Nacionales

18 noviembre, 2016

El hambre de la ciudad

En 2016 se duplicó la cantidad de personas que asisten a comedores en la Ciudad de Buenos Aires. En las orillas del epicentro económico y financiero del país, crece la furia de los más humildes, que volverán a las calles este viernes reclamando por la sanción de la Ley de Emergencia Social.

Es la mañana del viernes. El Bajo Flores es un hormiguero. Hay gente comprando, vendiendo con puestos improvisados en la calle. La mercadería se expone bajo paraguas de colores que protegen de un sol que va creciendo desde el este.

En el comedor Evita Vive la mañana no es menos caótica. Se incendiaron dos casas por la precaria situación eléctrica que hay en el barrio y dos familias perdieron todo. Las recibe Aldo Morán, ex referente sindical minero en San Juan. Aldo se fue perseguido al exilio con el golpe cívico militar. Cuando volvió a su provincia no encontró ni qué comer y se vino a la ciudad. Vivió muchísimos años en el Bajo Flores hasta que pudo comprar un terreno con el resarcimiento económico que el gobierno de Néstor Kirchner otorgó a los damnificados por el exilio. Se fue a la provincia, en donde vive con su nieta.

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Aldo comenzó el comedor en 1999, con un fuego en la calle, donde los vecinos se juntaban a hacer olla popular. Hoy, reconocidos por el Gobierno de la Ciudad, reciben oficialmente unas 320 raciones de comida y 100 meriendas; el doble de lo que entregaban el año pasado. “La situación económica empeoró; se duplicaron los pedidos. Viene gente que nunca fue a un comedor, vecinos que se las rebuscan trabajando, pero aun así no les alcanza para llegar a fin de mes”, dice y agrega: “Acá la falta de trabajo se nota enseguida porque siempre fue informal. Son los que no cuentan, los que no entran en estadísticas. Hay gente que sabe y quiere laburar en serio. Y esto también marca algo, porque una cosa es darle comida a la gente, pero acá lo que se precisa es trabajo digno”.

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Dentro del comedor van y vienen Eva y Marisa, dos vecinas que colaboran cocinando y entregando las raciones, a cualquier hora del día. Hoy hay tarta de pollo. Cada cosa que se entrega se anota prolijamente en un cuaderno que, al final del día, se lleva Omar, que colabora con la parte administrativa. “Llevamos un registro de quiénes están anotados para recibir su ración, pero si viene alguien que no está anotado no se va con las manos vacías”, confiesa Aldo.

La mayoría de los beneficiarios del comedor son niños: “Cada vez tenemos más notas del jardín porque los chicos están desnutridos. No podemos multiplicar panes y vinos, como hacía Cristo, solo lo dividimos. Eso significa que cada vez comen más personas menos cantidad. Y esto también genera bronca y desconfianza. Pero el reclamo hay que organizarlo y llevarlo a quienes son responsables”.

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A todos, sin distinción, les recuerda que el viernes 18 a las 14 horas saldrán “a la capital”, para marchar por más comida y trabajo digno. “Somos claros; está esto, es importante. No es que no vas a comer si no venís, pero tenés que tomar conciencia de por qué vas, y de que si no vamos todos juntos por esto nos van a hacer pelota”, explica Aldo.

El del Bajo Flores es uno de los tantos comedores que hay en la Ciudad más rica de Latinoamérica. “Las políticas económicas del actual gobierno empiezan a instalar el hambre como una situación cotidiana en nuestros barrios. Salimos a pelear por la Emergencia Social porque hay barrios donde la situación es muy complicada. Sólo en la Ciudad, más de dos mil pibes y pibas reciben una merienda reforzada por día”. El que habla es Juan Martín Ardura, el “Vikingo”, referente de la CTEP Evita en la Ciudad de Buenos Aires.

