2 febrero, 2017
Hasta las tetas
Por Mariel Martínez y Rocío Varela. Hace unos días, el “escándalo”: algunas mujeres que hacían topless en una playa de Necochea fueron coercionadas a vestirse por policías bajo amenaza de llevarlas presas. El movimiento de mujeres convocó para el próximo martes a un tetazo masivo en señal de protesta y resistencia.

Por Mariel Martínez y Rocío Varela. A principios del siglo XI en Inglaterra un conde llamado Leofric agobiaba a sus vasallos con impuestos altísimos. Los vasallos se atrevieron a protestar. Como buen conde, Leofric hizo oídos sordos a los reclamos hasta que sufrió un revés que no esperaba: a las protestas se unió su bella esposa. Hasta acá, la historia. Pero lo más interesante es la leyenda. El conde, para acceder a cumplir el pedido de vasallos y esposa, exigió a esta última que cabalgara por Coventry sin más vestimenta que sus cabellos. La esposa accedió, los vecinos se encerraron en sus casas, y ella cabalgó desnuda para contribuir a la victoria de una causa -más o menos- justa. Esta mujer se llamó Lady Godiva.
Cuenta también la leyenda que uno de los vecinos, un sastre de la zona, no pudo contenerse y abrió su ventana. La vio e inmediatamente quedó ciego.
Esta historia es vieja, pero encierra quizás muchos de los mitos que fundan los temores ante el cuerpo desnudo de la mujer: miedo a perder, miedo a tener que volverse justo, miedo a quedar ciego de belleza.
Incluso podríamos remontarnos hacia más atrás. Cuando los aqueos vencen a los troyanos y Menelao encuentra a su traidora esposa y se prepara para darle muerte, Helena muestra sus senos. Menelao, ciego de pasión, la perdona. También Eva, la primera mujer a la que se le adjudicó el inicio de todos los pecados, es la figura que engendra el primer temor o la primera vergüenza: por ella sabemos que estamos desnudos, por su osadía debemos taparnos.
Esta desnudez ha sido escrita por hombres. Siglos de hombres condensando en nuestros senos los sustantivos que no pueden materializar: temor, magia, peligro, embriaguez, vergüenza y hasta -Delacroix mediante- libertad.
Así, la carga semántica y simbólica que arrastramos en nuestras tetas ha generado regulaciones, políticas de Estado, comercios y múltiples formas de relaciones sociales en las que siempre el cuerpo que se oprime es el nuestro.
La última novedad es que en la playa algunas tetas no. Pero ¿cuáles son las que este sistema habilita que sí? ¿Cuáles son hoy las reglas que regulan nuestra desnudez?
Tetas que sí, tetas que no
Hay tetas que está bueno ver. La televisión abierta, con Tinelli a la cabeza, hace un culto del cuerpo sexuado de la mujer. Mujeres desnudas sensuales, mujeres lamiendo sogas u otros elementos más o menos fálicos, hombres simulándoles penetraciones anales y otras minucias de los bailandos por un sueño. A estas desnudeces no se las censura: se las fomenta y se las festeja.
Los medios, nada nuevo bajo el sol. El mismo día en que los diarios titulaban como escandaloso el hecho de que un grupo de mujeres prescindiera de la parte de arriba de su bikini en una playa bonaerense también festejaban el topless de Sofía Clerici en Punta del Este llamándola “diosa”: “Tiene unas curvas envidiables -mirá las fotos!-” (y acá mismo hay una línea a explorar entre las tetas y la clase).
Las de las curvas envidiables, las que insinúan consumo, son las tetas que sí. Las que se traslucen detrás de una remera húmeda en una publicidad de autos, las que se enfocan en primer plano en las publicidades de cerveza, las que aparecen con pezoneras de lentejuelas en la pasarela de la farándula y por las que hay que pagar entrada.
