Cultura

12 septiembre, 2016

Toda clase de cosas posibles: orgullosamente desnuda

El libro de Virginia Feinmann (Colección Mulita, 2016) es una invitación a reencontrarse con la propia desnudez y convertirla en fortaleza. «Toda clase de cosas posibles» no se lee lento. Se devora, porque da avidez, hambre, ansiedad. Da ganas de más.

Pepa, personaje que interpreta la actriz española Ángela Molina, canta maravillosamente. Es bellísima y canta una canción andaluza llamada “Tatuaje”. Se mueve en el escenario como si hubiera nacido en él, hilvanando versos de amor y desamor por un marinero ido. Pero mientras esto sucede, un grupo de hombres grita desde uno de los sectores del público. Insulta, abuchea, se ríe de Pepa. Ella canta más fuerte y más hermoso. El grupo de hombres eleva sus insultos, chifla, se ríe forzada y estruendosamente. La canción va a terminar en medio de un clima incómodo y violento. Entonces el personaje principal, Pepa, resume en su cuerpo la tensión de lo que está -lo que le está- sucediendo y también la de la canción “Tatuaje”. Y con los últimos versos que rezan “mira su nombre extranjero, escrito aquí Sobre Mi Piel”, Pepa desnuda la piel de sus senos mostrándola como un orgulloso escudo a aquel grupo de hombres y evidenciando que son, por sobre todo, cobardes. Que le rehuyen a la piel. Que le tienen miedo a las tetas. La película es española y se llama Las cosas del querer.

Quizás Virginia Feinmann, autora de Toda clase de cosas posibles, haya visto esta película, haya llorado, se haya tragado el odio, haya aplaudido el amor. Vaya a saber. Pero la palabra “cosas” uniendo ambos títulos provoca resonancias: las cosas del querer son todas aquellas que hacen que una sea capaz de enfrentarse desnuda a la violencia, de entregarse desnuda al amor, de mostrar orgullosa cada pedazo de piel. Hacer y pensar toda clase de cosas posibles. Las cosas posibles son todas aquellas que permiten mostrar orgullosa la propia desnudez, consciente de su poderosa y transformadora hermosura.

Toda clase de cosas posibles es un libro de desnudeces. Su narradora -con tantos ecos y guiños a la autora- se muestra así, desprendida de todo ante el mundo, con una generosidad de doble filo: si el lector quiere leer al amor, también deberá leer el desengaño. Si pretende espiar el sexo también deberá dejarse tocar por suaves brisas de perversión. Si se decide a ser testigo de un fragmento de la vida de la narradora, se estará cautivo de emociones sucesivas. De enamoramiento, de dolor, de ira, de angustia y vacío, de ternura. De todo lo posible que las cosas pueden provocar.

Se podra ensayar una definición de la escritura de este libro acumulando negaciones: no es un libro de cuentos, no es una novela, no son poemas, no son sólo microrrelatos, no es una biografía, no es del todo pura ficción. Se podría, pero se estaría levemente equivocado. Es todo eso y algunas cosas más. Porque al universo literario que ya conocemos se le agrega el registro de lo virtual que es decir también el registro de lo inmediato, de las nuevas formas de relacionarse, de la ventana pública al mundo de lo privado; de la construcción del relato propio siempre sometido al comentario de los demás, como venga y como aparezca, dispuesta a recibirlo -o atajarlo- con la piel desnuda.

Un marido que en el devenir de los relatos será ex marido, historias de política y militancia, de amistades, de librerías virtuales, de padres separados, de gatos, de besos voladores, de reiki, calenturas y relatos de fútbol endulzados por la boca de una narradora mujer, urbana, que no usa corpiño, que elige no controlar sus rulos y que transita esa edad en la cual las mujeres empiezan a ser conscientes de su desordenada belleza. Todo esto es posible en el libro de Virginia Feinmann.

Toda clase de cosas posibles no se lee lento. Se devora, porque da avidez, hambre, ansiedad. Da ganas de más. La yapa es quizás que también da ganas de volver sobre los pasos, de regresar para rastrear aquellas primeras opresiones y liberaciones que “Vir” vivió de muy joven, para volver a sonreír con sus ocurrencias, para reconocerse en sus deseos; para intentar abrazar a esa narradora que de tanto mostrar fragilidades, se vuelve invencible. Que escribe así como Pepa canta: mostrando, tierna e irreverente, los fragmentos más íntimos de su propia piel.

Mariel Martínez – @Mariel_mzc

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