Batalla de Ideas

12 julio, 2017

Juana Azurduy, más presente que nunca dos siglos después

Por María Paula García. A 237 años de su nacimiento, la figura de Juana Azurduy nos habla de muchas libertadoras latinoamericanas que dieron su vida por la liberación de la dominación colonial. Mujeres que permanecieron invisibilizadas por la historia tan liberal como patriarcal. Pero nos habla de mucho más.

Por María Paula García. Hay momentos en la historia de nuestros pueblos donde se debe elegir: o se está de un lado o se está del otro. Se permanece en una zona de confort o se elige transitar el incierto camino de querer cambiarlo todo. Y Juana eligió. Peleó por la libertad y se corrió de los modelos femeninos de su época.

Es por ello que, más allá de cualquier efeméride formal, la semblanza de Juana nos dice mucho acerca del valor que tiene tomar decisiones en momentos históricos cruciales. Sobre todo hoy, en un contexto de fuerte avanzada neoliberal donde la historia también está en disputa y su figura sigue siendo subversiva e irreverente.

Protagonista de una época revolucionaria*

Juana Azurduy llega a este mundo un 12 de julio de 1780 en Toroca, Intendencia de Potosí, Virreinato del Río de la Plata. Mestiza, hija de una madre pobladora originaria y un padre español, aprende el quechua y el aymara trabajando en el campo de su padre junto a campesinos originarios.

Crece y se educa en Chuquisaca. A los doce años ingresa en el prestigioso Convento de Santa Teresa para ser monja, pero debido a su comportamiento rebelde la expulsan a los 17 años. La iglesia perdió una monja pero la revolución ganó una heroína, diría el historiador Rogelio Alaniz.

Conoce a Manuel Padilla y se casan en 1805. Él viene de enterrar a su padre, que murió preso por levantarse contra los españoles; ella viene inspirada por los escritos de Voltaire y Rousseau que leyó clandestinamente en el Convento. Los unirán el amor y la pasión, pero también la lucha y los ideales revolucionarios.

El 25 de mayo de 1809 se suman a la Revolución de Chuquisaca, aquella que destituyó al presidente de la Real Audiencia de Charcas un año antes de los acontecimientos de mayo de 1810 en Buenos Aires. Pero el levantamiento, liderado por un Bernardo de Monteagudo de apenas 20 años y el militar Juan Álvarez de Arenales, termina derrotado.

El después no será fácil. Las propiedades de los Padilla son confiscadas; Juana y sus cuatro hijos son apresados, y aunque Padilla logra rescatarlos, tienen que huir. A las penurias se le suman las enfermedades, y los cuatro niños mueren enfermos, uno tras otro. Embarazada de su quinta hija, Juana sigue combatiendo. Y después de parirla la pone al cuidado de una familia para continuar la batalla. Nada la detiene.

Producida la Revolución de Mayo en Buenos Aires, Juana y Padilla se unen al Ejército Auxiliar del Norte para combatir a los realistas del Alto Perú.

En 1812, Juana se pone bajo las órdenes del general Manuel Belgrano. También presta colaboración durante el Éxodo Jujeño, y recién después de la popular entrada de Díaz Vélez en Potosí el 17 de mayo de 1813, se reencuentra con Padilla.

Juana organiza el “Batallón Leales” que combate en Ayohuma en noviembre de 1813, derrota que -junto con Vilcapugio- significa el retiro temporal de los ejércitos rioplatenses del Alto Perú. Desde allí, junto a Padilla, se dedica a realizar acciones de guerrilla contra los realistas impidiendo su avance.

El 8 de marzo de 1816, Juana ataca y toma el estratégico cerro de Potosí. Y tras el triunfo en el combate del Villar, recibe el rango de teniente coronel por un decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En reconocimiento, el general Belgrano le entrega su sable.

