Cultura

20 octubre, 2016

Se cumple el 45º aniversario del premio Nobel a Pablo Neruda

El poeta se encontraba en Francia como embajador chileno de la gestión de Allende al recibir la noticia del premio. A pesar de que se burlara en sus memorias tildándolo de un gesto monárquico, la realidad es que no le fue indiferente. Él mismo escribió en su libro de memorias Confieso que he vivido: “Todo escritor de este planeta llamado tierra quiere alcanzar alguna vez el premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan”.

Siempre que se habla de poesía se incurre en un terreno un poco difícil de definir. Muchísimas cosas pueden ser poesía o tener características poéticas, pero la poesía en sí misma, es una disciplina bastante amplia. Y ¿qué mejor manera de definirla que poéticamente? Evitando definirla en absoluto. Así lo hizo Alberto Girri, ese poeta argentino un poco olvidado que se destacó de la llamada generación del 40 por su estilo particular. Según él: “La poesía no se define, se reconoce”. Se puede no saber lo que es, pero cuando aparece, se la reconoce sin dudar. Y gracias a esta definición, que en si, no define nada, podemos encontrar la poesía en cualquier lado.

Un día como hoy, hace 45 años, Pablo Neruda recibía el premio Nobel de Literatura por ser uno de los poetas más influyentes del siglo XX. Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto -nombre verdadero de Pablo Neruda- ya había sido nominado para este premio en 1963, junto a otros autores de renombre como Beckett, Mishima, Auden y Giorgos Seferis. En esa ocasión el griego Seferis se quedó con el galardón. Pero ocho años después, Neruda fue el candidato indiscutible.

El poeta se encontraba en Francia cuando escucho el anuncio de los premios en la radio. Neruda ejercía allí funciones diplomáticas: era embajador chileno de la gestión de Allende. A pesar de que se burlara en sus memorias del premio Nobel tildándolo de un gesto monárquico, la realidad es que no le fue indiferente. Él mismo escribió en su libro de memorias Confieso que he vivido: “Todo escritor de este planeta llamado tierra quiere alcanzar alguna vez el premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan”.

Cuarenta y cinco años pasaron ya del reconocimiento. Cuarenta y tres del fallecimiento de Neruda en Chile, solo unas semanas después del derrocamiento de Salvador Allende. En esa ocasión Neruda escribió sobre el presidente socialista que “aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile».

Y como no podía ser de otra manera, el discurso del poeta para recibir el premio, estuvo teñido de su arte. La mejor idea para recordar este hecho no son sus poemas, el motivo del premio, sino con algunos fragmentos de ese discurso, de 1971, en el que Pablo Neruda se convertía en una de las figuras más influyentes no solo de la poesía chilena, si no de la poesía en general. Como destacó su colega y amigo García Márquez alguna vez: “Neruda fue el mejor poeta del siglo XX en todos los idiomas”.

Fragmentos del discurso pronunciado por Neruda en la entrega del premio Nobel de literatura (1971):

1) «Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien el derrotero de mi propia libertad. (…)»

2) «Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

El poeta no es un ‘pequeño dios’. No, no es un ‘pequeño dios’. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos».

3) «Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así la poesía no habrá cantado en vano».

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Esto son solo algunos fragmentos de ese discurso en el que Neruda explica un poco el desarrollo de su sensibilidad poética debido a las experiencias que debió atravesar en su vida. Queda la recomendación de leer el discurso entero, mucho más extenso que estos tres tristes tramos. Y si volvemos a Alberto Girri por un segundo, y su no definición de la poesía, en este discurso se reconoce a la poesía. Pero se reconoce también al poeta.

David Radosta – @RadostaDavid

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