Derechos Humanos

6 junio, 2017

Cárcel de mujeres: de esta salimos juntas

En las cárceles de mujeres están las pobres, las humildes; aquellas que disputan recursos del espacio público, que les es hostil por mujeres y por pobres, y salen a poner el cuerpo por un plato de comida y arriesgar la vida por un pedacito de autonomía y libertad.

Las cárceles están habitadas por sectores populares. Allí no van los políticos que hambrean al pueblo. No pasan diez años sin condena firme los que se roban la plata del Estado, ni los proxenetas y sus cómplices. No están los varones que sistemáticamente ejercen violencia de género sobre las mujeres y disidencias. Tampoco están muchos de los genocidas responsables de la última dictadura ni los policías que todos los días gatillan contra nuestros pibes y pibas.

Mayormente, en las cárceles de mujeres están las pobres, las humildes; aquellas que disputan recursos del espacio público, que les es hostil por mujeres y por pobres, y salen a poner el cuerpo por un plato de comida y arriesgar la vida por un pedacito de autonomía y libertad.

La mayoría de las mujeres privadas de su libertad viene atravesando un continuum de violencias que antecede al encierro y que se redefine y refuerza una vez allí. Paloma lo vivió en carne propia: “Cuando caí detenida, caí por él. Era tan celoso, el chanta. Él caía en cana y no quería que yo me quede en la calle. Yo estaba viviendo en una pieza que no tenía ni ventanas y me tenía todo el día ahí metida. Mi familia iba, denunciaba y les decían que tenía que ir yo, y él no me dejaba ni salir a atenderme el embarazo por miedo a que no vuelva más. Me tenía de rehén”.

Muchas mujeres, además, están acusadas de delitos cometidos bajo presión o influencia de varones. Y otras muchas, presas por defenderse de las violencias sufridas durante largo tiempo en el que la Justicia desoyó sus denuncias. Lo dice Loly, presa por defenderse del hombre que la golpeó y abusó durante años: “Sólo puedo decir que me saqué un peso de encima. Quien sufre violencia de género, golpes, maltratos, humillaciones, sabe muy bien cómo terminan las cosas. El femicidio está a la orden del día y parece no importar lo suficiente”.

Por otro lado, se observa  desde el 2005 un aumento continuado de la prisionización femenina. Ello está vinculado con la desfederalización de delitos ligados a la tenencia y comercialización de estupefacientes; que tiene un impacto específico en las mujeres y las personas trans. La mayoría de las mujeres, al momento de su detención, son las únicas a cargo del bienestar de sus hijos e hijass: único sostén económico y de cuidado, como parte de un proceso denominado feminización y criminalización de la pobreza. Son acusadas por “delitos de supervivencia”. Es decir, vinculados con la venta o traslado de drogas, siendo el último y más vulnerable eslabón de la cadena de comercialización. El Estado abandona, y cuando salís a rebuscar la olla, encierra.

Cuando los derechos son beneficios y la violencia, sistemática

La especificidad que asume la violencia para con las mujeres dentro de la cárcel debe ser revisada en relación a la lógica del sistema capitalista y patriarcal. El cuerpo y la subjetividad de la mujer que queda detenida se vuelven campos de disputa, disciplinamiento y transformación.

Las dinámicas penitenciarias están teñidas de diversas violencias que afectan física, emocional y psicológicamente a las mujeres. Recordemos el atroz caso de Virginia, que en 2015 fue obligada a parir esposada en un hospital platense.

La falta de cosas simples y cotidianas genera sensaciones de humillación y control. Un buen ejemplo es la falta de elementos básicos de higiene como toallitas menstruales o a estudios como el papanicolau. Y aquí no podemos dejar de mencionar los casos de Angie Velásquez y Pamela Macedo Panduro, dos mujeres transexuales que este año murieron presas en penales bonaerenses por no tener acceso a medicación básica, es decir que fueron muertes evitables.

El acceso a la educación en las cárceles está fuertemente coartado por el sistema penitenciario. La oferta educativa y laboral refuerza roles tradicionalmente asignados a las mujeres: nos referimos a talleres de cocina, de costura y de peluquería, de enfermería y cuidado de personas adultas mayores; que reducen simbólicamente la agencia de las mujeres.

Además de la vulneración en el acceso a la salud, la educación y el trabajo, en las cárceles los cuerpos de las mujeres son marcados por múltiples violencias: aislamiento como método de castigo, golpes y maltratos como parte de una violencia estructural y permanente, requisas vejatorias, humillantes y con participación de personal masculino. Violencia simbólica y sexual; traslados arbitrarios y periódicos, sin acondicionamiento específico para las mujeres, en condiciones indignas (sin poder moverse, beber, comer ni abrigarse por largas horas) y expuestas a la violencia de penitenciarios varones.

Las malas madres

La legislación de la provincia de Buenos Aires permite la convivencia en prisión de las mujeres con sus hijos e hijas de hasta cuatro años de edad. Si bien es necesario el reconocimiento que brinda, es importante tener en cuenta que el Estado se desentiende de implementar políticas públicas que garanticen el acceso a derechos de las madres y de sus hijas/os. Además, se refuerza la construcción patriarcal en términos biologicistas, asignando a las madres la responsabilidad exclusiva y “natural” del cuidado; y generando, a su vez, un impacto en la construcción de discursos y relaciones de poder en torno a las buenas y las malas madres.  

Existir porque se resiste

Los cuerpos de las mujeres privadas de su libertad no son sólo depositarios de violencias. Son también territorio de posibilidades: espacio de reinvención y de búsqueda. Porque las pibas, resisten.

“Conquistan esperanza” todos los días, como dice Analía. Se lavan la cara con agua bien fría cuando todo parece caer, y siguen; afirma Sole. Se acompañan, se apoyan en las espaldas de las otras. Juntas, para toda la rancheada. Se prestan ropa para ir al juzgado. Cuidan a los hijos e hijas de las demás cuando toca bajar. Se comparten la visita cuando la familia de alguna no puede ir. Lulú señala con claridad: “Lo único bueno de la cárcel es el grupo de nosotras, la convivencia. Nada que ver con lo que pensaba antes, con el paso del tiempo te das cuenta que acá se vive como en familia, comemos todas juntas en la misma mesa, nos prestamos ropa, nos cuidamos cuando estamos enfermas”.

Adriana convoca: “Les propongo a todas, desde el lugar que ocupen en la sociedad, que se muevan, que no se callen, que usen las herramientas que tengan a su alcance. Ya estamos demostrando que se puede. Hagamos que este colectivo no se detenga, que no tenga freno”. “Hasta lograr que un día, cuando enciendan la tele o abran un diario, un nuevo femicidio no sea el titular del día. Por vos, por mí, por todas. Si lo padeciste, si no lo padeciste, no importa. Subite al colectivo, ponele nafta o empújalo”, remarca.

El movimiento feminista debe hacerse carne de la realidad de las mujeres privadas de su libertad, y entretejer sus historias como banderas de lucha. No hay #NiUnaMenos si nuestros gritos no llevan también las memorias y batallas de las que están del otro lado de los muros.

Pierina Garofalo y Juana Saraví Tammone*

*Militantes de Atrapamuros, colectivo de educación popular en cárceles.

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