Las tetas que sí son grandes y turgentes, por eso el negocio de la cirugía ha crecido a base de siliconas y los corpiños push up son la moneda corriente de la ropa interior femenina. Porque nos dijeron desde pequeñas que esas tetas sí. Y que hay otras ¡tantas otras! que no.
Lejos de las que sí están las que no. Las que tienen que ocultarse, no ver el sol, no encontrar la mirada ajena. Casualmente son esas mismas tetas que van por fuera de la norma sexualizada que se nos impone. Son las tetas viejas, muy chicas, muy caídas, con estrías, con pezones negros, tetas madres que alimentan, las libres, las que no “calientan las redes”, las que no salen en tv. Son, en definitiva, las tetas que tenemos la mayoría. Algunas tetas escandalizan a las buenas familias en la playa, otras son trofeos en la pantalla. Una doble moral que no da tregua.
Hace unos meses, en julio del 2016, una chica de 22 años estaba amamantando a su bebé en una plaza de San Isidro, cuando dos policías se acercaron y le dijeron que tenía que irse arguyendo que “eso” estaba prohibido. “Eso” que tanto escandalizó a los policías es una de las tetas que no garpa.
De nuevo, policías mediante -una veintena esta vez- la playa de Necochea fue la protagonista de la censura patriarcal. Los hechos ya fueron nombrados: un grupo de mujeres haciendo topless, familias espantadas y agentes policiales ordenándoles que se vistieran bajo la amenaza de llevarlas presas. Una vez más se castiga la teta que no se compra, la que es libre, la que deshaciéndose del corpiño -¡cómo libera estar sin él!- busca disfrutar de la arena y el sol.
Todas las tetas todas
No es novedad que el cuerpo de la mujer sea el sexualizado, al que se le imponen las normas y se le exige un cánon de belleza. De lo que no se habla en todo caso es de cómo están sexualizados los cuerpos masculinos, sus propios pezones y pectorales. Pero, a diferencia de los pezones de las mujeres, los de los hombres ven el sol en la playa, en los parques, en internet, en cualquier asado de verano. Sus pectorales pueden ser más turgentes, más fofos, más o menos peludos, más rosados o más negros, viejos o jóvenes. Cualquier teta masculina es bienvenida.
Una vez más la norma del hombre es la que rige y la justicia patriarcal la que condena. Pero a veces, por suerte o por victoria, la moneda cae del lado de quienes son oprimidos y avanzamos algún casillero.
La causa de las mujeres en topless fue a parar a manos de Mario Juliano, Juez del Tribunal en lo Criminal 1 de Necochea. La denuncia se realizó por “actos obscenos” que alteran la “decencia pública”; el Juez consideró que no hubo tal delito, archivó la causa e instó a los agentes policiales a revisar su accionar, al mismo tiempo que reclamó a la Legislatura “la necesaria reforma del Código de Faltas en general, y particularmente su artículo 70, que es el que reprime a los actos obscenos”. “El Código de Faltas, vigente desde marzo de 1973, es una verdadera rémora autoritaria y los bonaerenses nos merecemos contar con una herramienta legal adecuada a una sociedad moderna, que contribuya a la convivencia y el uso igualitario de los espacios públicos”, explicó en el medio Cosecha Roja.
Claro que con la letra escrita no sobra ni alcanza. Las leyes con respecto a nuestros cuerpos y la justicia que las interpreta no son más que el eco privilegiado de una forma de pensar, de sentir y concebir a lo femenino. Ha sido más sencillo educar a las mujeres en un silencio sumiso que a los hombres en un diálogo respetuoso. Ha sido más cómodo acusar a las mujeres de indecencia y desnudez que enseñar y aprender de las propias diferencias. Ha sido más tranquilizador señalar a una mujer que “provoca” que a un hombre que mide su hombría sometiendo a otro cuerpo.
Falta. Claro que falta. Mientras tanto, se avanza. Este 7 de febrero en todo el país vamos a mostrar las tetas. Es nuestra forma de decir sí a todas las tetas que no.
@Mariel_mzc y @rociovarelac
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