11 junio, 2017
Periodismo y violencia de género: un gran poder conlleva una gran responsabilidad
Por Laura Oszust. ¿Qué responsabilidad el cabe al periodismo en la violencia de género? ¿Qué discursos se refuerzan y cuales se excluyen en el ejercicio de la práctica periodística? ¿Cómo las y los espectadores pueden cuestionar algo (el machismo y el patriarcado) cuando este es ignorado y deliberadamente excluido de los análisis mediáticos?

Por Laura Oszust*. Se escuchan desde hace tiempo varias categorías que definirían al periodismo, según cómo o quien lo ejerza. Esto va en sintonía con el cuestionamiento que los espectadores o lectores le hacen a los y las periodistas, algo impensable décadas atrás.
Según el semiólogo Eliseo Verón, el medio puede crear un efecto de verdad a partir de la utilización de un contrato de lectura impersonal, donde se borran las huellas de las operaciones que hace el o la periodista, transformando a los actores de la comunicación en creíbles.
Luego de la ruptura de relaciones cordiales entre el gobierno kirchnerista y el grupo Clarín y el surgimiento de programas como 678, los medios fueron puestos en el banquillo. Con este terreno allanado puede que hoy se pueda dar inicio a otra etapa de debate al interior del gremio: ¿existe el periodismo responsable?
Cabos sueltos
Los mensajes que emiten los medios llegan a los destinatarios, quienes se hacen eco de ellos. Y, si bien el proceso no es lineal ni el público es una tábula rasa, a partir de estos mensajes se construye el imaginario que cada uno o una elabora sobre determinada temática. Hay noticias que pueden no ser trascendentes pero otras necesitan de un tratamiento cuidado, porque se puede aportar a deconstruir paradigmas peligrosos. Es el caso de las violencias de género.
Para el movimiento feminista que trabaja la cuestión, las violencias que afectan a las mujeres son producidas por un sistema de valores machistas propios del patriarcado. Pero en la mayoría de los medios se suele separar a la violencia del machismo, haciendo énfasis en la figura del agresor, que es definido como un “loco, hijo de puta”. No se lo incluye dentro de la problemática, sino que se lo aparta patologizando un hecho social.
En otro extremo, lejos del ostracismo, se encuentran aquellos que los y las periodistas continúan endiosando como si no tuvieran antecedentes. Para ilustrar se puede mencionar al ex jugador Héctor “Bambino” Veira, condenado en 1988 por tentativa de violación de un menor o al director técnico Ricardo Caruso Lombardi, quien debió cumplir en 2015 una probation por agredir psicológica y físicamente a su pareja. Pícaros y simpáticos, los anfitriones mediáticos los invitan para divertirse.
En el caso del tratamiento de las muertes, a pesar de que se logró instalar el término femicidio y ponerle fin a los titulares de crimen pasional, son varias y numerosas las ocasiones en que en el desarrollo de la noticia se hace visible el tópico “matar por amor”. En la nota “Cómo hacer volar a una suegra con dinamita”, el periodista Rolando Barbano describe como una historia a lo Romeo y Julieta el asesinato de una mujer a manos de su yerno. Barbano relata que el hombre la mató porque la madre se oponía a la relación que él tenía con su hija, siendo ella una joven de 14 años y él un hombre de 31.
En cuanto a la víctima, se la invita a contar su historia (revictimizándola) y en varios casos se la acusa de no haberse ido. El condimento que se utiliza asiduamente es describir a la víctima por cómo era, “buena” o “mala”, de acuerdo a los valores socialmente aceptados, culpándola a ella y justificando su muerte. Mas no sólo el perfil que se construye de ella es condenatorio, sino que cuando se relata el contexto de su muerte también se la culpa: luego del femicidio de Micaela García el periodista Samuel “Chiche” Gelblung afirmó que “ni acá ni en ningún país del mundo una chica puede estar sola por la calle a las 5 am”.
Los agresores, las víctimas y su historia de violencia son representados como cuestiones separadas de una totalidad: ingresar el tema a la esfera del machismo pone en jaque a los y las periodistas. Cuando en algún programa una periodista quiere explicar el origen de las violencias de género, y osa pronunciar “machismo”, se produce un desconcierto generalizado, seguido de un enojo porque es extremista y quiere desviar el tema. A veces pareciera que si se llega a enunciar tres veces la palabra patriarcado, se produce el efecto Candyman.
Por último, otro de los componentes importantes en esta temática es el Estado, pero cuando una persona en los medios lo introduce como actor político, los periodistas acusan de politizar. ¿Pero no es un problema político y estatal que no se pueda reducir la violencia de género o contener a las víctimas? Aquí es donde se vuelve al inicio: el problema no está relacionado con la política ni el machismo sino con el agresor, un enfermo que se encontró con una mujer que le provocó un desorden mental por todo lo que la quería.
Ejercer a conciencia
Se puede observar esta especie de círculo en cada programa de televisión de debate, en cualquier horario, con variados periodistas. Este razonamiento se escucha en los bares, en las oficinas, en el colectivo. No porque los destinatarios sean simples repetidores, sino porque los medios construyen y afianzan el imaginario machista.
Entonces, ¿dónde queda la responsabilidad? ¿Los y las periodistas además de debatir sobre el chequeo de la información y su credibilidad no deben hacerlo sobre la responsabilidad de lo que dicen? Es posible que los y las profesionales de la comunicación no tengan las herramientas para realizar este análisis del tema y es así como afloran los prejuicios y los estereotipos de cada uno. En este contexto ¿no es hora de que las empresas periodísticas les faciliten herramientas a los y las periodistas para cubrir estas noticias? Y volviendo al Estado, ¿existiendo una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y una Ley contra la violencia de género que estipula la violencia mediática y simbólica, no debe capacitar y sancionar a quienes la incumplan?
La escena de violencia acontecida en Intratables el 5 de junio, luego de la tercera convocatoria #NiUnaMenos, en la que los y las periodistas increparon a una integrante del colectivo, Florencia Freijo, acusándola, entre otras cosas, de «usar políticamente una lucha que nos une a todos», disparó este análisis, porque estas prácticas no sólo no aportan a la causa sino que restan, y mucho, a la lucha contra las violencias de género.
La repetición de estos discursos desde los y las periodistas, y su consecuencia en el público, hace necesaria la formación en la temática, dado que será la única manera de cuestionar un sistema, porque nadie puede poner en duda algo que ni siquiera sabe que existe. Teniendo en cuenta la influencia en el público es importante tomar conciencia. El o la periodista, lejos de enojarse, debe escuchar a quien piense distinto y reflexionar.
El discurso mediático no es el enemigo a destruir, pero usarlo de forma responsable ayudaría a resignificar paradigmas.
@laurencio86
* Periodista
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