30 marzo, 2017
30 de marzo de 1982: «Luche y se van»
Por Sebastián Tafuro. Hace exactamente 35 años la CGT Brasil, comandada por el dirigente cervecero Saúl Ubaldini, convocó a una jornada de protesta en todo el país con el lema “Paz, Pan y Trabajo” contra las políticas de una dictadura militar que ingresaba en sus capítulos finales. Un ejercicio de resistencia extraordinario.

Por Sebastián Tafuro. En la tarde de este jueves una nueva movilización, con el sindicalismo a la cabeza pero un arco más amplio de organizaciones sociales y políticas, volverá a pisar la Plaza de Mayo y cerrará un mes con inéditos niveles de masividad callejera y fuerte confrontación con el gobierno de Cambiemos.
La fecha se inscribe en el recuerdo de una de las grandes gestas del movimiento obrero argentino: hace exactamente 35 años la CGT Brasil, comandada por el dirigente cervecero Saúl Ubaldini, convocó a una jornada de protesta en todo el país con el lema “Paz, Pan y Trabajo” contra las políticas de una dictadura militar que ingresaba en sus capítulos finales. Un ejercicio de resistencia extraordinario que mostró el descontento popular y la voluntad de lucha de un pueblo, así como también la vigencia del aparato represivo del Estado que generaría los asesinatos del trabajador y sindicalista textil José Benedicto Ortiz y del obrero mecánico Dalmiro Flores, más de 2500 heridos y unos 4 mil detenidos en todo el territorio nacional.
Unos días atrás, el Proceso de Reorganización Nacional conmemoraba su sexto aniversario en el poder en medio de una creciente debilidad, dada por las internas palaciegas, la mayor apertura política y una sociedad que comenzaba, en diversos planos, a desafiar los mecanismos del terror que tanta efectividad habían tenido sobre todo en los primeros tiempos luego del golpe. Aquella lectura aguda que hacía Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar donde detallaba el plan sistemático de la dictadura en todos los frentes empezaba a desmoronarse, no por la pérdida de vigencia de un texto eterno ni por el hecho de que los objetivos que se habían propuesto las Fuerzas Armadas y sus cómplices civiles no se hubieran cumplido en gran parte, sino porque el miedo, ese elemento clave para atenazar a la población, dejaba de operar con la misma intensidad.
«Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300 mil nuevos despidos, han retrotraído relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificado de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron». Así describía Walsh en esa magnífica misiva el escenario en el que se encontraban los trabajadores y las trabajadoras tras un año de dictadura.
Releer ese texto duele y habilita algunas preguntas: ¿cómo enfrentar semejante panorama de desolación? ¿Había algún resquicio bajo el cual escapar al control de los brujos y reconstruir la fortaleza de un movimiento obrero que había escrito páginas maravillosas y cuyo disciplinamiento era una de los propósitos centrales del Proceso? Si la respuesta a la organización era la tortura y la desaparición, ¿de qué manera asomar la cabeza sin que te la corten? Los dilemas estaban planteados con la crudeza que propiciaba la etapa. Aunque dicen que nada es eterno y David derrotó a Goliat, es difícil concebir, en un ejercicio de imaginación histórica, cómo se le podía ganar a ese monstruo.
Pero se podía. Ya en 1977 -unos días antes del primer aniversario del golpe- se había conformado la «Comisión de los 25», un agrupamiento de gremios de espíritu combativo frente al colaboracionismo de la Comisión de Gestión y Trabajo con nombres tristemente célebres como Jorge Triaca (padre), Armando Cavalieri o Juan José Zanola. Esos espacios serían los antecesores de la CGT Brasil y la CGT Azopardo, una de las tantas divisiones que atravesó la Confederación General del Trabajo (CGT) desde su nacimiento, habitualmente vinculada a sus posicionamientos políticos.
Los primeros convocaron al paro general del 27 de Abril de 1979, una primera señal de que algo se empezaba a mover frente a ese poder omnímodo y capaz de aplastar (casi) todo lo que lo desafiara. Los principales dirigentes fueron citados unos días antes en el Ministerio de Trabajo en lo que resultó ser una emboscada, ya que luego serían interrogados y detenidos en la cárcel de Caseros adonde permanecieron tres meses.
De todas maneras el camino iniciado no tenía vuelta atrás. La peregrinación a Luján ese mismo 1979 donde miles de carteles se expresaron bajo el pedido de «Paz y Trabajo», una nueva huelga -más potente que la anterior- el 22 de julio de 1981 y el acto de San Cayetano 15 días después exhibían una resistencia cada vez mayor. Las imágenes se asemejaban: multitudes crecientes, mensajes explícitos de rechazo a la dictadura y la represión como respuesta. Entre esas escenas, empezaba a despuntar un dirigente sindical que marcaría la década del 80: Saúl Ubaldini.
De lo microscópico a la masividad
Una de las grandes particularidades del movimiento obrero argentino es la fortaleza adquirida en los lugares de trabajo. Las comisiones internas, un impulso del primer peronismo pero que luego lo excedería largamente, serían un bastión durante la Resistencia y los sectores dominantes tendrían bien claro donde debían dirigir sus cañones.
Por eso, para que el 79, el 81 y como capítulo no final pero decisivo, el 82, fueran posibles era necesaria una reconstrucción por abajo, subterránea, que aún lejos de recomponer los niveles organizativos anteriores mantuviera viva una llama en el medio de esa oscuridad. Sin la misma, sin esos pequeños conflictos y reivindicaciones que se sucederían con escasa difusión pero moralizando a sus protagonistas, hubieran sido una ilusión óptica esas movilizaciones que resquebrajan los cimientos dictatoriales.
Y así llegamos al 30 de marzo hace 35 años.
Las calles de la Capital Federal se vieron conmovidas por una multitud inédita hasta ese entonces y que expresaba el punto máximo de confrontación con la dictadura, en ese momento encarnada por la penosa figura de Leopoldo Fortunato Galtieri. Un gran número de provincias también tuvieron enormes convocatorias. La represión porteña fue durísima e impidió la llegada a la Plaza de Mayo. Quienes vivieron in situ ese hecho recuerdan las corridas interminables por todo el centro escapando de la Policía y la Infantería desatada contra los manifestantes e incluso contra aquel que pasivamente apoyaba.
“Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar” era el cántico favorito de la muchedumbre. Y junto al lema de “Paz, Pan y Trabajo”, la consigna “Luche y se van” bajaba un claro mensaje del horizonte que sobrevendría prontamente. Aunque dos días después la invasión a Malvinas produjo una efervescencia popular en un sentido que pareció desactivar el rechazo de aquel inolvidable 30 de marzo, esa jornada marcaría un antes y un después en el destino de la dictadura.
Lucharon y se fueron. Así debemos recordar esa gesta.
@tafurel
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