4 julio, 2017
El Constructivismo: nuevas formas para un mundo nuevo (I)
El legado del constructivismo ruso como registro artístico y arquitectónico, no puede ser desligado del ideario del socialismo. A partir de la insurgente Revolución de Octubre, lo político y lo artístico cultural conforman un espacio de ruptura profundamente crítico de lo dado, de corte anti-burgués y anti-clasicista.

El asalto al Palacio de Invierno fue para el Constructivismo el acontecimiento más importante y también para la historia del arte, pues ofrecía la posibilidad inédita de integrarlo con la transformación social en curso y poner fin a su uso como mercancía para consumo de una élite, terminar con el arte como algo excelso, con el artista como sublime morador del parnaso, con el culto al genio inmortal y a la belleza eterna y universal.
Desde 1917, mientras que los funcionaros académicos huían hacia occidente, los artistas de la vanguardia, reunidos alrededor de la revolución bolchevique se organizaron, colectivizaron sus ideas y asumieron la responsabilidad de dirigir las nuevas instituciones culturales. Esta relación con el Estado no impidió que permanecieran como actores libres de una revolución de la que se sentían arte y parte en la búsqueda de fusionar los postulados socialistas con una formulación artística de ruptura y decididamente modernista. Su objetivo declarado: producir “nuevas formas para el nuevo mundo”.
Malevich, el creador del suprematismo, es conocido por estar entre los primeros en llegar al «cero» de la pintura, donde pasó de la pintura como una ventana a la pintura como un hecho en sí mismo. Fue Malevich quien acuñó la denominación de constructivismo más como un concepto crítico que como reconocimiento, polémizando con su amigo el constructivista Vladimir Tatlin, que experimentaba con las formas cubistas pero haciendo montajes usando materiales industriales como el hormigón, el vidrio y el metal.
La experiencia de la totalidad
Las discrepancias y agitadas polémicas públicas no impidieron que a lo largo de ese periodo las dos formas de arte moderno más importantes que salieron de Rusia en el siglo XX, el suprematismo y el constructivismo, se desarrollaran en común.
A diferencia de las aristas más “conceptuales” cuyas preocupaciones se centraron en la forma y la abstracción, los trabajos constructivistas se propusieron la “experiencia de la totalidad”. Si bien muchos de los pioneros del constructivismo habían estudiado y compartido ideas suprematistas, experimentaron cada vez más con diseños tridimensionales, declararon a la pintura oficialmente muerta -en el sentido dialectico hegeliano de superación- y anunciaron el final de una era: «La representación ha terminado, es tiempo de construir”. Estas ideas aparecen plasmadas en la exposición «5 x 5 = 25», donde como un signo de los nuevos tiempos, por primera vez, las amazonas de la vanguardia Aleksandra Ekster, Lyubov Popova y Natalia Goncharova, ocuparon un lugar destacado a la par de Aleksandr Rodchenko y Aleksandr Vesin.
Fue precisamente Alexandr Rodchenko quien planteó la “proletarización del material” e investigo las posibilidades del arte fusionado con la vida cotidiana. A modo de ejemplo, junto al escritor Vladimir Mayakovsky diseñaron nuevos envases de productos cotidianos con arte y poesía.
El Lissitzky, uno de los fundadores del movimiento, produjo los “Prouns”, Proyectos para la Afirmación de lo Nuevo y en su afán por integrar la pintura y la arquitectura creo composiciones de tipo geométrico con acusados efectos espaciales y arquitectónicos en los que anuló todas las leyes tradicionales de la perspectiva. Con la misma intencionalidad, el letón Gustav Klucis creó los quioscos de propaganda temporal para las Agitprop, agitación y propaganda, una síntesis que era el resultado de emisiones de radio, pantallas cinematográficas y la prensa, con el fin de poner al servicio de la revolución nuevas invenciones que habían de ser funcionales al máximo.
La obra más emblemática del movimiento fue el diseño para el Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin. La Torre debía ser un espacio de conferencias, un centro funcional y de propaganda. Su estructura en espiral de acero llegaría a los 390 metros, convirtiéndola en la obra más alta y dinámica del mundo y, por lo tanto, más bella, según los paradigmas constructivistas, que la Torre Eiffel. Tenía tres unidades de vidrio, un cubo, un cilindro y un cono, que contenían diferentes espacios para reuniones, y éstas girarían una vez al año, mes y día respectivamente. El conjunto debía ser un emblema para generaciones de artistas, una ventana a la utopía hecha realidad: la sociedad socialista. La exhibición pública del proyecto es considerada como el nacimiento formal del Constructivismo. La torre nunca fue realizada, diseñarla no era lo mismo que edificarla.
Los constructivistas tenían prometeicos sueños, pero en contraste con los artistas y arquitectos de los países capitalistas más avanzados, sus sueños chocaban con los restringidos recursos materiales disponibles.
La vanguardia, rusa e internacionalista
Más allá de Rusia su experiencia fue inmediatamente reconocida en el exterior, influyentes artistas alemanes lo reflejaron en la revista de arte soviético-alemana Veshch-Gegenstand-Objet, que difundió la idea de «Construcción Arte”.
En 1922 se organizó el Congreso de Dusseldorf de Artistas Productivos Internacionales, donde se lanzó oficialmente el Movimiento Constructivista Internacional con Hans Richter y Theo van Doesburg del grupo holandés De Stijl. Allí proclamaron un manifiesto que reivindicaba el arte como una herramienta del progreso, transformando al constructivismo en un símbolo paradigmático de la era moderna. El húngaro Laszlo Moholy-Nagy, uno de los más destacados teóricos de la Bauhaus, reconoció la influencia que las formas de los Prouns de Lissitzky tuvieron en su obra.
Si bien el Estado soviético les brindó su apoyo, la posición de los lideres bolcheviques era ambivalente pues el movimiento aparecía con una propuesta difícil de encuadrar para una visión pragmática espoleada por las lógicas urgencias que enfrentaban los dirigentes políticos, a pesar de lo cual ni Vladimir I. Lenín ni León Trotsky los impugnaron y menos aún pensaron en perseguirlos. Al contrario, por una década tuvieron condiciones inéditas para exponer y producir en todos los campos del arte y la arquitectura.
Los ecos del constructivismo influenciaron todo el arte moderno. Desde la abstracción, el arte pop, el minimalismo, el expresionismo abstracto, el estilo gráfico punk y post punk, al brutalismo, el posmodernismo, la alta tecnología y el des-constructivismo, todos tienen alguna conexión con la vanguardia rusa.
Durante décadas su influencia fue minimizada por Occidente, porque la retórica acerca del bolchevismo como supresor de la creatividad individual era difícil de cuadrar con esta explosión de ingenio y producción artística sin precedentes. Y también porque una década después también dentro de la propia URSS con la imposición del dogma estalinista del realismo socialista, la vanguardia fue considerada peligrosa por su espíritu libertario, polémico, creativo e internacionalista.
Silvio Schachter
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