En noviembre de 1816 es herida en la batalla de La Laguna, y cuando su marido corre a rescatarla una bala realista lo hiere de muerte. Se llevan su cuerpo, lo decapitan y ponen su cabeza en una pica, como hacían con todos los caudillos capturados, para meter miedo  entre las fuerzas patriotas. Pero Juana, decidida, recupera la cabeza de su marido para darle sepultura. Ella no conoce otra vida que la lucha y el combate. Por eso no hay tiempo para los lamentos, y poco después de la muerte de Padilla se suma a las huestes de Martín Miguel de Güemes, combatiendo bajo sus órdenes hasta que éste fallece en 1821. Desde allí se verá reducida a la pobreza.

Cuando Bolívar asiste a las celebraciones por la independencia de Bolivia en 1825 invitado por el general Antonio Sucre, enfila directamente hacia uno de los barrios más humildes de Chuquisaca, a un mísero rancho de adobe donde vive Juana Azurduy. Y Sucre lo sigue. No se sabe a ciencia cierta qué se charló allí. Pero años más tarde trascendería que Bolívar le comentaría a Sucre luego de ascenderla a Coronel: “Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”.

Juana pasa varios años en Salta solicitando sin suerte al gobierno boliviano sus bienes confiscados y la pensión por su marido militar. Y tan patriota fue que murió un 25 de mayo, en 1862, cuando estaba por cumplir 82 años, en total indigencia. Fue enterrada en una fosa común. Sus restos fueron exhumados cien años después y depositados en un mausoleo que se construyó en su homenaje en la ciudad de Sucre.

Dando batalla dos siglos después

La historia liberal de la Argentina nunca reconoció a Juana Azurduy. Se desentendió de Bolivia, como si nunca hubiera pertenecido a las Provincias Unidas, a pesar de que las provincias del Alto Perú enviaron diputados al Congreso de Tucumán, que declaró la independencia. Se borró cualquier conexión con el Alto Perú y por lo tanto con Juana y otros tantos revolucionarios.

En 2009, la entonces presidenta argentina Cristina Fernández la ascendió post-mortem a generala del Ejército Argentino y entregó personalmente el sable y las insignias en marzo de 2010 ante sus restos, resguardados en la Casa de la Libertad de Sucre junto al presidente boliviano Evo Morales. Además, colocó su retrato en el “Salón de las Mujeres Argentinas” de la Casa Rosada y dispuso que en la plaza Colón, contigua a la Casa Rosada de Buenos Aires, se ubique una estatua en su honor, reemplazando el monumento a Cristóbal Colón.

Pero no hay paz ni descanso para Juana. Y sigue combatiendo después de muerta. Porque además del olvido y la miseria, se encuentra increíblemente envuelta en una polémica en la cual los sectores más conservadores de la Argentina osan enfrentarla nada menos que con Colón; ese personaje que trajo la dominación al continente cuya estatua nos fue “regalada” por la corona española es casi parificado con  la amazona de la libertad.

Y como si ello fuera poco, la llegada de otro gobierno liberal en Argentina la hace desaparecer la Galería de los Patriotas Latinoamericanos del Bicentenario. Mauricio Macri mandó a retirar el cuadro de Juana, junto con los de otros patriotas de la talla de Belgrano.

No obstante Juana, la combatiente, la flor del Alto Perú, viene ganando, por ahora, la batalla contra Colón. Y puede vérsela en el hermoso monumento del escultor Andrés Zerneri. De espaldas al río, mirando el continente, Zerneri la representó con una espada en su mano izquierda, como símbolo de liberación; un niño sostenido por un aguayo por la espalda y la mano derecha extendida en un gesto de protección hacia el niño y hacia el pueblo, al igual que el poncho que la cubre, que imita los pliegues de las lanas de etnias indígenas americanas.

@MariaPaula_71

* Fragmentos del capítulo 6, “Juana Azurduy, la amazona de la libertad”, del cuaderno «Libertadoras de la Patria Grande» de María Paula García editado por Cambio – Publicación quincenal de izquierda popular

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