Batalla de Ideas

12 diciembre, 2016

Macri y el inesperado arte de la política

Por Federico Dalponte. Hace un año asumía Cambiemos en una situación de franca minoría. La turbulencia política dinamitó el escenario político y los actores se reacomodaron tanto más cerca o más lejos del gobierno. Y así, como nuevo eje, el oficialismo sacó una ventaja que intentará ampliar en 2017.

Por Federico Dalponte. Este año pareció más corto. Hace apenas doce meses Cambiemos era ese actor minoritario de la política que de repente accedía al poder. Casi un milagro de los tiempos bipolares. Con ello, un escenario plagado de hostilidades emergía silencioso y por lo bajo, y amenazaba con cobrarse al neonato gobierno de empresarios: provincias adversas, Congreso opositor, calle revuelta.

Pero la procesión también iba por dentro; el Frente para la Victoria (FpV) comenzaba a digerir su propio fracaso. La derrota fatal, determinante, dinamitaba el liderazgo indiscutido de Cristina Fernández de Kirchner y el poder homogéneo del peronismo flaqueaba estruendoso. Fue todo hace sólo doce meses. Aunque parece más.

La escasa transición entre la noche del 22 de noviembre y la mañana del 10 de diciembre descolocó al kirchnerismo. En tiempos de anarquía no hay traidores, habrá pensado Diego Bossio, y huyó del bloque de diputados sin siquiera saludar. Con él se fueron varios. El peronismo, en sus reagrupamientos más numerosos, contaba ahora con tres poderosos bloques en la Cámara Baja: el kirchnerismo oficial, el díscolo y el Frente Renovador de Sergio Massa.

De igual modo, los mismos pasos siguieron los gobernadores antes alineados al FpV. Dos días después de la asunción de Macri, aceptaron el convite oficial y se presentaron todos en la quinta de Olivos. Nada raro hasta allí. Pero los posteriores arreglos en forma de coparticipación y posicionamientos públicos dejaron entrever un perfil colaborativo. Desde Juan Manuel Urtubey hasta Gildo Insfrán, cada uno a su paso, todos comprendieron dónde estaba ahora el calor de la billetera.

Se habían terminado los días de confrontación abierta. Pero el presidente todavía no lo creía, y cuando quiso demostrar autoridad se equivocó. A cuatro días de asumir, salteó al Senado y procuró designar a dos miembros de la Corte por decreto. Meses después entendería que era más fácil negociar con los senadores que atacarlos. Así consiguió su aval al decreto de disolución de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) y al pago a los fondos buitre.

La resistencia kirchnerista al gobierno se dio sin embargo en Diputados. En un principio, Héctor Recalde apenas pudo mantener su bloque unido. Pero, una vez afianzado, sus posicionamientos procuraron defender ciertas causas con respetable coherencia. Nota destacada en ese escenario para Axel Kicillof, vocero en muchas ocasiones de las posturas más firmes del FpV.

Con todo, sus números fueron insuficientes. Sergio Massa fue, en cambio, el actor más determinante de la Cámara Baja en este año. Resultado de una elección dividida en octubre de 2015, su bloque fue el árbitro de la gran mayoría de las votaciones cruciales. Cuando el Frente Renovador se inclinó hacia el oficialismo, se aprobó el pago a los fondos buitre y el blanqueo de capitales; cuando lo hizo hacia la oposición, fue aprobado el proyecto antidespidos y la reforma del impuesto a las ganancias.

En esa línea, vale destacar la cohesión interna del frente Cambiemos a menos de dos años de su conformación. Los tironeos entre las diversas facciones y las críticas de la librepensadora Elisa Carrió no estuvieron ni siquiera cerca de dividir a la alianza gobernante.

Los radicales vienen pidiendo desde hace meses mayor participación, pero tanto Mario Negri en Diputados como Ángel Rozas en el Senado no llevaron esas diferencias al Congreso. Como en los más famosos tiempos de la última década, los legisladores oficialistas obedecen sin reparos al Poder Ejecutivo.

En el PRO son conscientes de la habilidad radical para negociar votos. Son ellos los que tienen diálogo histórico con la oposición, y en parte por eso es que los presidentes de los interbloques llevan boina blanca. Conocen el paño; se dedican hace años a caminar esos pasillos. Hasta ahora ése no fue el problema de Cambiemos en el Congreso, sino la falta de apoyos automáticos.

El peso del gobierno no ha tendido a decrecer en estos doce meses. Cada tanto pareciera que sí. Ahora que el peronismo en sus diversas vertientes muestra los dientes, el espejismo es que el oficialismo flaquea. Pero no habría que estar tan seguros.

Hace doce meses el presidente Mauricio Macri asumía el máximo cargo del país con escaso poder real. Si le hubiesen dicho que en un año iba a colocar a dos jueces en la Corte, a pagarle a los buitres y a destrozar la ley de servicios de comunicación audiovisual, no lo habría creído.

Cambiemos, si se quiere, logró romper su propia imagen. Su mayor victoria hasta ahora fue demostrar que puede meterse en el barro y hasta modificar una ley por decreto para permitir que el padre del presidente blanquee sus millones. Aunque, corrección: su mayor victoria no fue precisamente ésa, sino hacerlo y que a nadie le importe demasiado.

La solidez del frente gobernante es, tal vez, la nota más destacada de estos doce meses. Cualquiera hubiera pensado que hallarían mayores dificultades, que no se atreverían a tanto. Pero sí. Barrieron con todo lo que pudieron en menos de un año, y seguramente en esa misma sintonía se mantendrán el próximo. El interrogante, claro, es hasta dónde podrán llegar sus transformaciones en caso de vencer en las legislativas que vienen.

@fdalponte

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