Batalla de Ideas

24 noviembre, 2016

¿Ni vencedores ni vencidos?

Por Martín Ogando. El gobierno desplegó un primer semestre de ataque frontal en varias dimensiones, garantizó un shock regresivo y un ajuste salarial. Pero llega a fin de año mostrando, contra todo pronóstico, más muñeca política que capacidad de gestión.

Por Martín Ogando. El gobierno avanza en sus objetivos políticos más urgentes, pero parece enredado en un rumbo económico que cada día regala menos certezas. Se profundiza la recesión y el panorama internacional es inestable. Las ansiadas “fiestas en paz” parecen estar a la vuelta de la esquina, pero al costo de repartir concesiones. En un solo día desactivaron la sesión especial en Diputados, endulzaron a la CGT con más promesas y contentaron a las organizaciones de la economía popular.

Rarezas de la política, el miércoles todos festejaron. El Museo Casa Rosada, el Congreso y el Ministerio de Trabajo fueron los escenarios de un día ajetreado, de infinita rosca y aparente final feliz. ¿Ganaron todos? Sergio Massa saboreó la apertura oficialista a negociar la reformar de Ganancias como un triunfo propio. Las organizaciones sociales y de la economía popular reivindicaron como una conquista lo arrancado a Carolina Stanley y Jorge Triaca. Finalmente, la CGT valoró como positivo el acuerdo alcanzado en el “Diálogo para la Producción y el Trabajo”. En Casa Rosada, en tanto, estaban exultantes por haber desactivado las últimas bombas que podían ensombrecer el panorama de acá a fin de año.

Emergencia y emergentes

En el gobierno valoran fuerte el acuerdo alcanzado con las organizaciones de la economía popular. Lo saben central de cara a minimizar riesgos hacia diciembre. El viernes pasado estas organizaciones, junto con la CGT, volvieron a mostrar su capacidad de movilización reclamando por la sanción de la Ley de Emergencia Social. Puertas adentro sus dirigentes juntaban tropa para una sesión especial en Diputados, y puertas afuera amenazaban cortar rutas y accesos si la ley era vetada. Frente a la apretada, la primera reacción presidencial fue de berrinche, y eso se expresó en el altisonante discurso oficial contra una ley “imposible de aplicar”. Pero con el pasar de las horas el gobierno comenzó a delinear una estrategia para salir del paso y buscar acuerdos. Tuvo éxito, claro, pero al costo de entregarles un triunfo parcial a los demandantes.

El acuerdo firmado incluye conquistas muy importantes para el sector de la economía popular, tanto en metálico como en ampliación de derechos. Pero en las organizaciones no sólo festejan los recursos arrancados para el sector, sino su reconocimiento como interlocutores formales. No es para menos.

Trabajadores y trabajadoras de la economía popular vienen luchando por ser reconocidos como tales desde hace tiempo, y reclaman al Estado intervención en consecuencia. La conformación del “Consejo de la economía popular y el salario social complementario” y del Registro nacional de todos los trabajadores de la actividad suponen un paso importante en aquella dirección. Aunque, por supuesto, pueden quedar en la nada, estas nuevas instituciones sancionan legalmente el emergente de un sujeto social que hace tiempo patea barrios y calles.

Tanto la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), como Barrios de Pie y la CCC, valoraron el acuerdo como un recule del gobierno frente a la movilización. El gobierno se vanagloria de haber sofocado un conflicto en ciernes. Ambos tienen razón, y ambos deberán lidiar con los costos del triunfo. El macrismo sabe que comprar oxígeno con concesiones es políticamente productivo, pero poco sostenible en el tiempo, al menos si de administrar el status quo se trata. Las organizaciones también debieron ceder. Cajonearon su proyecto para consensuar uno con el gobierno y se ven obligados a mostrar su costado más dialoguista y responsable. Algo que no contradice su rol como organizaciones sociales, pero que sí tensiona a las estrategias políticas adversas a Cambiemos, que en general animan a cada uno de los movimientos.

Lo único que crece es el déficit

La muñeca política del gobierno no logra ocultar un frente económico con cada vez más incertidumbres. La industria, la construcción, el consumo siguen sin arrancar. Según el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) la actividad cayó un 3,7% en septiembre y la recesión parece decidida a quedarse. Las perspectivas de recuperación siguen situadas en un cada vez más enigmático 2017.

En un escenario sin crecimiento y con un gobierno apurado por las necesidades políticas, crecen el déficit fiscal y el endeudamiento de manera cada vez más desbocada. Los conflictos decisivos se desplazan, se patean para adelante. De la deuda y su financiamiento del gasto corriente ya se ha hablado en estas páginas. Pero en los últimos días la alarma sonó por el lado del déficit fiscal. Ha resultado explosiva la combinación de una actividad económica deprimida, una generosa política hacía los grandes exportadores y la banca, y un gasto en aumento para sostener un diciembre en paz. El octubre el déficit se disparó un 336% y la mayor parte de los analistas señalan que el 2016 terminará con un rojo mayor del establecido.

Financiar este déficit con nueva deuda no sólo engrosa una pesada hipoteca popular, también genera recelo en el propios mainstream de la economía liberal. Y peor aún, empieza a sembrar dudas sobre la capacidad del gobierno para afrontar la prometida reducción gradual de déficit, que recién comenzaría en el 2018. Asimismo en las últimas semanas el crédito internacional tendió a encarecerse. Al gobierno le queda la expectativa de un blanqueo exitoso (ya se cuentan 21.800 millones de dólares) como otra fuente de recursos para salir del paso.

Del dicho al hecho

Lo dicho hasta acá nos regala algunas paradojas. El gobierno desplegó un primer semestre de ataque frontal en varias dimensiones, garantizó un shock regresivo y un ajuste salarial. Pero llega a fin de año mostrando, contra todo pronóstico, más muñeca política que capacidad de gestión. Ha fragmentado con inteligencia el conflicto social, pero ha tenido que ceder posiciones en aras de su contención. Ha logrado mayorías en un legislativo a priori hostil, pero nada ha salido regalado. Al mismo tiempo ha esgrimido un discurso agresivamente clasista, prometiendo transformaciones decisivas en la economía, el Estado y el mundo del trabajo.

Se dice que del dicho al hecho hay mucho trecho. Entre la ofensiva prometida y la concesiones actuales, entre la ortodoxia económica del futuro y el pragmatismo electoral de hoy, hay un largo camino que recorrer. Sin dudas, el gobierno aspira a que uno y otro tiempo se encadenen de manera virtuosa. Primero estabilizarse y ganar consenso, luego terminar de hacer el trabajo más arduo.

Pero ese virtuosismo no podrá excluir las confrontaciones directas. Estas serán necesarias si, por ejemplo, es cierto que Macri quiere flexibilizar los convenios colectivos. Hasta ahora hemos visto ensayos. Gobierno y sindicatos han jugado un poco al “como si”, pero no mucho más. La disposición y capacidad de confrontar en serio está por verse. De uno y otro lado.

@MartinOgando

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