Cultura

26 febrero, 2017

Ay, Scandal

¿Es posible que una serie tilde todos los ítems que constituyen un éxito asegurado pero sea poco creíble, mal actuada y exagerada? Absolutamente. «Scandal» es la prueba y acaba de comenzar su sexta temporada.

En otra reseña sobre esta serie, alguien decía que genera una bipolaridad en sus televidentes: nos preguntamos cómo podemos estar viendo eso, pero no podemos dejar de verlo. Scandal se puede resumir tranquilamente en esa frase.

En lo formal, la serie trata sobre una pequeña firma de crisis management (gestión de crisis), dirigida por Olivia Pope (Kerry Washington) en Washington DC. El grupo de “gladiadores” -como les gusta llamarse a sí mismos hasta el cansancio- resuelve todo tipo de problemas del mundo de la política y los negocios de Estados Unidos. Asesinatos, aventuras amorosas, hijos no reconocidos, secuestros, cualquier cosa que se ponga en su camino es encubierta, resuelta o desmentida en uno o dos capítulos, con métodos poco tradicionales y fuertes campañas de manipulación de la opinión pública.

Pero Olivia Pope no es sólo eso. Trabajó en la campaña del republicano Fitzgerald Thomas Grant III (Tony Goldwyn) que lo llevó a la Casa Blanca y, mientras tanto (a no asustarse con el spoiler, es algo que en los primeros capítulos queda develado), fue (¿es?)  su amante.

A lo largo de la trama conocemos más en detalle a algunos de los demás personajes y, sobre todo, a muchos de los secretos que esconde la presidencia de “Fitz”, como llaman cariñosamente al “líder del mundo libre” (otra muletilla repetida hasta el cansancio). La mayoría de ellos tienen en el centro a Cyrus Beene (Jeff Perry), la mano derecha del presidente o a la propia Olivia y su padre.

Se suma a eso un escuadrón de espías y mercenarios top secret llamado B613, que está por encima del Comandante en Jefe y tiene como argumento de existencia ni más ni menos que, ojo, “defender la República”. Hacen lo que haya que hacer, matan a quien haya que matar, para mantener en pie el poder de Estados Unidos y sus instituciones.

Scandal tiene tres problemas graves: el primero es la escasísima credibilidad de su trama. A diferencia de otras series presidenciales como House of Cards o The West Wing, acá la enorme cantidad de ilícitos y la sencillez en su resolución la asemejan más a White Collar o cualquier serie de “resolver casos”. Además, el presidente de Estados Unidos parece tener todo el tiempo del mundo para sus aventuras y desventuras con Olivia Pope y su esposa Mellie -que es hábil políticamente y suficientemente ambiciosa para bancar cualquier cosa-. Las manipulaciones amorosas de «Fitz» son agotadoras y, por más que intentan mostrarlo como un «tipo común» en lo que hace a «los problemas del corazón», sencillamente es insoportable.

El segundo gran problema son los diálogos. Eternos, explícitos, todos piensan en voz alta y sacan conclusiones oralmente. Explican cada paso y ponen todo a la vista. Subestiman al público.

Por último, los personajes: son obvios. Olivia tiene buenas intenciones pero tiene issues con su padre y madre -que son perversos, pero sobre todo muy poderosos-, está enamorada del presidente y muy mal influenciada. Aunque es una “resolvedora profesional” y la “mejor de Washington”, toda decisión o conflicto la atormenta, angustia y desvela. Cyrus grita siempre, se estresa, pero consigue sus objetivos y defiende el poder conquistado. El presidente saca de quicio, las largas -larguísimas- escenas de su affaire con Pope, las idas y vueltas, los “te amo” y “dejaría todo por vos”, mientras el mundo estalla en mil pedazos convierten una serie que pretende ser sobre política en un culebrón insostenible. El ex B613 que lidia con querer ser “bueno”; el fiscal que trasciende sus altísimos estándares éticos para derrocar a un gobierno corrompido e ilegítimo, y siguen las firmas.

Scandal es pretenciosa. Sus creadores y actores la comentan constantemente en redes sociales, convencidos de estar haciendo un contenido de altísima calidad. Creada por Shonda Rhimes (el cerebro detrás de la superexitosa Grey’s Anatomy) tiene un ritmo vertiginoso y no pierde en ningún momento ritmo ni sustancia. Lo que pasa es que la sustancia es un poco berreta. Es por eso que vale la pena preguntarse ¿cómo llegó a la sexta temporada? ¿Por qué 8 millones de espectadores la siguen viendo cada semana en la televisión?

Aunque a veces los fenómenos televisivos son inexplicables, este no es el caso. Scandal tiene todo lo que tiene que tener (política, violencia, sexo, amor, lealtad, traiciones) y su ritmo desenfrenado -todo el tiempo pasan cosas nuevas y surgen giros de hechos del pasado- la vuelve un poco adictiva, aunque, como comenzaba este artículo, mientras se mira capítulo tras capítulo nos preguntemos “¿qué hago viendo esto?”.

Julia de Titto – @julitadt

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