Derechos Humanos

15 diciembre, 2016

Volvieron los escraches, volvieron fuerte

Cientos de militantes llegaron a la casa de Alfredo Omar Feito, ex miembro del Batallón de Inteligencia que fue beneficiado con la detención domiciliaria en agosto de este año. Desde HIJOS, adelantaron “si no hay Justicia, hay escrache: se va a seguir construyendo la condena social”. Ahora, cada vez que un vecino recorra el barrio podrá leer en la calle: “Acá vive un genocida”. Crónica y fotorreportaje.

Feito nunca se fue. Estuvo detenido, estuvo prófugo. Pero nunca se fue de la memoria de sus víctimas. Estuvo en el Olimpo, en esa sede del terror que fue aquel ex centro clandestino de detención y exterminio ubicado entre la avenida Olivera y Ramón Flacón, en Floresta, que tenía la fachada de un garaje. Hoy, “Cacho”- el apodo que había elegido para moverse en la impunidad- vive a poco más de un kilómetro del lugar donde sembró el terror.

Gustavo Pantano
Gustavo Pantano

Esa fue la distancia que recorrió una nutrida columna con panfletos donde recordaban que Feito estuvo en el Cuerpo V del Ejército en Bahía Blanca, que integró  el Batallón 601 de Inteligencia, que torturó, secuestró y desapareció en el Olimpo y El Banco.

Gustavo Pantano
Gustavo Pantano

Los volantes que HIJOS le entregaba a los vecinos también decían que  había sido dado de baja en 1983, que en mayo de 2012 fue condenado a 10 años  de prisión en el juicio que investigó los crímenes durante la Contraofensiva Montera, que también fue juzgado por 116 casos en la causa ABO (Atlético- Banco – Olimpo). Y que fue condenado a 18 años de prisión.

Gustavo Pantano
Gustavo Pantano

En diciembre pasado el cambio llegó a todos los ámbitos. Especialmente se hizo sentir en las celdas de los genocidas, que empezaron a palpitar las últimas horas en cárceles comunes. Su turno para festejar llegó el 26 de agosto pasado, cuando los jueces del TOF Nº2, Jorge Tassara, Rodrigo Giménez Uriburu y José Antonio Michillini, le concedieron la prisión domiciliaria. Ese fue su pasaje de salida. Y de regreso. Feito volvió al barrio donde torturó.

Una luz cobarde

“Donde hubo terror habrá vida”. Esa fue la bandera que las organizaciones de derechos humanos levantaron durante años para exigir que los espacios que funcionaron como centros clandestinos sean sitios de memoria, como el caso del Olimpo. El mismo lugar que eligieron para concentrar cientos de personas, donde Feito torturó, hasta la casa del genocida, ubicada en Moreto 1131.

Cerca de las 20.30, la columna llegó hasta el domicilio. La casa no sobresalía en el barrio: un frente gris, con ventanas a la calle y un piso sobre otro. Tan cuadrada como oscura. Una docena de efectivos de la policía federal formó un escudo de gorras, carne y chalecos frente a la vivienda. Desde unos metros, se alcanzaba a ver una luz cobarde que se asomaba por una pequeña ventana. Una luz que se filtraba por la puerta, que recordaba que alguien, ahí dentro, estaba siendo interpelado, que recordaba una presencia, que alguno la encendió y que no la apagó. Que quería demostrar que ahí estaba: en la comodidad de su hogar.

Un plan

“Desde el gobierno se conformó un plan para otorgarle la libertad a los genocidas. Por eso regresa el escrache. Porque no hay Justicia. La Justicia siempre fue hostil hacia el campo popular, pero conseguimos que en los últimos años avancen los juicios. Hoy esa construcción peligra. Por eso estamos en la calle”, reflexionó Juan Carlos Iturroz desde la Mesa del Escrache, después de leer el documento de la actividad. Juan Carlos planteó también que no son los mismos. No lo somos. Llegamos a este momento con una experiencia, con una mochila de herramientas que se recolectaron en cada conquista obtenida en el asfalto: “Porque es en la calle donde se ganan los juicios”.

Eso lo sabe Verónica Cols, que ayer se movilizó con su hijo Ioshua que tenía una remera argentina estampada con la 10 y una bandera reclamando juicio y castigo. El padre de Verónica, Héctor Joge Cols, fue asesinado en 1974 por la Triple A. Había militado en la JP y luego pasó al PRT- ERP. Tiempo antes de ser muerto, fue detenido cuando pintaba: “A morir o vencer por la Patria Socialista. El Che Guevara vive en cada fusil guerrillero”. Mientras Ioshua agitaba la bandera, Verónica se acordó de su padre. “Vengo con mi hijo porque quiero que pueda hablar de lo que nos pasó, quiero que sepa qué le pasó a su abuelo, porque el día de mañana ellos van a seguir con esta lucha. Por todo eso, es muy importante que se haya podido volver a hacer una medida así”, dijo.

“Yo venía a los primeros escraches, cuando éramos poquitos. Una vez, me acuerdo, hicimos uno y no vino casi nadie. Quedé yo, mi compañero (Juan Carlos Lozza) y Olga Arédez. Ahora es necesario que vuelvan con fuerza”, explicó Beatriz Capdevilla, fundadora de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza.

Pisando las diez, la actividad llegó a su final. Se cerró luego de poner en los altoparlantes las voces de los ex detenidos que fueron víctimas del genocida. Se cerró cuando se fue el último militante. Cuando todavía la casa seguía custodiada por una docena de policías, controlando que aquella luz cobarde siguiera encendida.

Leandro Alba – @leanalba

 

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