Batalla de Ideas

19 diciembre, 2016

¿Qué queda a 15 años del fuego?

Por Juan Manuel Erazo. El 2001 fue el punto de partida de una contraofensiva popular que aun no ha sido derrotada en términos totales. Sostenerla implica encontrar el camino heroico antes de buscar los atajos. Derrotar al adversario implica tener conciencia del momento histórico.

Por Juan Manuel Erazo. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y en el sistema capitalista vigente, es la lucha entre las fuerzas del capital contra las fuerzas del trabajo.

Militantes de la praxis como Ernesto “Che” Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez, han demostrado que la lucha de clases en América Latina debe adaptarse a las condiciones de nuestro territorio, nuestras identidades nacionales, nuestra historia. Y pocas veces todo eso se condensa en un punto casi exacto, o como diría el dirigente sindical Agustín Tosco, “momentos en que el pueblo sintetiza en la acción los pasajes más significativos de su historia”. Eso fue lo que sucedió en Argentina en diciembre de 2001.

El punto de partida…

No pueden explicarse las jornadas de lucha de 2001 sin entenderlas en un contexto histórico continental y mundial. Para aplicar un plan económico neoliberal que sirviera como salida del imperialismo norteamericano y el capitalismo global a la Crisis del Petróleo, diversas dictaduras impuestas en América Latina a partir de la década del ’70, frenaron a sangre y fuego un ciclo de acumulación ascendente de los sectores subalternos a nivel continental.

Esta tendencia regresiva no fue revertida durante la “transición democrática”. Los noventa fueron la profundización de esa postal signada por la avanzada del capital sobre el trabajo. La organización popular había perdido -vía genocidio- a compañeros, teorías, cuadros, mística, espíritu. Mientras que el Partido Justicialista se convirtió en el garante de la gobernabilidad para el proyecto neoliberal.

Hasta la Crisis del Tequila (1994), la hegemonía de las clases dominantes se constituyó en base a mecanismos coercitivos desmoralizantes (amenaza hiperinflacionaria, alto desempleo y fragmentación de la clase obrera), pero a su vez, permitían ligar la expansión del capital a la mejora de las condiciones de vida de las capas sociales medias. Luego de dicha crisis, predominaron los mecanismos de centralización del capital, caída del salario real, desempleo planificado, empobrecimiento de los hogares más vulnerables, estancamiento económico y disminución de los ingresos de aquellas capas medias que antes disfrutaban la “lluvia de dólares”.

La huelga general del 13 de diciembre del 2001 declarada por la CGT Oficial (Rodolfo Daer), CGT Disidente (Hugo Moyano) y la CTA, a la que se plegaron organizaciones de trabajadores desocupados, ya fue una expresión de una alianza coyuntural de diversos sectores: trabajadores formales, desocupados, clases medias profesionales. Todos ellos aunados en una misma identidad, “el pueblo”. Con un mismo objetivo, “que se vayan todos”. Un mismo símbolo, la bandera celeste y blanca. Un mismo enemigo, la clase política. Un mismo hecho, “El Argentinazo”. Todo eso en las calles el 19 y 20 de diciembre, clavaron una bisagra en la historia.

…de un ciclo abierto

El descreimiento en determinadas instituciones, en la clase política, en el establishment, el surgimiento de nuevas formas de organización político social, la desocupación, la pobreza, todo eso tuvo una respuesta, se llamó kichnerismo ¿Por qué? Básicamente porque recompuso el consenso social y el crecimiento económico sobre la base de viabilizar la ampliación de derechos y la satisfacción de determinadas demandas populares postergadas ¿Fue una respuesta del establishment? ¿De las castas políticas? ¿De las organizaciones sociales? Quizá fue un poco de todo eso, lo que explica porque gobernó durante 12 años y aun continúa siendo una fuerza política viva.

Durante 12 años, y en consonancia con un ciclo continental progresista y de integración, se desarrolló una correlación de fuerzas favorable para los sectores subalternos. Pero paradójicamente, se dio también un proceso de profunda fragmentación del campo popular. Esta fragmentación es expresión de una modificación en la dinámica de la lucha de clases en la cual se desarrollaron distintas estrategias que no han logrado una síntesis.

Por un lado, los trabajadores formales recuperaron una mejor capacidad para la disputa salarial y la organización sindical, pero no así una representación política directa en el Estado ni lograron la transformación de determinadas estructuras sindicales viciadas. Por otro lado, los sectores excluidos de los círculos de integración del capital-trabajo, obtuvieron mediante la organización, conquistas significativas para el sector de la economía popular, pero también el salto de lo reivindicativo a la consolidación política e institucional de estos sectores fueron pasos que se dieron en pequeñas escalas si consideramos una correlación de fuerzas favorable a los intereses populares. Estas dos caras de la clase que vive del trabajo no lograron una unidad orgánica.

Los puentes generacionales entre la militancia popular hija de la resistencia al neoliberalismo (esa que tuvo que reconstruir su propia historia), y la hija de la etapa kirchnerista, fueron vasos comunicantes muchas veces rotos. El kirchnerismo, como proyecto popular de liberación nacional, encontró serias limitaciones estructurales. La central la planteó el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: “Articula y cambia el sentido común, pero derrota a tu adversario. Y luego de derrotar al adversario vuelve a articular. Esa es la formula real y practica de la hegemonía”.

Hoy gobierna la derecha orgánica. Si bien el kirchnerismo puede contener mayores niveles de responsabilidad por haber sido Gobierno, fue el campo popular en general quien fracasó, quien no pudo derrotar al adversario, quien no pudo construir hegemonía.

En la actualidad el continente (envuelto en un mundo convulsionado) enfrenta una nueva ofensiva del capital, del imperialismo norteamericano, de las derechas locales, del neoliberalismo en crisis. El enemigo se ha rearticulado, está en movimiento, ha tomado posiciones. No obstante no hay derrota de la lucha de clases, pero puede haberla.

El campo popular tiene dos desafíos. En el corto plazo, resistir en unidad. En el mediano y largo plazo, aunar los intereses de diversos sectores de las clases subalternas en una misma estrategia emancipadora que exprese una alternativa política disruptiva. El 2001 fue el punto de partida de una contraofensiva popular que aun no ha sido derrotada en términos totales. Sostenerla implica encontrar el camino heroico antes de buscar los atajos. Derrotar al adversario implica tener conciencia del momento histórico.

@JuanchiVasco

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