7 septiembre, 2016
Los trabajadores indios, en huelga contra las recetas del FMI
La inserción en el mundo y la atracción de capitales foráneos son parte de la realidad asiática desde hace años. Aunque el negocio no está exento de quejas. India llega a su segundo paro nacional en trece meses.

El viernes pasado, el segundo país más poblado del mundo se paralizó otra vez. Fueron en total unos 180 millones los trabajadores que se adhirieron a la convocatoria de los sindicatos. Aunque el gobierno no toma nota. Según el Ministerio de Trabajo, “en la mayoría de las partes del país” no se vio alterada la vida diaria y sólo algunos sectores se vieron “parcialmente afectados”. El menosprecio como respuesta.
Pero no fue la primera vez. Pese a los intentos, el presidente Narendra Modi no logró frenar tampoco la huelga general de septiembre de 2015, la primera realizada durante su gobierno. Calificada como un éxito rotundo por los sindicatos, entre 150 y 300 millones de trabajadores de todos los rincones del país adhirieron a la jornada de protesta. Con una lista diversa de reclamos, el aumento del salario mínimo se convirtió en un asunto central.
Aquella vez, el Ministerio de Trabajo también había emitido un comunicado destacando simplemente que la huelga no se había “sentido mucho en la mayoría de partes del país”. Mientras que la Asociación de Cámaras de Comercio sólo se preocupó por la pérdida “de más de 250 millones de rupias”.
India es un país gigante y sin dudas una cultura milenaria. Su historia es antiquísima, pero volvió a nacer cuando se independizó del Reino Unido. Desde aquel 1947 hasta hoy, redujo esforzadamente su pobreza y multiplicó la esperanza de vida. Y en 1991 por fin la consagración: después de la quiebra del Estado, se insertó al mundo capitalista del libre mercado gracias al recetario impuesto por el Fondo Monetario Internacional.
Ese día el anuncio lo hizo el ministro de finanzas Manmohan Singh. La receta, tan conocida hoy en Argentina, incluía la reducción de la regulación estatal del mercado, la privatización de las industrias del sector público, el reajuste arancelario para tornarse «competitivos», el fomento de la inversión extranjera directa, la liberación del tipo de cambio, el recorte del gasto público y la promoción de la exportaciones.
Hoy India es un actor importante del comercio mundial. Las manos laboriosas de sus trabajadores constituyen el motor de su economía. Como en varios de sus vecinos -Bangladesh, Vietnam, Camboya y hasta China-, los bajos salarios son la gran tentación de las multinacionales.
El Banco Mundial dice que no es un buen país para hacer negocios. Sus estrictas regulaciones afectan a la eficiencia económica, opinó hace unos años Kaushik Basu, vicepresidente del organismo. Ciertos rubros sólo son accesibles con licencia del Estado y las leyes laborales siguen firmes como décadas atrás. Pero al lucro global mal no le va. Norteamérica y Europa ponen las marcas, India la mano de obra. Desde productos electrónicos hasta finas prendas de vestir, en esta región del planeta las condiciones de trabajo son parte del negocio internacional.
Valga el ejemplo. En el extremo sur del país, de cara al océano índico, se encuentra Tamil Nadu, uno de sus 29 estados. Con sus 1.600 talleres, es uno de los mayores centros de fabricación de prendas de vestir del mundo. Su productividad es encomiable, pero el contexto laboral es ruinoso. En 2011 y 2014, dos investigaciones denunciaron las penosas condiciones de trabajo rayanas a la esclavitud en la que se desempeñan decenas de miles de mujeres de toda edad, incluyendo menores. Ambiente insalubre, sin licencia paga por enfermedad, sin derechos sindicales, con jornadas de casi 70 horas semanales y con salarios ínfimos.
Pero además, lo llamativo del caso es el listado de multinacionales beneficiadas con el negocio de la explotación: Inditex y El Corte Inglés de España, Primark de Irlanda, Calvin Klein, Timberland y Wal-Mart de Estados Unidos, Benetton de Italia, H&M de Suecia, C&A de Países Bajos, Mothercare de Reino Unido, y varias más también. La inserción al mundo de las inversiones tiene su precio.
Federico Dalponte – @fdalponte
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