21 diciembre, 2016
La humanidad del ajuste: historias de investigadores expulsados por el CONICET
Detrás del actual conflicto que enfrenta a la comunidad científica y el Ministerio de Ciencia y Tecnología se esconden horas de trabajo, estudio y formación. Cada una de esas 500 personas que por más que fue recomendada por las distintas instancias de evaluación no pudo acceder a su carrera de investigación tiene proyectos y propuestas. Quieren hacer ciencia en la Argentina. Desde Notas te contamos algunas de sus historias.

Detrás del actual conflicto que enfrenta a la comunidad científica y el Ministerio de Ciencia y Tecnología se esconden horas de trabajo, estudio y formación. Cada una de esas 500 personas que por más que fue recomendada por las distintas instancias de evaluación no pudo acceder a su carrera de investigación tiene proyectos y propuestas. Quieren hacer ciencia en la Argentina. Desde Notas te contamos algunas de sus historias y aportes.
Curar el cáncer, conocer cómo comunidades se vinculaban a su territorio en el pasado para entender la actualidad, desarrollar materiales que puedan mejorar la industria alimentaria o indagar en cómo impactan los relatos testimoniales en la construcción del relato lingüístico argentino. La investigación científica es tan amplia como amplio es el conocimiento humano y la imaginación. Desde las ciencias sociales y humanísticas hasta las exactas y naturales, pasando por combinaciones y aplicaciones múltiples, en equipos específicos o multidisciplinarios, en un laboratorio o en campo, con fuentes primarias o secundarias, el mundo por descubrir y comprender no tiene límite.
No tienen límite tampoco la capacidad de innovación, las horas sin dormir o la pasión por el conocimiento. Lo que sí tiene límite son los recursos. El Estado decidió este año bloquear el ingreso a la carrera de investigación. El impacto del recorte presupuestario en ciencia y técnica en el CONICET, que nuclea a la mayor parte de las y los investigadores, se traduce en proyectos que podrían quedar truncos si el gobierno no da marcha atrás en su decisión.
Es el caso de Juan Garona que con 30 años se especializa en oncología molecular y ha aportado en el desarrollo de terapias contra el cáncer. Forma parte del equipo de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI) que junto con el Estado cubano, otras universidades y hospitales públicos y privados del país desarrollaron la vacuna Racotumomab para cáncer de pulmón avanzado. También están avanzando en la aplicación de la desmopresina en cirugías de pacientes oncológicos con el objetivo de disminuir metástasis y controlar el sangrado en cáncer de mama y colorrectal.
“A partir de 2010 cuando yo arranco mi etapa doctoral luego de graduarme, pude empezar ese trabajo gracias a una beca doctoral tipo 1 que me otorgó el CONICET”, contó a Notas. “Estudiamos la desmopresina y nuevos derivados del compuesto en cáncer mamario. Luego de cinco años, cuando logré doctorarme, obtuve una beca post doc también en base al mérito. Ahí decidimos extender el estudio de esa droga en otros tipos de tumores sumamente agresivos, con pocas alternativas terapéuticas como el colorrectal y el de hígado, puntualmente el hepatocarcinoma”. Los resultados, dijo, son “sumamente positivos, muy alentadores”.
Garona destacó que además tiene especial entusiasmo porque la droga es muy económica lo cual es muy relevante “dada la situación socioeconómica de la Argentina” y que a medida que avanza la investigación van descubriendo nuevas aplicaciones y beneficios terapéuticos.
Si hay algo que históricamente se ha criticado al sistema científico es cierta tendencia a medir los avances y proyecciones del trabajo en papers y publicaciones académicas. El joven licenciado en Biotecnología y doctor en Ciencia y Tecnología también suma porotos ahí: publicó 11 papers y en tres figura como primer autor.
Este año se presentó al CONICET para ingresar a la carrera en la convocatoria de “temas estratégicos”. Siente bronca y frustración y asegura que la posición sostenida por él y el resto de quienes fueron excluidos es clara: “Queremos hacer ciencia de calidad para nuestro país”, afirmó.
Además, dijo que el ministro Lino Barañao debería “dar un paso al costado”. “Ya no está velando por el bienestar de los científicos argentinos y no muestra intenciones de mantener la integridad del sistema”, reflexionó.
Victoria García es otra del listado de 500. Es becaria posdoctoral del CONICET hace dos años y cinco antes tuvo una beca doctoral. Trabaja en el Instituto de Filología y Lenguas Dr. Amado Alonso que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Su tesis de doctorado abordó la obra testimonial de Rodolfo Walsh y ahora se dedica a otra literatura del mismo registro durante la post dictadura militar. “Estuve recomendada por mi área y por la junta evaluadora y ahora me quedo afuera”, explicó.
Otra aplicante a CONICET es Yanina Martínez, una biotecnóloga que pretendía ingresar al Instituto Balseiro para conformar un equipo junto a físicos e investigar el “encapsulamiento de antioxidantes para la liberación controlada”, un desarrollo vinculado a la industria de la alimentación. “Me prorrogaron la beca posdoc hasta el 28 de febrero, pero no tengo ninguna certidumbre de qué va a pasar después de eso”, contó a Notas.
Las ciencias sociales tampoco están exentas. Mariana Sacchi, arqueóloga, trabaja con comunidades de la Patagonia, más específicamente de Santa Cruz y Chubut, en el uso de las tecnologías como forma de apropiación y vinculación con el territorio de pueblos del pasado. Desde que empezó la carrera de grado pasaron 16 años y en el medio formó parte de distintos equipos de investigación, publicó siete artículos en revistas de alto impacto en la materia, escribió 14 capítulos de libro con referato, se dedicó a la enseñanza universitaria, secundaria y de formación docente. “Pero lo más importante es la relación de la ciencia con la comunidad”, resaltó.
Con la decisión del CONICET, “queda trunco un proceso de conocimiento”, afirmó Sacchi al ser consultada sobre el impacto en el proceso de investigación de su no acceso a la carrera. Para la arqueóloga, formada en la universidad pública, se trata de “una apuesta a quedarse acá. A hacer ciencia en y para el país, como una cuestión de soberanía. Es injusto y nos están obligando a exiliarnos”, concluyó.
Foto: Gustavo Pantano
Julia de Titto – @julitadt
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