17 octubre, 2017
Respuesta a La Nación: imaginar un mundo sin agroquímicos
Por Pamela Díaz y Daniela Dubois. La Nación tituló una editorial del domingo 8 de octubre con una pregunta: “¿Un mundo sin agroquímicos?” en la que justifica su uso planteando que «sin estos productos habría mucho más hambre del que hoy existe”. Algunos diarios parecen desconocer que un mundo sin agroquímicos sería un mundo con menos cáncer.

Por Pamela Díaz y Daniela Dubois, desde San Andrés de Giles. La Nación tituló una editorial del domingo 8 de octubre con una pregunta: “¿Un mundo sin agroquímicos?”. Desde el principio de la nota se auto-respondió: “Algunas denuncias sobre fumigaciones parecen desconocer que sin estos productos habría mucho más hambre del que hoy existe”. Algunos diarios parecen desconocer que un mundo sin agroquímicos sería un mundo con menos cáncer.
Estos medios forman parte del modelo de agronegocio -principal promotor de los agrotóxicos-, a quienes identifican con el campo y con la producción de alimentos. Los intereses de la agricultura familiar, en cambio, no tienen lugar. Parecen desconocer que, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), en América Latina y el Caribe el 80% de los alimentos son producidos por la agricultura familiar. Además, la FAO afirma que «los agricultores familiares de todo el mundo son los elementos claves para la producción de alimentos de manera agroecológica».
En lugar de preocuparse por la vida de la población, el medio plantea: “Altos magistrados de la Nación se quejan con no poca razón, desde hace tiempo, de la creciente litigiosidad en la Argentina. La Corte Suprema de Justicia lo testimonia como nadie: mientras aquí llegan a su conocimiento miles de causas, en los Estados Unidos en la instancia equivalente se consideran unos cien casos por año. (…) Novedoso y muy inquietante es el tema de la judicialización de conflictos por fumigaciones en el ámbito rural”.
Nos acusa de litigiosos porque exigimos los derechos que nos amparan, como el Derecho a un Ambiente Sano que nos corresponde. Si lo que afirma La Nación es verdad, los altos magistrados -a los cuales les pagamos como ciudadanos- no deberían “quejarse” de tener que cumplir sus funciones. Enhorabuena que la conciencia nacional ponga en agenda mediática y pública el control de agrotóxicos en resguardo de la salud. No puede haber “orden normal entre privados” habiendo desigualdad estructural entre los pocos empresarios del agronegocio y las millones de personas fumigadas que enferman y/o mueren en pos de las ganancias privadas de los primeros. Precisamente, la quejosa y parsimoniosa justicia debe ponerse del lado de los más débiles e injuriados, los pueblos fumigados.
El diario después pide que se deje de denunciar fumigaciones para denunciar otros temas, como si fueran incompatibles. “Si algunas personas pusieran tanto empeño en denunciar en sus comarcas el narcotráfico o la corrupción administrativa o policial, habría bases más sólidas para la esperanza de que el país deje de estar, como se halla desde tiempo inmemorial, al margen de la ley”, señaló. ¿Acaso La Nación tiene información que puede ser útil para denunciar en nuestras “comarcas” la corrupción policial?
La Nación también afirma que “cuando la educación pública flaquea, como ocurre a raíz del dramático retroceso habido en las últimas décadas en nuestras aulas y en los hogares hostiles al maestro riguroso en la enseñanza, cunde la mistificación, otorgándose valor extraordinario y de generalidad a hechos aislados, que deben examinarse según sus propias circunstancias. Así se ha colocado en la picota, cada vez con mayor gravedad, a los agroquímicos sin los cuales un mundo con hambre estaría mucho más hambriento de lo que se encuentra ahora”.
Pobres agroquímicos, llevados a la picota. ¿Acaso prefieren exhibir en la picota a los niños con malformaciones congénitas que conocimos con el documental de Pablo Piovano “El Costo Humano de los Agrotóxicos”? Según el diario, la solución es que aceptemos el destino de ser pueblos fumigados y malcomidos. No se puede hablar de hechos aislados cuando todos y todas tenemos agrotóxicos en sangre. Fumigar envenena nuestros alimentos, enferma y mata. Hay una alternativa: la agroecología.
Ocultando y distorsionando la información sobre el tema, La Nación dice -sobre el modelo de agronegocio- que “las prácticas agronómicas autorizadas en gran parte del mundo no pueden producir aquí perjuicios que no se advierten fuera de nuestras fronteras. Otro tanto ocurre con los alimentos transgénicos, objeto de campañas mundiales de descrédito aun cuando hayan estado presentes en trillones de comidas sin que se verifiquen peligros por ingesta”. También se permite opinar que una restricción de 1000 metros para fumigar dentro de cascos urbanos es “una exageración”.
Para terminar, el diario conservador agrega que “lo peor de todo sería que una nueva mistificación prosperara sin contención alguna de los criterios lógicos, la certeza científica y la experiencia comparada en países de los cuales no podría decirse que funcionan con sistemas de valores sociales menos exigentes que el nuestro”.
Aunque el editor de La Nación no lo vea, la evidencia científica es clara, y nos duele en la realidad más que en los papeles. Las madres del barrio Ituzaingó fueron pioneras en dar muestras de la relación entre la enfermedad y los agroquímicos. “De cinco mil habitantes, se detectaron casi 200 personas con cáncer y cerca de 100 ya murieron por esa enfermedad”, informa la Red Agroforestal Chaco Argentina. “En los pueblos fumigados encontramos tres veces más cáncer que en el resto del país”, dice el doctor Medardo Ávila Vázquez, docente y especialista en Determinantes Sociales de la Salud de la Universidad de Córdoba.
La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), perteneciente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), clasificó al Glifosato dentro del grupo 2A “Probablemente Cancerígeno”. Arrojando en un mapa los datos de un relevamiento de salud, la Red de Médicos de Pueblos Fumigados comprobó que la tasa de casos de cáncer aumenta en zonas cercanas a silos y depósitos de agrotóxicos. “A partir del reconocimiento de las tres derivas que hemos desarrollado, la definición de una distancia mínima de las pulverizaciones a los centros poblados debe llevarnos a considerar distancias superiores a los 4800 metros, que es la distancia máxima que puede recorrer la gota más pequeña de una aplicación (…), en condiciones climáticas óptimas”, informaba el ingeniero químico Marcos Tomasoni, del Colectivo Paren de Fumigar Córdoba, en 2013.
Exagerado es el incremento en 858% del uso nacional de agrotóxicos en los últimos 22 años. Exagerado es el aumento en la tasa de cáncer que sufren actualmente los pueblos fumigados. Exagerada es la cantidad de malformaciones congénitas en animales y que se registran también en bebés nacidos en los hospitales de todas las ciudades fumigadas.
Lógico es que la investigación que se realice sobre los productos agrotóxicos sea llevada adelante por universidades públicas y no por centros de investigación que tienen relaciones con las empresas productoras de los mismos. Lógico es que los docentes defiendan la salud de los niños, como lo indica la Ley General de Educación. Y no que se mantengan silenciados frente a los venenos que provocan cáncer, abortos espontáneos y muchas otras enfermedades.
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