El calor de la tarde se siente en Constitución. A tan solo unas cuadras de la estación, una de las zonas donde mejor se percibe el acelerado ritmo porteño, asoman manzanas de casas bajas y fuerte impronta obrera. En el corazón del barrio, sobre Avenida San Juan, se ubica la Unidad Básica Mono Gatica, donde en cuestión de minutos, una horda de niños arrasará con la merienda.

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En los últimos meses desde el Movimiento Evita abrieron merenderos en quince barrios de la Capital Federal, que se suman a todos los que tienen el conurbano. “Para nosotros volver a abrir comedores y merenderos no es ninguna alegría, es parte de una situación que cada vez está más dura para los sectores populares, -dice el Vikingo, mientras ceba unos mates-«. Y agrega: «En los ’90 y el 2001 peleábamos por planes y comida, después vinieron doce años donde se combatió el hambre y se generó trabajo. Nuestros comedores se convirtieron en centros de formación en oficios, sedes de cooperativas, espacios educativos. Ahora abrimos nuevos comedores y merenderos; pero ya no peleamos solo por llenar la olla sino también por trabajo digno. La necesidad crece cada día y no damos abasto, el Estado no está garantizando ni la cantidad de mercadería ni la infraestructura necesaria”.

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Más tarde llega Claudia Aguirre, una vecina del barrio que, desde hace ya algunos meses, viene al merendero junto a dos de sus cuatro hijos. “Vengo a ayudar porque me invitó una compañera y me gustó la idea. Actualmente no tengo trabajo, no llego a fin de mes; los chicos vienen sin tomar la leche de la escuela y a veces yo no tengo para darles, entonces venimos. A ellos les gusta compartir y yo colaboro sirviendo la leche o lavando los vasitos”. Sus manos, algo rojas todavía por el frote con agua enjabonada, se entrelazan y, de vez en cuando, golpean apenas la mesa de plástico blanca en donde suelen girar los mates para las mamás después de la merienda de los chicos.

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“Con las madres charlamos mucho, organizamos el menú, hablamos de qué nos hace falta para los chicos, tratamos de ayudarnos. Hay mucha necesidad, mucha más que antes”, dice Claudia con seriedad. En total, a ese merendero van más de 90 pibes.

El marido de Claudia hace changas, pero ella asegura que “hace quince días que no sale nada, por eso me parece que se tiene que declarar la Emergencia Social”. Mariana y Mandy, vecinas y mamás, asienten en silencio mientras reparten sanguchitos. Son, junto a otras compañeras, quienes le ponen el cuerpo y la cabeza a uno de los tantos merenderos de la Ciudad. “Los pibes necesitan comer; el país tiene muchas necesidades y nuestros pibes, que son el futuro, están pagando las consecuencias de las medidas de este gobierno”, se anima Mandy, emocionada.

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El merendero fue bautizado por las propias madres con el nombre de “Corazón valiente”: “Representa todas las ganas que le ponen las mamás, es el esfuerzo. Hoy en día con la situación que vivimos tenemos que tener el corazón valiente para enfrentar todas las cosas y bancarse a veces las ganas de llorar que una tiene como madre porque el pibe tiene hambre. Es hora de que esto cambie, de verdad. Los pibes tienen que comer, el padre y la madre tienen que tener trabajo; tenemos que poder estar tranquilos de que nuestros pibes pueden ir a estudiar, porque si su pancita está llena todo está bien”, explica Mandy.

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Los pibes van volviendo a sus casas y Mandy les recuerda a las madres que parten que el viernes movilizarán al Congreso junto a la CGT: “El pueblo trabajador se viene organizando y la más importante expresión de esto va a ser la movilización del 18, en la que los trabajadores formales junto a los trabajadores de la economía popular vamos a salir a exigir la aprobación de la Ley de Emergencia Social, la creación de un millón de puestos de trabajo, el Salario Social Complementario para los trabajadores de la economía popular, el aumento de la AUH y mayor financiamiento para los comedores y merenderos, entre otras cosas. Vamos desde la convicción de que los derechos se conquistan, por la dignidad del trabajo”.

María Henry y Luciana Sousa

Fotos: Carla Masella

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