26 junio, 2017
Cosas de Zorro: la rastrillada poética de Mariano Dubin
Luego de sus tres poemarios arrabaleros -«Con los pasos de la mala vida» (2006), «La razón de mi lima» (2009) y Bardo» (2011)-, Dubin publica uno campero y criollo que, lejos de todo gesto nostálgico o anacrónico, es un rebencazo más contemporáneo que nunca.
En Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla leemos: “Todos los americanos tenemos sangre de indio en las venas, ¿por qué ese grito constante de exterminio contra los bárbaros?”. De lo que fueron hace 150 años las tolderías ranqueles en la laguna de Leuvucó sólo queda una tumba y un monumento. El exterminio fue prolija y sistemáticamente realizado apenas unos años más tarde de que Lucio V. Mansilla se planteara esta pregunta y que Cosas de Zorro nos vuelve a formular: ¿por qué?
Mariano Dubin en este libro, al igual que Mansilla, emprende un viaje tierra adentro. Emprende una rastrillada poética. Luego de sus tres poemarios arrabaleros –Con los pasos de la mala vida (2006), La razón de mi lima (2009) y Bardo (2011)-, Dubin publica uno campero y criollo que, lejos de todo gesto nostálgico o anacrónico, es un rebencazo más contemporáneo que nunca.
En el año 2013 aparece el voluminoso número 5 de la revista Estructura Mental a las Estrellas en el que Dubin escribe un extenso artículo (“Hasta sacarle Carhué al huinca: un malón al país oligarca”) acerca de la Conquista del Desierto. La idea central era sencilla: la conquista no es un hecho del pasado ni concluido, sigue ocurriendo ahora en cada rincón de nuestro país. La oligarquía continúa asesinando para proteger sus intereses y privilegios. Que en lugar de tehuelches y mapuches se asesinen piqueteros, villeros, negros, docentes, obreros, jubilados o cabecitas negra es una cuestión de nombre. La esencia del acto es la misma.
En 1870 el Paraguay de Solano López es destruido y muere Felipe Varela; en 1879 se va al exilio López Jordán y Martín Fierro regresa del suyo pregonando que “los hermanos sean unidos”. Ese mismo año Roca inicia la gran campaña contra los pueblos originarios que culmina en 1885. El resultado, citando a Dubin en este artículo: “8.548.817 hectáreas para 391 personas. Todos los que combatieron en la guerra perdieron; sólo ganaron 391 familias de la oligarquía”.
Pero estábamos en 2013 y teníamos, o algunos creíamos tener, o ustedes creían que tenían, o anhelábamos tener, o teníamos lo más cercano posible que nos podemos permitir a (tache lo que según usted no corresponda), un gobierno nacional y popular electo con el 54% de los votos hacía apenas dos años. Íbamos ganando, al fin, la batalla. Tal vez por eso, sus trompadas verbales no fueron escuchadas.
En enero de 2016, aparece un nuevo libro de Mariano Dubin, Parte de Guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen, que incluye el artículo anterior y algunos otros ensayos, pero ahora la situación histórica del país es completamente distinta. En diciembre del 2015, un Blanco Villegas asume la presidencia y pone de jefe de Gabinete a un Peña Braun. La oligarquía terrateniente llega al gobierno por primera vez a través del voto popular, universal, secreto, obligatorio y sin fraude. Las víctimas eligen así, a los asesinos.
Cosas de Zorro -editado por Sirga-, se enmarca dentro de esta línea de la obra de Mariano Dubin. Al igual que en sus ensayos emprende un recorrido histórico pero esta vez indaga su historia atávica. Elige una de las dos vertientes que la nutren, no la de su abuelo Abraham -el linaje judío- sino la de su abuelo Rogelio. Se adentra en su estirpe criolla, en su propia sangre de indio.
En esa rastrillada poética recorre los territorios ranqueles de Leuvucó, las lagunas huarpes de Guanacache, las costas tehuelches de Punta Alta, el río Colorado, Malargüe. Se mete “monte adentro”. Cada poema es un punto de llegada en su excursión. Es un encuentro con un territorio, con un paisaje, con un amigo, con sus antepasados. Pero a la vez, cada uno de ellos es el testimonio de una ausencia, de una escasez, de una sed insaciable, para la cual no sirven ni mates ni vinos ni agua.
Dice en el poema “leuvucó”: “la sed es una serpiente / dentro mío / la serpiente está viva”. La Sed nos marca, entonces, una carencia que se opone a la abundancia de un Otro al que nunca se lo nombra. La Sed se erige de esta manera como negación, como antítesis y, por lo tanto, es revolucionaria, como se puede ver, por ejemplo, en el poema “Lagunas de Guanacache”.
Los indios, los gauchos, los “cabecitas negras”, los villeros, es decir, “los negros”, como repite hasta el hartazgo en libros anteriores, son los grandes sedientos de nuestra historia y ahí está el por qué, la razón por la que ese Otro innombrado, que hoy baila en el balcón de la Casa Rosada, necesita controlarlos, sojuzgarlos, reprimirlos o, mejor aún, exterminarlos.
Nuevamente dice el artículo de Dubin: “para la oligarquía es importante que Cafulcurá no exista. Cafulcurá, Cacique General de las Pampas, Jefe Supremo del Gobierno de las Salinas Grandes. Cafulcurá que dijo ´no dejemos Carhué al huinca´. Cafulcurá que logró gobernar 40 años una zona mayor a cualquier país del continente muerto; que unificó a los pueblos pampeanos y patagónicos para soportar el avance de la oligarquía criolla; que logró un experimento único de vida comunal anti capitalista mientras Inglaterra extendía su imperio a los últimos confines del mundo (…). Sin dudas, Cafulcurá fue la última resistencia al imperialismo. Los ingleses exiliaron a San Martín, colgaron la cabeza de “Chacho” Peñaloza, mataron a Solano López. Después, destruyeron el legado político de Cafulcurá”.
Hoy, lejos de recuperar este legado político del que nos habla Dubin, parecemos estar a la merced de las ambiciones y mezquindades de los capitanejos de turno.
Tal vez unos versos del poema “La montura del tiempo” sean una cifra campera de estos tiempos:
/ ya días / o años / o piedras
/ o lagos / que guanaqueo mi
lengua / que vizcacheo mis
cada una / mis todas / mis mías
/ mis palabras / dentro de un
jagüel / dentro del corazón
lagunero / dentro / cada una /
de las palabras que atizaron /
el primer fogón / cada una de
las llamas / que cruzaron / las
huellas perdidas / cada noche
dormido / con las estrellas / la
selva / el desierto / cada caserío
/ cada podrida / donde / morirme
/ terminar / muy cansado / ay
padrecito de los pobres / lloré
/ en un arroyo seco / con la garganta
Estos versos podrían ser otros del Martín Fierro que a tanto viejo de campo le gusta recitar: hasta la hacienda baguala / cae al jagüel con la seca. En estos momentos en que la seca vuelve a despertar la serpiente dentro nuestro, Dubin con Cosas de Zorro nos ofrece “el jagüel de sus palabras” para darle nombre al próximo malón.
Hernán Castilla
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