Derechos Humanos

22 diciembre, 2016

La Navidad de los presos políticos: una historia de resistencias

La consigna “por una navidad sin presos políticos” tiene una larga y triste historia en nuestro país. Y este año tendrá una actualidad aplastante. Por eso, desde Notas, decidimos reunir el relato de tres militantes que recibieron varias navidades en las cárceles de la dictadura. Memorias de solidaridad y resistencia.

Miguel Ángel Molfino Giannetti, Luis “el Pájaro” Franganillo y Biqui López estuvieron presos durante la última dictadura cívico-militar. Todos coinciden en algo: la única ventaja era estar rodeado de compañeros. Entre los más de 10 mil presos reconocidos se organizó una resistencia para vencer la locura y la muerte. Lo hicieron juntos. Conversando de celda en celda por código morse. O contando de memoria películas enteras. O haciendo circular libros entre todas las manos. Estos relatos son apenas algunas chispas de ese gran fuego.

Navidad tumbera

Miguel Ángel Molfino Giannetti estuvo preso desde los primeros meses de 1979 hasta enero de 1984. Pasó por la U7 de Resistencia, la U9 de La Plata, la cárcel de Rawson y Devoto. Él cuenta una de esas navidades de esta manera:

«Con Raúl Argemí compartíamos la celda 233 en la U9 de La plata. Faltaban solo días para la Navidad. Tanto para él como para mí, la Navidad o el año nuevo nos importaban muy poco. En la cárcel todos los días son un solo día. O se parecen odiosamente. Nuestra cena navideña sería el habitual guiso tumbero de todos los días: grasa, hueso y gorgojos. Pero decidimos hacer un pajarito, un destilado alcohólico típicamente carcelario que lleva naranjas, mucha azúcar, levadura de cerveza y agua. Se envasa en un bidón limpio -el mismo que usamos para guardar el kerosene del calentador- y se lo cierra herméticamente por varios días. El resultado es una potente sidra.

Pues bien, con Sopeto (así le decíamos a Raúl) nos agenciamos vía los presos comunes los condimentos con los que no contábamos y dejamos que se elabore el menjunje. Ya en la noche del 24, comimos nuestro guisote y destapamos el bidón. El chorro del líquido salió con una fuerza inusitada. Y nos lo servimos en nuestros jarros de lata. Hacía añares que no tomábamos una gota de alcohol. Pero esa noche, mi compañero y yo chupamos con gusto, presagiamos entre brindis la pronta caída del régimen y la inmediata toma del poder por la clase obrera y el pueblo, cantamos la Internacional, cumbias, El Orangután de Chico Novarro y hasta Twist y gritos. Nos dormimos sin darnos cuenta, ebrios de tanta victoria después de una Nochebuena batida por banderas rojas y argentinas».

Cantar para los compañeros

Luis “el Pájaro” Franganillo cayó preso en 1975. Tenía 24 años, era Montonero. Salió a los 30 con libertad vigilada. Pasó seis navidades en la cárcel. Todas ellas en Rawson, ahí donde hacía tres años se habían fugado unos presos políticos y habían sido fusilados los que no lo lograron en Trelew. Él lo cuenta así:

«Casi tres años de los seis que estuve en Rawson fui parte del experimento que pusieron en marcha para quebrarnos psicológicamente. Nos sacaron todo. Fotos, cuadernos, lapiceras, libros. Todo. Para tener algo, pedimos Biblias. Esa era la única lectura. No teníamos nada pero nos teníamos a nosotros y a la organización que nos dábamos. Festejar o pasar una fecha importante también estaba organizado.

Navidad en la cárcel era como cualquier día. La comida tal vez fuera un poquito diferente, pero a las ocho nos metían a todos en los calabozos. No había horario especial. En la “época bíblica”, como le llamamos a esos años en los que nos hicimos expertos en la Biblia, alguna vez hubo una misa en el patio. Pero nada más. Yo estaba en un pabellón que tenía 21 celdas de cada lado y un pasillo en el medio donde nos juntábamos en las horas en las que estaban las puertas abiertas. Cada fila de celdas daba, hacia atrás, a un patio y hacia adelante a ese pasillo. Arriba, bien arriba, había un agujero con rejas en cada una de esas paredes.

En Navidad esperábamos que se hicieran las doce y entonces estirábamos lo más que podíamos el cuello hacia el agujero que podría llamarse ventana y cantábamos. Por turnos. Yo cantaba mal, o por lo menos eso me habían hecho creer las maestras de la primaria, esas que cuando hay que cantar te escuchan y te dejan al costado. Pero no importaba. Había que cantar. Además podía aguantar la vergüenza porque no me veían la cara. Tenía mis hits. Lamento borincano y Toda una vida del Cuco Sánchez, algunas de Manzanero. Otros cantaban folklore y también Charly García. Hacía cada uno su canción y después cantábamos juntos. Cantar también era el valor de la unidad, de la solidaridad, del compañerismo.

Yo aprendí que una persona, en esas circunstancias extremas, desarrolla fuerzas positivas que vaya a saber dónde tenía guardadas. Por ejemplo cantar y sentirte un gran cantor por cómo te escuchaban los compañeros aunque antes te hubieran dicho que eras un queso».

Negarse a todo

Biqui López estuvo preso desde 1975 hasta febrero de 1988. Salió porque había cumplido su condena de cadena perpetua -gracias a una ley sancionada en el ´85 que hacía valer a los años de dictadura por dos-. Después estuvo cinco años más con libertad vigilada. Empezó en Córdoba donde fue detenido. Pasó por Sierra Chica, Rawson, Caseros y terminó en Devoto. Su compañera fue fusilada en la cárcel de Córdoba en 1976. Trece navidades pasó en la cárcel. Eligió la de 1978 en Sierra Chica para contarnos su experiencia:

«En ese año estábamos en plena resistencia. Habíamos ideado un sistema de vigilancia entre los compañeros de todas las organizaciones. Nosotros los vigilábamos a ellos. A través del pasaplatos los espiábamos durante todo el día. Cada vez que ellos se movían, nosotros nos lo comunicábamos en sistema morse. Para entendernos ellos habían aprendido el sistema morse, así que hablábamos un morse inventado.

No les hacíamos caso en nada. Si decían que corriéramos, nos negábamos. Si nos decían que camináramos, nos negábamos. Así sumamos días y días de castigo y éramos tantos los castigados que los sectores de aislamiento estaban completamente llenos. Esa Navidad, todos los sancionados cantamos a los gritos pelados. ‘Si no nos fusilan hoy, no nos fusilan más’, nos dijimos. Y seguimos cantando y cantando toda la noche».

Juan Mattio – @juanmattio

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