22 marzo, 2017
Madre tonta, maestra abnegada o tetona fácil: las mujeres que sí en la dictadura
Por Mariel Martínez. Durante el gobierno militar la figura de lo que debieran ser las mujeres rondó alrededor de estereotipos hoy harto conocidos. Una mirada breve sobre el período puede dar una muestra de cuales fueron los principales.
Por Mariel Martínez. La figura de la mujer que la dictadura construyó no difiere mucho de la que arman hoy los sectores más reacios y conservadores con respecto a los derechos de género. Sin ir demasiado lejos la campaña del “bebito” impulsada por Mariana Rodríguez Varela intenta de una forma bizarra horadar la lucha por los derechos de salud reproductiva que una inmensa parte de la sociedad viene llevando adelante. No ha de ser casualidad que esta señora sea hija de Alberto Rodríguez Varela, ministro de Justicia durante la última dictadura militar y por lo tanto responsable de la apropiación de casi 400 “bebitos” de manera, al menos, ilegal entre 1978 y 1981.
Más allá de las formas particulares en que el genocidio perpetrado por el gobierno militar se plasmó en el caso de las mujeres (violaciones, apropiaciones, diversos tipos de violencia de género) en el universo de lo cultural, en donde el sentido se disputa masivamente, pueden encontrarse algunos perfiles que condensan imágenes de las mujeres deseadas o esperables que, obviamente, no pueden adjudicarse sólo a la perversa mente militar golpista. Claro que no. Pero en la suma a la cadena de construcciones decididamente patriarcales, estas formas constituyeron, quizás, uno de los eslabones más fuertes.
Doña Rosa
Fue Bernardo Neustadt, periodista cuya labor principal consistió en construir como legítimos a los gobiernos de facto, el que acuñó el término a principios de los ’80. A él se le puede endilgar la responsabilidad -nada menor- de nombrar con dos palabras breves a ese derrotero de ideas sobre el “ama de casa” argentina, de englobar en pocas sílabas una de las más dañinas construcciones del sentido común.
Doña Rosa es la señora que no sabe. Que limpia y cocina pero que no entiende. Que tiene voluntad y buenas intenciones pero, señora y de barrio, es inevitablemente tonta.
No se edificó, claro, ningún Don Señor. Es Doña. Doña Rosa. Nombrada así, Doña Rosa ya venía existiendo. A ella le habló la dictadura militar fomentando la persecución y la vigilancia hacia adentro de las familias. Las campañas televisivas intentaban convencerla de que la suerte de su propia familia era su responsabilidad individual y no la del Estado. “¿Usted sabe dónde está su hijo en este momento?», rezaba un slogan repetido hasta al hartazgo en publicidad gráfica y audiovisual. Y repetía: “¿Cómo educó usted a su hijo?”.
Sin embargo, en la vereda opuesta, la voz de la dictadura llamaba locas a las madres que sí, que efectivamente, buscaban saber dónde estaba su familia.
A esta construcción de mujer le correspondía otra, la de la familia que los “subversivos querían destruir”. Para muestra, un botón. Decía el vicealmirante Lambuschini, jefe del Estado Mayor General de la Armada: “Atacan a la célula inicial, la relación padres e hijos, y llegan hasta cuestionar la relación hombre-mujer, en aquellos elementos que hacen a su dignidad esencial”.
Jacinta
La figura de la maestra como segunda madre, cuidadora e impartidora de las principales leyes sociales también arroja discursos jugosos para cualquier estudiante de sociología. Por ejemplo, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Saint Jean, interpelaba en 1976 a las maestras de escuela primaria: “Piensen que están elaborando el futuro de sus propios hijos. Trabajen con la dedicación de una maestra, con el amor de una madre y con la fe de un apóstol”.
Madre, maestra y cura, la labor de las trabajadoras de la educación estaba asociada más a la regulación de las conductas sociales que a la construcción de conocimiento. Que la madre vigile y que la maestra discipline. Decía el entonces gobernador, que más importante que “la transmisión de conocimiento” era el aprendizaje de “pautas de vida” relacionadas a la seguridad y la paz.
Más adelante, más de lo mismo. La campaña de Malvinas “Argentinos a vencer” incluía como una de sus protagonistas a una maestra con el pulgar en alto, un pizarrón de fondo y el siguiente epígrafe: “Mientras están conmigo, yo soy la madre de todos estos chicos. Protegerlos y darles confianza es mi manera de hacer bien los deberes”. Y por si quedaban dudas del lugar individual, apostólico y solitario que cada una y cada uno debiera ocupar, la bajada recordaba: “Cada uno en lo suyo, defendiendo lo nuestro”.
Si existe un personaje que pueda resumir más o menos acabadamente algo de esto quizás sea aquella legendaria Jacinta Pichimahuida que en 1977 vivió la aventura de enamorarse. “Jacinta se enamora” al mismo tiempo que exaltaba el amor por la maternidad, conmovía de patriotismo: el film empezaba y terminaba con los acordes de Aurora, oda al pabellón nacional, en pleno genocidio.
Los hombres solo piensan en eso
Seguramente de lo mucho que puede decirnos sobre la dictadura los patrones culturales que esta manejaba, el cine es de los más habladores. El que fue prohibido pero quizás aún más el que fue fomentado.
En el periodo 1976-1983, Hugo Sofovich dirigió y filmó 12 películas de corte picaresco con vedettes semidesnudas y hombres manoseándolas más o menos explícitamente.
Algunos títulos para recordar aparte de Los hombres sólo piensan en eso son A los cirujanos se les va la mano o Las mujeres son cosas de guapos. Allí, vedettes de la talla de Susana Giménez o Moria Casán encarnaban diversos papeles actorales que rondaban alrededor de un único argumento: los capocómicos del momento intentando acercamientos sexuales en un relato siempre objetualizado y las más de las veces misógino y violento.
Olmedo y Porcel, Hugo Moser, ambos Sofovich, armaban historias a medida del pajero medio. Fotógrafo de señoras, en 1978, sumaba incluso el universo del crimen y el delito. Para más tinta, para más luego, el pensar también la exaltación de las fuerzas armadas en relación a este mismo tipo de cine: Palito Ortega, por ejemplo, produjo y dirigió Dos locos en el aire y Brigadas en acción en el 76 y 77 respectivamente.
También para posteriormente pensar las historias de amantes beneficiadas materialmente con los bienes robados criminalmente por los militares, como el discutido caso de Massera y su amante del momento, Graciela Alfano, otro de los cuerpos privilegiados en el cine de fines los ’70 y principios de los ’80.
No se sale de un repollo
Después de esto, algo obvio. Las ideas que tenemos acerca de cómo ser mujer no nos vienen solas. Han sido heredadas de décadas de planificación alrededor de lo que las mujeres deben ser, de para lo que sí están habilitadas. Son, por supuesto, papeles peligrosos: apuntan a la vigilancia, la indiferencia, el disciplinamiento y la cosificación. No por suerte sino por trabajo consciente, resistencia y militancia, las mujeres sabemos que así no. Tomar la herencia de las mujeres que se involucraron haciendo de la patria una tarea colectiva sigue siendo el horizonte. Un horizonte plagado de mujeres que sí. De mujeres que hicieron del compromiso y la conciencia su más visible signo de belleza.
@mariel_mzc
Nota: los fragmentos de los discursos utilizados en esta nota han sido extraídos de la investigación de Claudia Nora Laudano “Las mujeres en los discursos militares”
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