Batalla de Ideas

12 septiembre, 2017

Leuco: la construcción del ciudadano ilustre

Por Mariano Cervini. Titulada “Nos Han Declarado La Guerra”, la editorial del periodista Alfredo Leuco presentada en su programa dominical “Los Leuco” crea la figura de un ciudadano de bien, apolítico, que reserva todo su odio de clase con el diferente en nombre de los valores históricos que defiende: patria, familia y propiedad. Por otro, señala a todo aquel que esté fuera de ese “nosotros” como un enemigo a exterminar.

Por Mariano Cervini. Titulada “Nos Han Declarado La Guerra”, la editorial del periodista Alfredo Leuco presentada en su programa dominical “Los Leuco” hace un doble juego. Por un lado crea la figura de un ciudadano de bien, apolítico, que reserva todo su odio de clase con el diferente en nombre de los valores históricos que defiende: patria, familia y propiedad. Por otro, señala a todo aquel que esté fuera de ese “nosotros” como un enemigo a exterminar.

En su ensayo Construir al Enemigo, Humberto Eco dice que tener un enemigo es importante porque no solamente define la identidad de un nosotros como colectivo social sino que también sirve para hacer valer un sistema de valores propio; por lo tanto, cuando el enemigo no existe, hay que construirlo.

El enemigo es siempre el diferente. Configurado en base al odio y la ignorancia es aquel que hace peligrar ese sistema de valores auto impuesto. Es interesante ver cómo este mecanismo opera desde los medios de comunicación. El otro, el que pone en peligro lo propio, es un enemigo al que hay que destruir. En esa destrucción no media ningún razonamiento posible. El diferente se configura detrás de un puente roto con un abismo de por medio. Tampoco alcanza con tenerlo lejos; hay que exterminarlo. Para eso, nada mejor que declararle la guerra. Pero, ¿cómo hacer para declararle la guerra a un enemigo inventado?

El politólogo Manfredo Koessl lo explica en su ensayo Violencia y Habitus. Los medios de comunicación adhieren a un discurso oficial en que “las víctimas son acusadas de haber provocado los hechos y como consecuencia, los victimarios se asustaron y actuaron en consecuencia”. Y aclara que de esta forma “se justifican desde crímenes contra el Derecho Internacional Humanitario (…) hasta masacres en movilizaciones indígenas”.

La editorial del periodista Alfredo Leuco va por ese lado. No sólo utiliza esta maniobra mencionada por Koessl, sino que la perfecciona. Como potencial victimario, invierte la relación: construye un nosotros desde el lugar de la víctima. En este movimiento, no sólo construye al enemigo, sino que delinea ese nosotros absurdo al que se ufana de pertenecer. De un lado está el ciudadano de bien, apolítico, que solo se dedica a ir del trabajo a su casa y los fines de semana a disfrutar de su familia. Un tipo embanderado detrás de la idea naíf y peligrosa de que la única bandera posible es la del país en que uno vive. Discursos similares existieron en los mayores totalitarismos de la historia.

Una vez creadas esas dos facciones, supuestamente irreconciliables, lo siguiente es proceder con el exterminio. Aquí se presenta otro interrogante: ¿cómo hacer para no quedar como un fascista en esta operación? La respuesta es sencilla: a la victimización inicial hay que potenciarla con un elemento fundamental llamado hipocresía.

Entonces, Leuco, en nombre de la moral, la democracia y las buenas costumbres señala con el dedo al enemigo a atacar cuando nadie lo ha atacado. “Nos han declarado la guerra”, dice y se contesta: “¿A quiénes? A todos nosotros. A la inmensa mayoría del pueblo argentino que quiere vivir y trabajar en paz y en democracia”. El siniestro mecanismo ya está puesto en marcha.

Se calcula que entre 250 y 300 mil personas fueron a la Plaza de Mayo a reclamar por la aparición con vida de Santiago Maldonado, al cumplirse un mes de su desaparición. La movilización estaba repleta de banderas de distintas agrupaciones y sectores sociales. Esas que tanto le molestan a Leuco, que desde su editorial pide movilizarse por una democracia sin banderas partidarias. La marcha se desarrolló pacíficamente. Cuando estaba terminando, unos encapuchados, sin identificaciones partidarias en particular y con altas sospechas de pertenecer a los servicios de inteligencia del gobierno y a la policía, comenzaron unos disturbios.

En este caso, el accionar de las fuerzas de seguridad, infiltrando gente propia en la marcha para provocar disturbios va en sintonía con la editorial de Leuco: si nadie te declara la guerra, entonces la guerra la tenemos que empezar nosotros.

La gente que no había ido a la convocatoria observaba lo que la televisión quería mostrar. Los disturbios se repitieron hasta el cansancio por los canales de noticias y los diarios del día siguiente hablaron de ellos. Quedó instalada en la agenda mediática la idea del caos que Leuco fagocita desde su editorial.

“Ellos son el odio multiplicado y fomentan el caos y el autoritarismo con el objetivo de imponer sus ideas jurásicas que solo fomentan más muertes y terror”, dice Leuco. ¿De qué muertes está hablando? El reclamo de un sector social que él condena con argumentos vaciados de significado viene a reclamar por una desaparición. ¿Por qué no menciona el origen de la marcha? ¿Por qué en toda su editorial no menciona ni una sola vez a Santiago Maldonado? Las muertes de las que habla Leuco no están en ningún lado pero sirven como excusa para seguir construyendo al enemigo. Frente a las muertes de miles de ciudadanos que en otras épocas dieron su vida por ideas reales, con preocupaciones sociales reales, Leuco contraataca con muertes genéricas que validen su discurso de odio. Pero todo, como corresponde, en nombre de la democracia.

Los diferentes para Leuco no son marginados por nadie, sino que “se automarginan del sistema”. Esto habla de la debilidad estructural de su discurso. Su realidad solo responde a la de los ciudadanos ilustres que nunca protestan, ni pintan catedrales, ni pelean por sus derechos.

Volviendo a Eco, en su novela El Péndulo de Foucault se pregunta: “¿Cómo no caer de rodillas frente al altar de la certeza?”. Lejos de las editoriales hipócritas y divisorias, hoy la única certeza es otra pregunta: ¿dónde está Santiago Maldonado?

@marianocervini

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