20 octubre, 2016
La lealtad feminista
Por Noelia Figueroa. «Y se abrirá todo el cielo, no será un día normal». D.L.G, la vieja canción de Fito Páez que habla de la gesta plebeya y hermosa del peronista 17 de octubre del 45, podría estar hablando del paro de mujeres del 19. Porque el 19 de octubre de 2016 fue un 17 para el movimiento feminista.

Por Noelia Figueroa. «Y se abrirá todo el cielo, no será un día normal». D.L.G, la vieja canción de Fito Páez que habla de la gesta plebeya y hermosa del peronista 17 de octubre del 45, podría estar hablando del paro de mujeres del 19. Porque el 19 de octubre de 2016 fue un 17 para el movimiento feminista.
Las mujeres de esta nación, las mujeres organizadas de este pueblo marcharon aunadas por un grito claro y llenaron de patas y barro las plazas de todos los lados. Ese grito dice que nos queremos vivas, y que juntas somos poderosas. El paro de mujeres, tan sólo un sueño para muchas hasta hace unas semanas, se hizo realidad ante la evidencia de que la visibilidad del movimiento, toda su potencia en marcha, no alcanza para que dejen de matarnos. No es suficiente para terminar con las violencias sexistas: por el contrario, la reacción muestra los dientes y quiere que volvamos a los lugares que nos asfixian.
La alegría de las mujeres, las lesbianas, las trans, las bi, indigna a varios. Pero la fiesta feminista que tanto molesta no fue sólo la del Encuentro en Rosario, hace diez días en esa marcha impresionante que quisieron ahogar a balazos y sin embargo no pudieron ocultar. No sucedió solamente ayer en las calles de todo el país, tomadas por mujeres movilizadas que ya habían parado después durante una hora. La fiesta también sigue en los espacios de encuentro, virtuales y de los otros, donde se continúa hablando de eso, donde nos estamos leyendo y escuchando todas. Las que están más acostumbradas a exponerse y las que no. Las que odian escribir y las que lo necesitan para que la sangre les corra por las venas. Las ávidas de información y las más cerradas. Las tímidas y las sacadas. Las jóvenes y las viejas. Todas están en la calle y también en la palabra que circula. Cada una, con lealtad a su experiencia, fiel a su sentir, se expresa porque se siente habilitada y libre para hacerlo.
Por eso tal vez no haya habido otro momento en que todo se haya rodeado de palabras tan bellas. Redes, mensajes, notas, canciones, repletas de esos registros que cuentan, comparten y reparan. Es que estos días son del feminismo, y las mujeres y quienes nos reconocemos feministas escribimos así: con la emoción a flor de piel, con la angustia aflorando enseguida, con la fruición y la urgencia de decirnos. Hay tanto que buscaron callar, hay tanto que quisieron borrar, que nos encanta poder trazar esos puentes entre letra y otra y palabra y abrazo. Y abusar de los puntos suspensivos: porque para las mejores cosas de este mundo aún no se han inventado palabras que les hagan justicia.
Por ejemplo, ¿cómo se llama esa mezcla, esa intersección entre nudo en la garganta de bronca atragantada y saltos y gritos de fuerza en la alegre rebeldía? ¿Qué nombre se le otorga a la intuición de estar haciendo cosas épicas pendientes de los detalles más irrisorios de cada minuto? ¿A qué significante puede caberle la fuerza de este pueblo feminista sublevado frente a la respuesta patriarcal asesina ante tamaño empoderamiento? Tal vez Lohana Berkins, que entendió todo, supo que no existían palabras sofisticadas que fueran adecuadas para nombrar todo eso y eligió algunas muy simples y comprensibles. Tiempo, revolución, amor, ahora. Por su claridad y eficacia para explicar lo que pasa, se las multiplica como bandera para todas estas gestas.
Estos días de mística violeta, cada registro escrito de lucha de cientos de compañeras, de no pocos compañeros feministas, se vuelve viento. Se precisa mucho aire para mantener vivo este fuego. Se requieren noches largas y de insomnio, para que duren los besos y los llantos compartidos. Urge construir comunidad para darle sentido a tanto interrogante dispuesto a cuestionarlo todo.
Hace rato intuíamos que el ahora de los feminismos estaba llegando. Es que las mujeres somos la expresión radical que acelera todos los procesos de transformación social. Que luego de las revoluciones burguesas, de las proletarias, de las pacifistas, de las negras, de las estudiantiles, siempre emergieron las nuestras: sobre todo porque en todas las anteriores nuestros compañeros de lucha nos cagaron.
Por eso las cosas que pedimos siguen siendo tan parecidas. Pero realmente esta vez puede ser diferente, creemos que lo vamos a lograr. Para construir un mundo mejor del que dejaron, es urgente que nos dejen crecer, que nos abran paso. Y si no lo permiten, lo haremos a los empujones: tomando la vía pública, resistiendo nuestras obligaciones, dejando de cuidar de todo el mundo, parando de pensar y hacer por todos y todas. Y también acampando en el reino de las palabras y los registros, para que se parezca cada vez más a esta circulación deforme de abrazos que llenan de viento las fuentes de todas las plazas.
Porque somos pueblo y sabemos lo que nos merecemos. Porque somos cientos de miles y no vamos a retroceder ante los embates y las amenazas. Porque estamos dispuestas a desobedecer y a sublevarnos desde el subsuelo mismo de la patria. Porque nuestras reglas no son las de ellos, ni nuestras preocupaciones son las mismas. Porque no es que no tengamos miedo, es que aprendimos cuidar y cuidarnos.
Porque en nuestro 17, no fuimos a buscar a nadie en particular a quien jurarle lealtad: nos estamos prometiendo esa lealtad a nosotras mismas. Y con eso, ya tenemos la mitad de la batalla ganada.
@Noelia_Figueroa
Foto: Federico Ramírez
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