Cultura

9 octubre, 2017

Una noche de blues: Saron Crenshaw en Manhattan

El otoño parecía no haber comenzado en Nueva York y el viernes 6 de octubre por la noche la temperatura alcanzó los 25 grados. Las calles de Greenwich Village -el histórico barrio cultural y bohemio de la ciudad- estaban pobladas de gente que visitaba los disintos bares de la zona. En uno de ellos, el Terra Blues, un poco conocido pero virtuoso guitarrista, Saron Crenshaw, preparaba su show.

El otoño parecía no haber comenzado en Nueva York y el viernes 6 de octubre por la noche la temperatura alcanzó los 25 grados. Las calles de Greenwich Village -el histórico barrio cultural y bohemio de la ciudad- estaban pobladas de gente que visitaba los disintos bares de la zona. En uno de ellos, el Terra Blues, un poco conocido pero virtuoso guitarrista, Saron Crenshaw, preparaba su show.

Ubicado en el número 149 de Bleecker Street, a un par de cuadras de Washington Square, la escalera de ingreso al bar con su toldo que señalaba el nombre del lugar daba paso a un único salón no muy grande pero perfectamente ambientado. Casi a oscuras, con velas en todas las mesas, al fondo se observaba el escenario.

Antes de entrar, un afroamericano grandote cobraba las entradas a 20 dólares con parsimonia y pedía que cada cual guarde su ticket -aunque luego no tuvieran ninguna utilidad-. La mesera nos recibió y nos ubicó en nuestro lugar.

Ya en la mesa, pegada literalmente al escenario, fue momento de revisar la carta. Cervezas, tragos y una interminable cantidad de whiskys. Probablemente más de 200 bourbon, scotch, american, importados de Irlanda, Canadá y hasta Japón. Sin demasiadas vueltas prefiero ir a lo seguro y pido una Heineken (que terminaron siendo cuatro).

Todo el menú contaba con precios relativamente razonables para la isla más cara de Nueva York pero sin nada de comida más que maní «honey» o «spice».

Saron CrenshawDe pronto en el escenario apareció Saron Crenshaw, un negro corpulento pero no muy alto que llevaba puesta su característica boina. Comenzó a hacer la prueba de sonido ante el público que fue llegando sin prisa pero sin pausa. Junto a él estaba el contrabajista Cliff Schmitt y el baterista «suplente», bastante más joven, cuyo nombre no llegué a oír.

Crenshaw es un músico que recién en el último tiempo se ha empezado a hacer un poco más conocido pero cuenta con una extensa carrera que lo ha llevado a formar parte de Blues Hall of Fame of New York.

A pesar de ser un excelso guitarrista desde que aprendió a los 10 años, durante las décadas de 1970 y 1980 se ganó la vida tocando el bajo en bandas de Jazz y Rhythm and Blues (R&B) en todo el territorio de EE.UU. A lo largo de su carrera trabajó con artistas como Bobby Rush, Jessie James, Tyrone Davis y Lee Fields. Ya como solista -donde suele tocar en cuartetos o tríos- fue telonero de Robert Cray y el rey del blues, BB King.

Además del propio BB, sus influencias más notables son Albert King, Buddy Guy, Steve Ray Vaughan y Albert Collins. Él mismo define su propio estilo como «blues con un toque de soul» aunque también se pueden escuchar en sus canciones resabios de Country y R&B.

A diferencia de otras veces donde tocó con su Gibson «Lucille» firmada por BB King, esa noche eligió hacer una versión electroacústica, un formato que también le sienta muy bien.

En Terra Blues estuvo presentando su último disco Drivin’ (el primero de estudio), con varias canciones de su autoría creadas durante los últimos años como «World of Misery», «Been a long time» o «Feel like crying» que fueron mechadas con covers como el famoso «I’m Gonna Marry My Mother-In-Law» de Artie «Blues boy» White.

El título del disco surgió luego de que Crenshaw se comprara un Cadillac el cual hizo correr por las rutas durante dos o tres semanas hasta que, en sus propias palabras, «previsiblemente se rompió» y le costó «una fortuna».

Con destacables solos de guitarra pero también de contrabajo y uno increíble a cargo del desconocido baterista el show duró aproximadamente una hora y media sin contar el intervalo de 30 minutos.

Fue una velada donde unas 50 personas disfrutaron de un poco del mejor blues estadounidense, ese que no reluce en las radios de la música del momento ni está presente en los negocios de las grandes discográficas. Quizás por eso fue posible un recital casi íntimo donde el gran Saron se tomó el atrevimiento de bromear sobre la cantidad de turistas presentes que no hablaban inglés, pidió silencio en medio de un tema cuando algunos hablaban demasiado fuerte y hasta accedió a sacarse una foto con el cronista al finalizar.

Santiago Mayor, desde Nueva York – @SantiMayor

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