10 octubre, 2016
Pistas venezolanas para un gobierno popular
Por Marco Teruggi. Un viceministro se sienta a debatir en la asamblea de un Consejo Comunal. El Estado burgués se desplaza al espacio de organización para intentar deconstruir -hasta donde sea posible- una relación de poder. Para llevar a cabo el imposible pero necesario suicidio estatal.

Por Marco Teruggi. Pasamos el día en la selva, abajo del río Orinoco. En ese lugar el paisaje es antiguo, como un capítulo de la novela Los pasos perdidos, del cubano Alejo Carpentier. Estamos ahí para escribir una crónica sobre una experiencia de organización popular: sesenta familias que se fueron de la ciudad a producir esas tierras, inhóspitas, a pesar de que les decían que nada crecería en ese lugar.
Durante el día recorremos las plantaciones que hacen frente a un sol que castiga y unas lluvias que golpean con furia, donde, con el esfuerzo colectivo, todo crece. Entramos a las casas entregadas por la Gran Misión Vivienda Venezuela -ya se inauguraron 1.150.000 en cuatro años y medio-, la vida que ahí se hace, está organizada en familias y un Consejo Comunal. La experiencia es buena y tiene algo que en la Revolución Bolivariana no suele darse: autonomía, no depende del financiamiento del Estado.
Al terminar el recorrido nos encontramos debajo de una churuata -espacio comunal de techo de palma tradicional de los pueblos indígenas- donde la comunidad espera la llegada del viceministro del Ministerio de las Comunas y Movimientos Sociales, Duiliam Virigay, que también es parte de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora. Es militante de un movimiento popular que coyunturalmente está en un espacio institucional. Por segunda vez va a ese Consejo Comunal a participar de una asamblea.
Hay ahí una primera ruptura del orden: el representante del Estado burgués se desplaza al espacio de organización para intentar deconstruir -hasta donde sea posible- una relación de poder, eliminar algunos de sus escenarios injustos. No está en el universo de oficina, secretaria, sala de espera, escritorio grande, aire acondicionado, último piso de un edificio del centro de la ciudad. Está donde la gente: en un banco de madera, piso de tierra, ante las demandas, que suelen ser muchas.
No es casualidad que suceda, es parte de una política propiciada por la revolución. Incomoda a los burócratas, obliga a quienes tengan voluntad a escuchar, recibir las palabras de los pobres, que suelen ser crudas, justas y chavistas. Es una forma de gobernar.
Nada garantiza los resultados, ni que la actividad no sea -como dice la expresión en Venezuela- un pote de humo: cámaras, notas de prensa y ningún avance concreto. La burocracia política encontró formas de adaptarse a las prácticas que la incomodan. Pero lo esencial es que desde hace años se ha puesto en marcha un modo de gobierno que indica que las autoridades del Estado deben recorrer territorios, sentarse en asambleas, aguantar el calor y dar respuestas.
¿Cuál es el destino de lo que se acuerda? Muchas veces se pierde en cambios de gestiones, burocracias de la maquinaria estatal, puentes rotos entre instituciones, etc. El Estado burgués es una inmensa maquinaria cargada de anticuerpos para impedir que crezcan revoluciones en y desde su interior. Aún así, Hugo Chávez planteó que se debía democratizar esa institucionalidad a la vez que crear la nueva, la base del Estado Comunal por-venir. Como decía Ernesto Guevara: podemos intentar que las peras den olmos, pero al mismo tiempo debemos sembrar perales.
– «El poder popular tiene que construirse, ningún poder se autodestruye, otro poder tiene que destruirlo», plantea el viceministro en la reunión de la churuata.
Significa que el poder llamado a destruir el Estado no debe ser dependiente del mismo: tiene que, dentro del proyecto estratégico, tener autonomía económica -la primera-. Eso es lo que más valor tiene en esta experiencia. ¿Qué debe hacer el gobierno popular? Brindar las herramientas financieras, técnicas y legales para que el poder en construcción se fortalezca y le muerda de a poco los talones al viejo. El imposible pero necesario suicidio estatal. Por eso es necesario presionar, destruir en el marco de un plan de acción claro donde se caiga el Estado y el movimiento político y el poder se reconstruyan en las nuevas formas de Gobierno territorial/comunal.
Difícil, claro. En particular en un movimiento amplio como el chavismo donde conviven en su interior diferentes intereses de clase. Y donde quienes tienen poder tienen más tendencia a la reproducción del mismo que a su transformación -esto parece un problema de todo proceso de transformación-.
Como decía Chávez citando a István Mészáros: para evaluar si una medida de gobierno es socialista se debe ver si aportó al proceso de autogobierno y autogestión. De lo contrario mantiene el orden organizado para la injusticia. Una casa entregada no es socialista, una carretera inaugurada no es socialista, una fábrica estatal no es socialista. Lo es, en la medida en que, en su interior, en su construcción, haya cambiado la arquitectura del orden, la consciencia, los deseos, la cultura. ¿Si no cambia la gente, qué cambia?
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Desde hace años estos debates recorren el internacionalismo en Venezuela. Ver a un viceministro, ministro, o al presidente en asambleas populares ha dejado de ser sorpresa. Es cierto que en esta época pasa menos: es parte de las críticas, de las razones de la derrota del pasado 6 de diciembre.
El pueblo chavista sabe lo que espera de su Gobierno. Por ese y otros motivos es que la Revolución Bolivariana es una caja de herramientas con una cantidad de hipótesis para pensar qué es un gobierno popular. Que es más que una gestión del Estado, una ampliación de consumo, una administración progresiva de un ciclo del capital. Más televisores, teléfonos, aires acondicionados, restaurantes llenos, autos, no cambian a las personas, sino que puede, por el contrario, fortalecer lo que se quiere cambiar. En el juego del enemigo gana el enemigo.
Debajo de la churuata se reprodujo entonces la imagen conocida. Desde la mirada de un viceministro venido del movimiento popular, fundado en sus demandas, estrategias, con el intento de no confundir los tiempos y necesidades de la organización del pueblo con los del Estado. Ni hacia dónde acumular. Porque tal vez algún día se pierda el poder político en Venezuela. La autonomía será entonces vital, porque es seguro que se cortarán financiamientos, apoyos y se buscará destruir todo lo construido -también los hombres y las mujeres-. Mientras, se ensaya con urgencia, se extraen conclusiones y se cuenta hacia afuera para pensar el futuro. Porque no siempre seremos resistencia en Argentina: algún día estaremos en un lugar en el cual nunca estuvimos.
@Marco_Teruggi
Foto: Vicent Chanza
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