Batalla de Ideas

27 abril, 2017

«Haciendo lo que hay que hacer» sin Congreso, Gils Carbó ni Balbín

Por Federico Dalponte. En plena previa electoral, Cambiemos refuerza su discurso de campaña. Su vocación republicana acumula grietas de cara a octubre: jueces denunciados por fallar contra el gobierno, juicio político a Gils Carbó, un Congreso paralizado y un procurador echado por investigar.

Por Federico Dalponte. Cambiemos volvió al principio, a cuando sólo representaba al cambio. Así, a secas, «el cambio». Después de los tumbos del verano, el oficialismo retomó la agenda vieja y esbozó el discurso original: apelar a la catástrofe del pasado, a la amenaza del abismo.

«Haciendo lo que hay que hacer», dice la nueva frase comercial del gobierno que hace, al parecer, lo que le place. Tal como los viejos gobiernos y también como los nuevos. Pero entre hacer y hacer se esconde, además, esa otra idea de no estar haciendo lo prohibido, lo que no se debe: no robar, no turbar las instituciones, no invadir poderes. Parece la total normalidad: el gobierno de Mauricio Macri hace siempre para bien. O eso dicen.

El Congreso este año sesionará, con suerte, un puñado de veces más antes de las elecciones. En rigor, sólo para temas no controversiales. Desde los bloques opositores denuncian la parálisis y en el oficialismo se declaran culpables; dicen que no quieren derrotas políticas en plena campaña.

De ello se concluye que «hacer lo que hay que hacer» significa -entre otras cosas- abrir el Congreso sólo cuando uno es mayoría. Porque de otro modo el Legislativo se vuelve un poder incontrolable y sorpresivo.

Y hasta resulta comprensible. En la política argentina nadie regala nada y la decisión presidencial continúa siendo el principal puntapié para la discusión parlamentaria. Suena lógico entonces que un gobierno impulse debates sólo cuando crea que puede ganar. Lo paradójico es esa obsesión por mostrar un cambio donde hay más de cien años de vetusta continuidad política.

El procurador del tesoro se llamaba Carlos Balbín. Un radical de pura cepa. Un destacado jurista, con recorrido y futuro asegurado dentro del universo académico. Aceptó el cargo al comenzar el nuevo gobierno creyendo que haría lo que debía hacer.

Y así fue. Cuando explotó el escándalo del Correo, el procurador inició una investigación considerando que eso era lo que correspondía. Hoy sus indagaciones y hasta el funcionario de su confianza a cargo del sumario encontraron la puerta de salida. El gobierno que hace lo que debe decidió esta vez cambiar: sale un experto en derecho administrativo, entra un ex abogado del Grupo Macri, especializado en derecho empresarial.

Hacer lo debido: paralizar el Estado y deshacerse de los funcionarios peligrosos. Esa suerte de guerra santa contra el adversario. El ajeno y el propio. Disciplinar con la mano dura que los oficialistas aseguran que reclaman sus adeptos.

Hacia fines del año pasado el gobierno había entendido por fin que la procuradora general Alejandra Gils Carbó se quedaría en su puesto. Era difícil que aceptara renunciar y mucho más conseguir los votos para el juicio político.

Pero ahora ya no. Envalentonado por un contexto que se piensa favorable, Cambiemos impulsó lo que hoy es tapa de los grandes diarios: la corrupción de Gils Carbó como forma de legitimar su desplazamiento. En el fondo, en realidad, es el Poder Ejecutivo buscando remover a la titular de un órgano independiente.

Algo similar a lo que sucede con los jueces que tal vez caigan víctimas de la mayoría oficialista en el Consejo de la Magistratura. Lo que el periodista Mariano Obarrio llama «plan de renovación judicial» y que hasta el 2015 era denunciado como presión a los magistrados.

Enrique Arias Gibert y Graciela Marino, por ejemplo, lo saben bien. Son los jueces que avalaron la paritaria bancaria en febrero pasado y a quienes luego el gobierno les pidió el juicio político.

Hay una premisa que es básica: Cambiemos sabe cuándo puede presionar y cuándo no. Las políticas que reciben críticas por aclamación son deshechas al instante. El Ejecutivo rectifica cuando se siente disminuido. Pero cuando se siente respaldado, es tan vehemente como cualquier otro gobierno.

En Santa Cruz la gestión local hace agua por más de un costado, pero la respuesta de la Casa Rosada no es inocente: a cambio de ayuda financiera para pagar sueldos, el macrismo reclama ajuste, despidos y reforma política. Casi un programa de gobierno.

En ese marco llega Cambiemos a las elecciones de medio término, afilando un discurso clásico: vociferar que hay que profundizar el cambio, que el pasado no vuelve, que lo nuevo son ellos. Aunque nada hay más parecido al pasado que la suma de un Congreso paralizado, gobernadores sometidos, organismos intervenidos, investigaciones frenadas y jueces apretados.

@fdalponte

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