corea del Norte] como el «gran líder» o a Kim Jong-il [hijo del primero y sucesor en el cargo] como «el gran general», a quienes en mis primeras horas en el país tuve la suerte de mostrarle mis respetos a través de sus inmortalizadas urnas de cristal, en el mausoleo de los líderes donde descansan, un edificio gigante en donde hace ocho grados constantemente y que otrora solía ser la casa de gobierno.

La gente sale a trabajar en Pyongyang, la capital, haciendo uso de las dos líneas de subte con más de 20 estaciones -a pesar de lo que se diga en occidente, funcionan todas-. Lo hacen de lunes a sábado, tienen un solo franco, aunque el sábado es opcional, si trabajan lo hacen voluntariamente por la patria. Todos trabajan los sábados.

nico-coreanortePude tener la experiencia de conversar y comprobar cómo se articula la relación entre salario y consumo en un país donde intentan explicarte que el salario no es importante. Claro, el acceso a la vivienda es totalmente gratuito, al igual que la salud o la educación desde jardín de infantes hasta el último grado de un doctorado. Pero lo es también el acceso a espectáculos deportivos, teatros y cines, hasta una ración de comida es provista por el Estado para cada familia. Por lo tanto el salario promedio que oscila alrededor de los 200 euros solo es empleado en bienes de ínfima necesidad que pueden adquirirse en cualquier supermercado o tienda de la capital, donde hay marcas internacionales pero abundan los productos de fabricación nacional.

La vía pública luce impecable tanto en la ciudad como en los pueblitos. Aquí es donde subyace otra de las reglas más destacables: cada consorcio o grupo de habitantes de una cuadra esta encargado de la limpieza y mantenimiento de los jardines, veredas o espacios públicos en los que conviven. En sus ratos libres toman turnos para cuidar y limpiar el barrio.

Atrás quedaron las épocas donde los cortes de luz eran más frecuentes por la escasez de energía o los increíbles intentos de racionalización de la agricultura para frenan la hambruna de los ‘90. Entre los transeúntes se puede observar un alto promedio de gente usando celulares y buena ropa. El crecimiento económico de los últimos 12 años, si bien se manifiesta en algunos cambios, no modificó las tradiciones y la cultura que parecen estar congeladas desde la época feudal.

Los coreanos del Norte enfrentan la cotidianeidad sin preocupaciones por la guerra, pendientes siempre de lo que sucede en el sur y de lo que el mundo piense de ellos. La disciplina y el orden parecen inquebrantables, pero también la tranquilidad con la que viven, casi sin derechos individuales como los que conocemos en Occidente (no pueden viajar al exterior por vacaciones pero si por negocios) pero con muchísimos mas derechos sociales garantizados. El reino del terror y el control social que los medios occidentales dibujan en sus informes no se siente de «lunes a viernes» en su vida.

Mientras tanto lo que la humanidad desconoce es el profundo anhelo que sienten cuando piensan en una Corea sola, reunificada, independiente y soberana, que pueda reparar el daño que la intervención norteamericana y la guerra causó ya hace mas de 50 años a familias y generaciones en un episodio de esta parte de la humanidad que parece no cerrarse nunca.

@nicopildora

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