El Mundo

12 junio, 2017

Brzezinski, uno de los arquitectos del orden global

A finales de mayo falleció a los 89 años el diplomático y teórico de las relaciones internacionales Zbigniew Brzezinski. Fue asesor en Seguridad Nacional del ex presidente estadounidense Jimmy Carter entre 1977 y 1981 y tuvo gran influencia en la política exterior norteamericana durante los años de Barack Obama. Un vistazo a su legado.

A finales de mayo falleció a los 89 años el diplomático y teórico de las relaciones internacionales Zbigniew Brzezinski. Fue asesor en Seguridad Nacional del ex presidente estadounidense Jimmy Carter entre 1977 y 1981 y tuvo gran influencia en la política exterior norteamericana durante los años de Barack Obama. Un vistazo a su legado.

Más allá del estilo que puede imprimirle cada administración presidencial en particular, la política exterior estadounidense puede ser leída como el resultado de una negociación permanente ante los cambios del escenario global. La misma involucra a sectores de intereses locales o multinacionales, de naturaleza económica o política (o ambas), civiles, institucionales o privados. También se encuentran las distintas agencias estatales involucradas en la toma de decisiones; e incluso a gobiernos extranjeros, los cuales harán valer su peso dentro de su relación con Washington.

A esta relación entre actores y circunstancias históricas busca dársele armonía dentro de un sistema de ideas que provea de coherencia y mirada estratégica a largo plazo. Esta última tarea recae (en parte) en ciertos individuos y grupos que puedan sintetizar la visión que EE.UU. construye del mundo.

El polaco-estadounidense, Zbigniew Brzezinski, ha ocupado un lugar privilegiado en el panteón de los arquitectos del orden hegemónico mundial a la norteamericana. En una de sus últimas intervenciones públicas, insinúo que al liderazgo estadounidense le faltaba la sofisticación para abordar un mundo cada vez más inestable. Tras el fin de la Guerra Fría y a la luz de los últimos años, un eje ha sido central en su obra: ¿Cómo mantener la estabilidad de un orden que tiene como centro geopolítico a los EE.UU. ante el ascenso de nuevos actores en un mundo multipolar? carter

Con la fuerza de un ciclón

Corría diciembre de 1979  cuando tropas de paracaidistas y fuerzas especiales soviéticas ocuparon posiciones y edificios gubernamentales clave en Kabul, capital de Afganistán. Era la punta de lanza de una intervención que buscaba estabilizar a un gobierno aliado en esa zona estratégica al sur de sus fronteras. El Partido Democrático Popular de Afganistán había tomado el poder poco más de un año antes y enfrentaba con dificultad tanto la resistencia a su programa de reformas como las luchas internas entre sus diferentes facciones.

En EE.UU. se recibió con alarma la noticia. La influencia estadounidense en la región ya se había visto perturbada por la Revolución Islámica iraní ese mismo año y se temía las consecuencias de que la URSS se abriera paso hacia el Medio Oriente y el Golfo Pérsico. Esta preocupación fue el centro de la llamada “Doctrina Carter” expuesta por Brzezinski. Para ello era vital detener y provocar la interrupción de los objetivos soviéticos. Pero sobre todo debía propinarse una derrota catastrófica que sacudiera la capacidad de la URSS de proyectar su poder más allá de sus fronteras.

Lo que no se encontraba en los cálculos del Kremlin es que se vería arrastrado hacia un conflicto de más de nueve años que se ganaría la reputación de ser el “Vietnam soviético”, por el desgaste económico y militar que implicó y la traumática huella que dejó la derrota en el imaginario social.

El conflicto fue el escenario de una de las mayores operaciones encubiertas de la CIA (nombre código: “Ciclón”) para armar y financiar a la insurgencia afgana en coordinación con los servicios de inteligencia del vecino Pakistán y de Arabia Saudita. Se le proveyeron millones de dólares para financiar y entrenar en campamentos al otro de la frontera afgano-pakistaní a los muyahidines. Se trataba de combatientes movilizados por la ideología islamista promovida desde estos gobiernos para enfrentar al “comunismo ateo”.

La operación sentó el precedente desde el cual articular otros programas para “ofrecer asistencia” a movimientos que facilitasen la “democratización” de países y regiones.

Esta manera de delegar la ejecución de las operaciones en aliados e intermediarios locales fue un patrón común en otras acciones exteriores, con el fin de evadir responsabilidades y posibles consecuencias diplomáticas. Las redes de tráfico de armas establecidas en aquel entonces crearon su propia lógica de reproducción alimentándose con la renovación de nuevos conflictos militares.

En estos círculos de reclutamiento y movilización de miles de voluntarios es que nació la primera generación de jihadistas, consecuencia que fue ignorada en esos años por los gobiernos de Carter y de su sucesor, el republicano Ronald Reagan. Para cuando las últimas tropas soviéticas abandonaron Afganistán en 1989, el programa de la CIA recibía un presupuesto anual de 630 millones de dólares.

Brzezinski-Afganistán

El giro hacia el Este: jugando con el caos

Años después del fin de la Guerra Fría y el colapso de la URSS, en los años dorados del “nuevo orden mundial” norteamericano, Brzezinski criticó enérgicamente la invasión a Irak de 2003 encabezada por el gobierno de George W. Bush. No por consideraciones humanitarias, sino por el grave daño que representaría para la legitimidad del liderazgo estadounidense la forma sin restricciones en las que se libró la “guerra contra el terror”.

Sus críticas residían en que EE.UU. se hallaba demasiado inmerso en su propio relato, impidiéndole identificar las prioridades para la continuidad del predominio norteamericano.

Para él, la atención debía centrarse en contener la emergencia de nuevos poderes, destacando el ascenso innegable de China como rival hegemónico y su creciente injerencia en áreas que hasta entonces habían sido de exclusividad para los EE.UU., como Latinoamérica. Ciertamente, esta orientación (el giro hacia la región del Pacífico) supone una línea de continuidad entre Obama y Trump. Para ello, se requiere de la fragmentación de posibles bloques militares, políticos y económicos regionales que pudieran contrapesar la influencia estadounidense.

El otro cambio que se introdujo en estos años se encuentra en el refinamiento del accionar de la política exterior norteamericana: la aplicación de técnicas de “poder suave” que privilegien la construcción de influencia y condiciones de cambio locales antes que el ejercicio directo de la fuerza militar.

Reconociendo el peso que las nuevas tecnologías de información y la volatilidad de los ciclos económicos ejercen sobre las poblaciones, el método sobre el que se construye este nuevo ejercicio de poder se estructura por medio del “caos constructivo”. Este concepto consiste en la generación de divisiones y fraccionamientos que conduzcan a desórdenes de índole social, económico e institucional que permitan alegar la existencia de “Estados forajidos” o violadores del derecho Internacional; o bien “Estados fallidos”, incapaces de satisfacer las necesidades de su población.

Desde esta perspectiva, la existencia y proliferación de zonas o franjas de “caos” han de servir para contener la expansión de posibles rivales y competidores a la influencia económica y política estadounidense al tiempo que se facilita la legitimización de mecanismos de intervención. El conflicto y su continuidad en el tiempo ya no suponen una amenaza para el equilibrio de poderes, sino que coexiste y hasta se vuelve instrumental al mismo. Escenarios como Libia e Irak o México y Colombia no presentan así excepciones, sino que se van convirtiendo peligrosamente en la norma.

Julián Aguirre – @julianlomje

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