Medio Oriente

23 abril, 2017

No me olvides: nuevo aniversario del genocidio armenio

Este 24 de abril se recuerda una fecha que de manera trágica ha dado forma a la historia del siglo XX, así como al mapa político y demográfico del Medio Oriente. Se trata del genocidio de los armenios a manos del Imperio Turco Otomano, ocurrido en 1915.

Julián Aguirre

@julianlomje

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El genocidio armenio, el primero del siglo XX, abrió una triste tradición en la construcción de las naciones modernas: la del exterminio sistemático de una población a manos de un Estado.

En este caso, se trata del proceso que tiene un Estado turco heredero de un crimen que obstinadamente se niega a reconocer y un pueblo que ha construido su identidad sobre el trauma colectivo y gracias al empeño por sobrevivir a través del ejercicio militante de la memoria.

Los hijos del diluvio

Históricamente, las y los armenios habitaron el territorio que se extiende desde las montañas del Cáucaso Sur, al noreste de la antigua Persia (actual Irán) hasta el centro de Anatolia, en la actual República de Turquía. Sobre la meseta de Ararat se encuentra Yerevan, capital de la Armenia moderna, una de las ciudades más antiguas del mundo, fundada en el siglo VIII a.C.

El Monte Ararat es donde, según la narración judeo-cristiana, se posó el Arca de Noé al terminar el Diluvio Universal. Es a su vez considerado el corazón y cuna geográfica de la cultura armenia según su tradición nacional. El Reino de Armenia fue el primero en adoptar oficialmente la religión cristiana en el siglo IV.

Esta confluencia de elementos culturales, lingüísticos y religiosos tan particulares facilitó que el pueblo armenio construya una identidad propia entre las comunidades que han ocupado esa región.

El sultán rojo y la cuestión armenia

Fundado en el siglo XIII, el Imperio Otomano se levantó sobre una multitud de pueblos súbditos pertenecientes a diversas identidades étnicas y religiosas, entre los cuales se encontraban los armenios. Los turcos ocuparon un estatus privilegiado, monopolizando la administración estatal y la dirección del ejército.

Para mediados del siglo XIX, el estancamiento económico, retraso tecnológico y una sucesión de derrotas militares ante otras potencias ponían en cuestión la misma continuidad del Imperio. Entre los diarios de la época, “La Sublime Puerta” entre Oriente y Occidente pasó a ser conocida como “el enfermo de Europa”. Las demás potencias se sirvieron a menudo de las penurias sufridas por las minorías para arrancarles concesiones al Imperio con el fin de servir a sus intereses geoestratégicos.

El entonces sultán Abdul Hamid II se vio forzado a reconocer en el posterior Congreso de Berlín (1878) la pérdida de sus dominios en los Balcanes y el Cáucaso. Allí recibió trato internacional por primera vez “la cuestión armenia”. Sin embargo, a los ojos de británicos y franceses, las afinidades existentes entre los armenios y el Imperio Ruso le abrirían la puerta a este ultimo para expandir su influencia sobre Medio Oriente, llevándolos a moderar sus posturas sobre el tema.

Influidos por la circulación de las ideas de la ilustración y las revoluciones europeas nacieron la Federación Revolucionaria Armenia y el Partido Social Demócrata Hunchkiano que combinaron consignas nacionalistas y socialistas. Ante su creciente activismo, el sultán instituyó la creación de escuadrones de la muerte, reclutando e incentivando a grupos dentro de las poblaciones no armenias para perseguir a sus vecinos.

Estos grupos ejecutaron las llamadas “masacres hamidianas” entre 1894 y 1896, que dejaron un saldo de entre 200 mil y 300 mil muertes, dándole a Abdul Hamid el apodo del “sultán rojo”. Sus sangrientas políticas represivas hicieron de los armenios el chivo expiatorio de los fracasos del Imperio, la “amenaza interna” a la que se enfrentaron sus sucesores.

Los “jóvenes turcos”: Unión, Progreso y el Gran Crimen

La profundización de la crisis y la incapacidad de un rígido sistema imperial para lidiar con ella llevaron a que un movimiento que se proponía la modernización del imperio, conocido como “La Joven Turquía”, liderara la revolución de 1908 que acabó con el gobierno de Abdul Hamid II. De ahí en más, su hermano y sucesor, el sultán Mehmed V, no sería más que una figura simbólica.

El verdadero poder descansaba en manos del Comité de la Unión y el Progreso, brazo político de “los jóvenes turcos”. Los armenios y otras minorías en un principio vieron con buenos ojos este proceso, esperando elevar su estatus como ciudadanos.

Sin embargo, esto cambió conforme se fue exacerbando el sentimiento nacionalista dentro del Comité. La entrada otomana en la Primera Guerra Mundial, posicionándose del lado alemán, otorgó el contexto propicio. Proponiéndose consolidar el “carácter turco” dentro del Imperio, fueron mas allá que su antecesor. El 24 de abril de 1915, mientras tenía lugar una reunión de las principales autoridades políticas, religiosas e intelectuales de la comunidad armenia, militares turcos procedieron a detenerlos, allanando el camino para lo que vendría a continuación.

El 29 de mayo de 1915 se decretó la Ley Tehcir, o “de deportación”, que autorizaba el traslado forzoso de toda la población armenia dentro del Imperio a campos de concentración en la Siria otomana. Con la posibilidad de llevarse solo aquello que pudiera cargar con sus manos, hombres, mujeres y niños fueron obligados a realizar verdaderas “marchas de la muerte”. Sus propiedades fueron confiscadas y las iglesias y aldeas arrasadas.

Las cifras varían según la fuente, pero entre 800 mil y 1.800.000 personas murieron de sed, hambre, enfermedades, agotamiento o simplemente ejecutadas a manos de los soldados turcos. Los hechos del 24 de abril anunciaron el comienzo del Medz Yegern o “el Gran Crimen”, prolongado hasta la década siguiente y que marco a fuego innegablemente a toda una nación.

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