Cultura

4 abril, 2017

La culpa es cristiana y el ateísmo, norteamericano

En marzo Netflix estrenó «La mujer más odiada de Estados Unidos» (“The most hated woman in America”, 2017), una película de producción propia sobre Madalyn Murray O’hair, la fundadora del movimiento de ateos en aquel país y denominada así en una tapa de la revista «Life».

No son pocas las personas que dicen que cuando Estados Unidos se levanta en contra de alguien por considerarlo/a comunista, algo bueno debe haber allí y no necesariamente sea comunismo. En marzo Netflix estrenó La mujer más odiada de Estados Unidos (“The most hated woman in America”, 2017), una película de producción propia sobre Madalyn Murray O’hair, la fundadora del movimiento de ateos en aquel país y denominada así en una tapa de la revista Life. Algo bueno debió haber hecho Murray para merecer tan elocuente título.

Madalyn Murray O’hair fue un monstruo: no hubo marido que le dure. Fue ingrata: no aceptó la religión que le enseñaron sus padres. Fue una bruja: no le inculcó el cristianismo a sus dos hijos. Fue comunista: exigió ante los tribunales que se respete la Primera Enmienda estadounidense. Fue grosera y le faltó altruismo: pedía hospitales en vez de iglesias.

El origen del rencor

Corría el año 1960 cuando Murray descubrió que su hijo era agredido por sus compañeros en la escuela pública de Baltimore a la que asistía por negarse a rezar en el aula y leer la Biblia en clase. La diplomada en derecho decidió por entonces iniciar una demanda conocida como Murray vs. Curlett en la que exigió que se respete la diversidad de cultos religiosos y de creencias que dicta la Primera Enmienda de su país. Increíblemente y casi por unanimidad en la Corte Suprema (ocho votos contra uno), logró que se elimine la oración cristiana y la lectura obligatoria de la Biblia de las escuelas públicas estadounidenses. Su triunfo es todavía hoy fantástico si se tiene en cuenta que en el país del norte todavía enseñan el creacionismo como teoría original sobre la aparición del universo y de nuestro planeta.

La cadena de juicios tuvo varios episodios. Demandó al municipio de Baltimore por eximir del pago de impuestos a la Iglesia y exigió a la NASA que los astronautas que orbitaron alrededor de la luna en 1968 no rezaran en vivo por televisión haciendo ostentación de su religión. Una inversión de los términos que llena de canas al cristiano más ingenuo.

Su fama como la atea militante más conocida en aquellos años la llevó a recibir a diario amenazas de muerte y cartas con insultos, entre las que se colaban algunos admiradores que le ofrecían dinero para la cruzada ateísta. Así nació Ateos de América («American atheists”), una organización sin fines de lucro, que por fuera de esta definición cosechó algunas cuentas en el exterior que más adelante le valdrían la muerte a Murray.

Además de las contiendas judiciales, Murray tuvo un programa de televisión y de radio en los que difundía el modo de vida ateo, fundó el primer archivo y biblioteca sobre la historia de los ateos y la primera convención norteamericana de ateos. Incluso en 1978 escribió un cuento infantil ilustrado titulado ¿Sabías que todos los dioses vienen del mismo lugar?, en el que explica en lenguaje asequible por qué las personas imaginaron siglos atrás un Dios todopoderoso y por qué es necesaria la madurez de nuestra especie.

Se dice de mí

Casi veinte años después de ganar el primer juicio que iniciara Murray, su hijo Bill decidió convertirse al cristianismo y desentenderse de su familia. Esto lo llevó a ser considerado un caballito de batalla para los medios de comunicación y las iglesias cristianas que buscaban quitarle credibilidad a la líder atea.

Ella había promovido la educación sexual escolar a partir del sexto grado y algunas declaraciones en favor del amor libre y sin edad la volvieron fácilmente atacable y a Bill totalmente creíble cuando describía su hogar como una cárcel totalitaria donde abundaban adornos de animales apareándose. Esto no parece un argumento capaz de desmerecer a alguien sino fuera porque en la vereda de enfrente estaba la moral protestante, ascética y con ínfulas de frugalidad, levantando el índice.

Las grandes virtudes de las figuras que construyen cambios estructurales en la política y la ciencia existen pegadas a carencias humanas en la biografía de la misma persona. Poner el foco sólo en prejuicios y defectos es una elección, como hace la película: mostrar a Murray negociando con un pastor la venta de los debates entre ateos y religiosos para ganar dinero. Pero cuando se elige sólo esa perspectiva para hablar de alguien que no se mantuvo a raya con los ítems de la educación general, la reacción culpa, avergüenza y humilla sin argumentos extra personales.

Un fin con castigo social

Madelyn Murray fue secuestrada junto a su hijo Jon y a su nieta Robin en 1995. La investigación sobre la desaparición de los tres fue motorizada por un periodista del diario San Antonio Express, ya que Bill Murray tardó un año en presentar la denuncia a la policía y estos no tenían interés en llevarla adelante de manera espontánea.

Todas las especulaciones indicaban que los tres podían haberse fugado con el dinero de las cuentas que tenían en el exterior a través de la ONG ya que, pocos días después de la desaparición, fueron vaciadas. Finalmente, se descubrió que habían sido secuestrados por David Waters, ex empleado de la organización que fue apartado de la misma por robar 54 mil dólares. En 2001 confesó dónde estaban enterrados los cuerpos, que habían sido mutilados con una sierra eléctrica, y fue condenado a 20 años de cárcel.

Ateos americanos sigue en pie y declara en su página web que continúan luchando por la separación de la Iglesia del Estado. En 2013, la organización logró levantar su propio monumento en Starke, Florida, con la famosa frase de Murray: «Un ateo cree que se debería construir un hospital en lugar de una iglesia», entre otras de Benjamin Franklin y Thomas Jefferson.

Murray merece muchos puntos a favor por haber enfrentado una sociedad pacata y cruel como mujer independiente y madre soltera, en una década en que ambas cosas otorgaban mucho más que descrédito. Le cedemos la palabra a Murray, en el breve texto que presentó a los Tribunales en su primera batalla judicial de 1960, explicando qué significa ser ateo:

“El ateo sabe que se debe realizar una acción en vez de rezar una plegaria. El ateo lucha por involucrarse en la vida, no escaparse hacia la muerte. Quiere que la enfermedad sea sometida, la pobreza derrotada y la guerra eliminada. Quiere que el hombre entienda y ame al hombre. Quiere una forma ética de vida. Sabe que no podemos poner nuestra confianza en un dios, ni enfocar acciones con una plegaria, ni tener esperanza de que los problemas se terminen en el más allá. Sabe que somos los cuidadores de nuestros hermanos y de nuestras propias vidas; que somos personas responsables, que el trabajo se hace aquí y que el momento es ahora».

Ana Clara Azcurra Mariani* – @serserendipia

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Docente (UBA), Becaria UBACyT del Doctorado en Ciencias Sociales

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