9 marzo, 2017
Nieve Negra: el arte de lo implícito
Nieve Negra rompe la idea a la que parecía nos tenía acostumbrados en el último tiempo el cine argentino: es posible lograr una buena película que sea dinámica y que cualquiera pueda ver.

Nieve Negra rompe la idea a la que parecía nos tenía acostumbrados en el último tiempo el cine argentino: es posible lograr una buena película que sea dinámica y que cualquiera pueda ver. No hace falta saber de tal o cual autor al que se hace referencia entre líneas, ni tener conocimientos técnicos. La película no pretende ser más de lo que muestra, y esto es destacable, porque el resultado, en principio, es bueno.
Un elemento fundamental para lograr ese atractivo es el género. Martín Hodara elige el policial y lo trabaja como hace bastante no se veía en nuestro cine. Nieve Negra es un policial/thriller psicológico que se reafirma a través de su estética. El espacio donde transcurre juega un papel muy importante. El bosque, la nieve, la tormenta, es donde se desarrolla la historia. Un ambiente gris con un aire pesadillesco nos sumerge dentro del film.
El que vive en ese espacio sombrío es Salvador, interpretado por Ricardo Darín, un misterioso y ermitaño hombre que vive aislado del resto del mundo. La película comienza cuando su hermano Marcos (Leonardo Sbaraglia) llega desde Madrid junto a su esposa (Laia Costa) para tratar de convencerlo de vender esa propiedad a una multinacional canadiense con la excusa de poder pagar el tratamiento de Clara (Dolores Fonzi), su otra hermana, internada en un hospital psiquiátrico.
Es destacable que la presentación de la multinacional sea punto de partida de conflicto. Que se postule como el detonante de la confrontación basta para asentar una posición ideológica.
La dinámica del film se sustenta en la fluidez del relato, que se basa en el recurso siempre seguro del flashback (seguro cuando es bien utilizado, como en este caso). Así, a medida que avanza la película las idas y venidas temporales nos van revelando de a destellos cuál es el verdadero conflicto detrás de los dos hermanos. De a poco, Hodara va dando pistas, juega, marcando de manera efectiva el ritmo del film. El recurso elegido es coherente con el género. Revela el pasado a través de cadenciosos travellings. La cámara se va moviendo lentamente, de forma suave, y así las acciones del pasado van apareciendo de a poco, generando una enorme expectativa de lo que se encuentra fuera de campo, aquello que la cámara aún no mostró.
Y el fuera de campo es lo que mantiene ese suspenso cargado de dinamismo a lo largo de todo el film. La imagen imaginaria juega aquí un papel fundamental, ya que toma tanta importancia como aquella que se muestra en pantalla.
Pero todo lo bueno se ve desdibujado por cómo se posiciona a los personajes. No hace falta el discurso para asentar una posición, y lo mismo ocurre con el rol de los personajes. En Nieve Negra son Darín y Sbaraglia el centro de la historia, los personajes cargados de intensidad dramática. Por el contrario, los personajes femeninos aportan solo de manera funcional al relato. Inclusive cuando Clara es parte fundamental del principal conflicto en cuestión (ese que se devela al final del film), sigue siendo solo un personaje que aporta al conflicto mayor: el de los dos hermanos. Ellos son lo importante, ellas aportan a su importancia. Así como los modos de narración y las diversas maneras de mostrar en imágenes muchas veces son lo atractivo del cine, en otras ocasiones revelan determinadas posturas que a primera vista no se identifican. Y que son cuestionables.
De esta manera, el buen manejo de los recursos de Hodara queda en la nada al revelarse su postura. Nieve Negra es un claro ejemplo de que no hay que analizar solo el discurso, sino también las formas.
Facundo Rodriguez
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