Cultura

3 mayo, 2017

La vanguardia rusa (II)

Segunda parte de la introducción a una serie de artículos sobre “El arte en la Revolución y la revolución en el arte”. Las vanguardias rusas y su difusión en una década cruzada por la revolución en la que, además, pudieron dar debates sobre el arte que nutren gran parte de las teorías modernas sobre el arte.

A 100 años de la Revolución Rusa de 1917, publicamos el segundo de una serie de artículos sobre “El arte en la Revolución y la revolución en el arte”. Una descripción de la multiforme y vital vanguardia rusa. Luego seguirán notas sobre el cine, las artes plásticas, la arquitectura, el teatro y la gráfica.

Después de 1917, las vanguardias rusas constructivistas, suprematistas, futuristas y otras manifestaciones, experimentaron y crearon un arte para intervenir en la sociedad y lo extendieron a la arquitectura y a la producción de objetos usados en la vida cotidiana.

Fueron años de búsqueda hacia el mundo de la industria, la ciencia y la tecnología; el arte de las vanguardias se alimentó de las tres y buscó crear a partir de ellas. Utilizando el principio del «arte-producción» recurrieron a formas y objetos de uso común para transformarlos, diseñaron telas, libros para niños, afiches, portadas de revistas, utilizaron el montaje cinematográfico y la fotografía. El concepto de artista, su aporte y su papel en la sociedad debería cambiar paulatinamente hasta llegar a convertirse y auto-considerarse como un médium, alguien al servicio del ideario revolucionario, en sintonía con el mundo contemporáneo que sería socialista.

El arte debía edificarse con las verdaderas leyes del espacio y el tiempo. Las únicas formas que sirven para la construcción de la vida, por tanto, deberán ser las únicas para la construcción del arte, para romper el aislamiento entre el arte y las masas, que deben ser arte y parte. La idea de una respuesta grupal colectiva donde se relacionaban con la política diversas y contradictorias ideas estéticas, productivistas o misticistas, alimentó a esas vanguardias que intuían que su destino era un tránsito hacia otros horizontes. La respuesta necesaria para subvertir el orden del arte conservador y complaciente en camino hacia un arte colectivo que no exprese la forma de la belleza consagrada por los poderes e instituciones del canon burgués.

A pesar de condiciones tan desfavorables como un mundo en guerra y la necesaria difusión de la revolución en una inmensa y dispar geografía, y luego su defensa frente al ataque de las potencias imperialistas, la producción artística pudo alcanzar una enorme creatividad que cuestionó todas las convenciones estéticas e introdujo nuevas discusiones y desarrollos teóricos.

Hubo intensos debates sobre la naturaleza del arte revolucionario. ¿Cuál es la relación entre arte y vida? ¿Deberíamos construir un arte proletario obrero o necesitamos crear arte humano? ¿Cuál es la relación entre arte y máquina? ¿Cómo se crea arte completamente libre, abierto y revolucionario en una sociedad acosada por el hambre y rodeada de ejércitos imperialistas? ¿Lo nuevo en su dialéctica de negación debería integrar lo preexistente o reinventarse partir de nuevos principios?

En estos debates cruzados, no sólo participaban las figuras y las agrupaciones que se reivindicaban como representantes de las vanguardias, el Proletkult, el Kino-glaz o el LEF, sino también corrientes de gran peso en Rusia que defendieron a expresiones artísticas más tradicionales que tenían una amplia llegada a las masas. En estas apasionadas polémicas se involucraron también Lenin, Trotsky y otros dirigentes bolcheviques de la talla de Anatoly Lunacharsky, comisario de Instrucción Pública, quienes participaron activamente exponiendo sus diferentes y muchas veces contrapuestos enfoques. La intención de la vanguardia de un arte sostenido en la destrucción del arte viejo fue uno de los ejes de disputa con muchos representantes del nuevo Estado soviético, que planteaban la aprehensión de lo mejor de la herencia del arte burgués para el desarrollo de la cultura contemporánea.

El debate de la vanguardia política con la vanguardia artística, sin embargo, no implicó que el Estado soviético les impusiera autoritariamente su criterio sino que se permitió el desarrollo libre de la experimentación artística en un clima que se mantuvo por una década, hasta su ocaso final con el ascenso del Termidor soviético. La fase contrarrevolucionaria, ligada a la consolidación del gobierno de Josef Stalin, terminó de sellar definitivamente ese período con la oficialización, en 1934, del “realismo socialista” como dogma excluyente. Entonces se subordinó toda la producción artística a los dictados y a la exaltación de la creciente burocracia soviética, reprimiendo a todos aquellos que no acataran el dogma.

Muchos de los debates de esa década excepcional atravesaron casi todo el siglo XX y nutrieron gran parte de las teorías modernas sobre el arte. A 100 años de la Revolución de Octubre es interesante pensar con mirada crítica todo lo que aun podemos aprender y rescatar de ese período extraordinario para el tiempo presente.

Las críticas a la modernidad y a la dialéctica de negación y ruptura que significaron las vanguardias, válidas muchas, banales otras y en su mayor parte descontextualizadas, no causalmente coinciden con la fase vigente de la mercantilización globalizada del arte y su forma consumista, asociada al despliegue de las llamadas industrias culturales y las modas que celebran solo el caos y lo efímero. Un arte funcional al capitalismo, espejo de sí mismo donde la crítica es retórica y la transgresión una simple ceremonia.

Silvio Schachter

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