21 septiembre, 2017
“Las mujeres no tienen que quedarse calladas, tienen que salir a luchar”
Gladys Nieto tiene 55 años y decidió organizarse y luchar contra la violencia de género tras el femicidio de su hija en 2010. Hoy es militante de Patria Grande, trabaja en una cooperativa del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y no se pierde un solo Encuentro Nacional de Mujeres.

Gladys Nieto tiene 55 años y decidió organizarse y luchar contra la violencia de género tras el femicidio de su hija en 2010. Hoy es militante de Patria Grande, trabaja en una cooperativa del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y no se pierde un solo Encuentro Nacional de Mujeres.
Era madre de cinco hijos, pero el 5 de marzo de 2010 Gisela fue asesinada de 24 puñaladas por su marido y a Gladys le cambió la vida para siempre. Ella sólo había trabajado como empleada doméstica, pero a partir de allí decidió terminar la escuela secundaria en un bachillerato popular y entró a trabajar en una cooperativa de serigrafía. Aprendió lo que era la violencia de género y en 2013 fue a su primer Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) en San Juan, donde se dio cuenta que quería dedicar su vida a la militancia para que lo que le pasó a su hija no le suceda a ninguna mujer más.
Se toma un recreo a la hora del almuerzo en el taller de Parque Patricios, donde trabaja desde el 2015. Vestida con una remera que luce la cara de Gisela, se sienta en un banco improvisado con una lata de pintura, todavía y para siempre dolida por la pérdida de su hija, pero dispuesta a contar su historia para que la sociedad tome conciencia de la violencia que sufren las mujeres y la necesidad de ponerle un freno.
“Mi hija fue víctima de violencia de género”, empieza a relatar segura. “El individuo que la mató no entendió que ella era una persona y no su propiedad”. Cuando Gisela tenía cinco años, Gladys se separó de su marido, con el que había tenido dos hijos, por violencia; así que conocía el tema de primera mano. Sin embargo, su hija no sabía lo que estaba sufriendo: “No entendió que cuando él le decía ‘no te pongas eso’, ‘no podés ir allá’ o cuando desaparecía por varios días y volvía con chocolates diciendo que ella era la única también era violencia”. Habiendo pasado por una situación parecida y con 55 años de edad, entiende que lo que le pasa a las mujeres en esas circunstancias es que la vergüenza no las deja hablar y el miedo las inmoviliza.
La primera lucha después del femicidio de Gisela fue por justicia. Gladys se peleó con abogados, jueces y fiscales para que le dieran cadena perpetua al asesino y para que la condena fuera efectiva. Un director de la fábrica recuperada IMPA la ayudó en la causa y la puso en contacto con el bachillerato “Vientos del Pueblo”, perteneciente al movimiento político y social Patria Grande y ubicado en Alsina 2163, barrio de Balvanera; para que terminase el secundario. “El bachillerato me salvó la vida, es un lugar muy especial para mí. Ahí encontré contención y aprendí un montón de cosas, desde la militancia hasta mostrar lo que soy. Aprendí que hay mucha gente dispuesta a ayudar a cambio de nada”, relata emocionada.
Con la organización empezó a ir a diferentes marchas (24 de marzo, La Noche de los Lápices, etc.) y comenzó a sentirse militante. En el 2013 fue por primera vez al ENM que se hizo en San Juan y tenía temor. No sabía si iba a poder hablar y que era lo que se iba a encontrar, pero se animó a viajar con su hija Camila y con una bandera que llevaba estampada la cara de Gisela.
Orgullosa, cuenta: “Después de San Juan supe que nunca iba a dejar de ir a los ENM, de participar en las marchas y en los talleres. Eso es lo que yo quiero hacer. Las mujeres no tienen que quedarse calladas, tienen que salir a luchar”. El empoderamiento que logró la llevó incluso a denunciar a su propio hijo por violencia de género: “Llamé a la policía a la primer trompada que le dio a mi nuera”. Lo ayudó a entender que lo que estaba haciendo estaba mal, lo acompañó al psicólogo y finalmente pudo formar una familia con un bebé proveniente de una pareja sana.
A partir de la clase de cooperativismo, una de las materias brindadas por el bachillerato, Gladys aprendió junto a sus compañeros el arte de la serigrafía y en 2015 la relación entre Patria Grande y el MTE les dio la posibilidad de armar su propia cooperativa.
Hoy son cuatro los trabajadores que se desempeñan en el taller de Atuel 310 en Parque Patricios, organizando su propio trabajo y combinándolo con la militancia. “Mientras me dén el cuerpo y la cabeza voy a seguir militando, porque quiero creer que esto tiene que dejar de pasar. La sociedad tiene que entender que la violencia de género no es un problema doméstico, sino social”, dice convencida.
La sanción dela Ley de Identidad de Género le enseñó que se pueden conseguir cosas a través de la organización colectiva. Ahora afirma que: “La lucha y la organización son lo mejor que le puede pasar a un pueblo, porque demuestran que el poder lo tenemos nosotros, los que salimos a la calle todos los días”. Sin dejar de atravesar el dolor interminable por la muerte de su hija, hoy Gladys quiere seguir haciendo cosas que la hagan sentir viva y también tiene un sueño colectivo: “Ver más gente en la calle, unida, para terminar con las injusticias como los femicidios, la trata de personas y tantas otras cosas”.
Roi Waremkraut
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