19 enero, 2017
Aquarius, una defensa de la belleza y la memoria contra la voracidad corporativa
El segundo largometraje de Kleber Mendonça Filho propone la lucha entre una corporación por demoler un edificio para construir una torre desalmada y la última habitante del espacio de resistencia (una siempre hermosa Sonia Braga) como una metáfora del Brasil actual.

Frente a la playa, en el barrio de Boa Viagem, en la ciudad de Recife, un edificio de tres plantas construido en los años 40, que ya dejó atrás sus mejores días, es el escenario y el objeto del conflicto que el director-autor Kleber Mendonça Filho plantea como una metáfora del Brasil actual. La resistencia de un modo de vida centrado en la comunidad, los recuerdos y los afectos frente a la voracidad corporativa.
Aquarius es nombre del edificio donde se planea la construcción de una torre de acero y vidrio. La emprendedora inmobiliaria Bonfim compró todo, menos el departamento de Doña Clara, y entre ellos se establece el conflicto que funciona como nudo argumental.
Como su edificio, también Doña Clara es una sobreviviente que decide defender su espacio en un mundo donde el dinero habla más alto que cualquier otra cosa, plantándose frente a Diego, el joven heredero de la empresa que utiliza todos los recursos aprendidos en su licenciatura en EE.UU. para persuadirla de vender y materializar el Novo Aquarius, una torre brillante y sin alma. Cuando todos los vecinos ya cobraron y se fueron, la única y última residente persiste en su decisión mientras la presión aumenta y la cordialidad va dejando paso al acoso.
El conflicto avanza a través de una acumulación de detalles que Mendonça utiliza para construir el retrato en varias capas de una sociedad atravesada por la corrupción y la desigualdad, dominada por el coronelismo, el nepotismo de una clase enraizada en el poder.
El film desarrolla con nitidez una de las múltiples facetas del fenómeno que se conoce como gentrificación, que como un cáncer urbano corroe las ciudades, una patología alimentada por un sistema que se nutre de las ansias consumistas y se sostiene en el pragmatismo del progreso y la puesta en valor. Un fenómeno que puede ser encontrado en cualquier gran ciudad latinoamericana.
¿Qué es lo que hace que un departamento sea tu hogar? Buenos recuerdos, libros, discos, fotografías y cuadros, mucha vida transitada entre esas paredes. ¿Qué es lo que hace que una urbe sea tu ciudad? Su historia y la tuya entrecruzadas, rincones de amores y desencuentros donde tejiste lazos de amistad, solidaridad y compromiso social, un espacio de iconografía física y simbólica que la vuelve querible y familiar. El microcosmos de Aquarius refleja estas emociones y significados y los vuelve universales. Por eso genera tanta empatía la batalla asimétrica de Doña Clara.
Es un filme político, como el director lo expresó sin eufemismos en varias entrevistas y en la presentación en el Festival de Cannes, donde comparó simbólicamente su contenido con el golpe que destituyó a Dilma Rousseff, aún a costa de la eliminación de su película de las candidaturas al Oscar.
Afortunadamente, la película es más que un alegato político-social bien filmado. Más allá del conflicto entre la poderosa corporación y la resistencia individual, el mérito principal de Mendonça Filho es la construcción del personaje de Clara y su mundo.
Aquarius es ante todo un acto maravilloso y sorprendente del retrato, un encuentro largo y sin prisas con una sola persona. A diferencia de su anterior film, O Som ao Redor, un relato coral que también abordó el tema socio espacial en un condominio de clase media en Recife, en Aquarius la cámara a lo largo de las décadas solamente a una protagonista y la sitúa casi exclusivamente en un mismo lugar. Clara construyó una familia y una carrera en ese departamento. Ella se convirtió en viuda y abuela allí. Luchó contra el cáncer de mama y ganó en ese mismo lugar.
Clara es omnipresente, casi no hay momento donde no sea el centro de la escena. No es una persona fácil de tratar, pero no se puede negar la fuerza de su personalidad, el alcance de su intelecto o la intensidad de sus apetitos.
El contraste entre las primeras secuencias de su departamento lleno de gente y el presente con un espacio vacío es evidente y refuerza la sensación de quien se aferra a los recuerdos. A Clara le importan los recuerdos, sin dudas, pero más su independencia. Vive el presente como la alegría de fiestear con sus amigas, la compañía de su sobrino, el nadar y las conversaciones pícaras con el guardavidas. En diálogo con una periodista demuestra su conocimiento de tecnologías como el streaming, aunque defiende su pasión por el vinilo. Tampoco renuncia a la sexualidad y cuando la constructora organiza una orgía en el piso superior con el motivo de asustarla, ella observa casi fascinada y decide dar curso a su propia fantasía.
Es emocionante ver a Clara rechazando con su ira y su tozudez lúcida las abrumadoras propuestas del desarrollador con sonrisa de acero. Ella es una guerrera empeñada en defender la distinción estética, el pensamiento crítico y la libertad sexual y creativa, cosas que no pueden ser compradas, vendidas o indexadas. Y no es alguien a quien quieras enfrentarte en una pelea.
Mendonça no tiene una mirada complaciente sobre su personaje ni soslaya su perfil de clase. Clara es una viuda acomodada y ha cultivado gestos de toda la vida de altivez inconformista, vive de renta, su resistencia está reforzada por la riqueza que le dejó su difunto marido.
Es difícil pensar una mayor identificación que la lograda por Sonia Braga su personaje que, a los 65 años, también ha envejecido con una belleza natural y seductora. La heroína de la trilogía de Jorge Amado, doña Flor, Gabriela y Tieta, absorbe cada minuto de la película. Braga pone intensamente cada parte de su cuerpo, desde su hermosa cabellera negra hasta sus pies descalzos, en la composición de esta mujer obstinada y maravillosa que no oculta su seno mutilado. Más que cargar con el peso de ser un mito símbolo de la belleza y el erotismo, lo re-elabora actualizado con una actuación que ocupa con sensibilidad y fuerza toda la pantalla y mantiene al espectador hipnotizado por su carisma.
Si O Som ao Redor, anunció la llegada de un nuevo talento al cine internacional, con Aquarius, Mendonça Filho, ex crítico de cine, no hace más que confirmar sus condiciones, retomando la tradición comprometida del Cinema Novo de los 60, de Nelson Pereira y Glauber Rocha, de los más recientes Walter Salles –Estación Central– y Fernando Meirelles –Ciudad de Dios– y la renueva con temática y lenguaje propios.
Silvio Schachter
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