31 agosto, 2016
Plata o plomo: llega la segunda temporada de Narcos
Este 2 septiembre Netflix estrena la segunda temporada de Narcos, una aproximación a la vida y los negocios de Pablo Escobar y a la política de Estados Unidos y Colombia hacia y con el narcotráfico, narrados por la propia DEA.

Narcos no es la biografía de Pablo Escobar. Tampoco un documental sobre el narcotráfico. Menos aún una simple ficción policial. Narcos es una excelente producción que cuenta una historia, basada en hechos reales, desde una perspectiva clara: la de Estados Unidos.
https://www.youtube.com/watch?v=FJ7B3qbj-5s
La serie recibió muchas críticas por la mirada que propone sobre los hechos transcurridos en Colombia durante el poderío de Escobar. Incluidas las de su propio hijo que expresó que «es un insulto a la historia de Colombia y a las miles de familias de víctimas del narcotráfico”.
Las acusaciones no quedaron allí. Juan Pablo Escobar también arengó: “Deberían incluir capítulos para mostrar como la DEA cobraba a mi papá ‘impuestos’ para permitir que la cocaína entrase en Estados Unidos a través del Aeropuerto Internacional de Miami».
En esa expresión reside gran parte del resumen de la serie. Narcos cuenta la historia de la Colombia de Escobar desde la mirada de la DEA (agencia antinarcóticos estadounidense) y Washington. De hecho, en el primer episodio de la primera temporada explica la llegada de la cocaína a Colombia gracias a un prófugo chileno, que había sido un gran productor durante el gobierno de Salvador Allende y es perseguido por Pinochet. Narcotráfico e izquierda, dos pájaros de un tiro para construir un relato acorde a los intereses norteamericanos. La historia escrita por vencedores, que le dicen.
Pero quedarse en la crítica al enfoque ideológico -correcta por donde se la mire- haría perder de vista que Narcos es, en realidad, una gran ficción (aunque se basa en algunos cuantos hechos reales).
Wagner Moura es el brasileño que interpreta al capo colombiano. Aunque su complejo español es quizás lo que más resalta como punto negativo, lo cierto es que logra un Escobar a medida del guión y las intenciones del director José Padilha (Tropa de élite).
La ambientación en las décadas del ’80 y ’90 son impecables, tanto como la música que acompaña. Y el resto del elenco acompaña la trama dramática, violenta y ácida que proponen los creadores.
Narcos tampoco es -retomando la definición por la negativa- El Patrón del mal. Los rollos familiares de Escobar, aunque presentes, ocupan una porción mucho más pequeña de la historia. El primer plano lo tiene el ensañamiento de los dos agentes de la DEA y un puñado de militares colombianos “honestos”, en cazar al narcotraficante.
Steve Murphy (Boyd Holbrook) es uno de los DEA boys y el personaje más yanqui de la serie. No solo por haber nacido en tierra estadounidense, por su extrañamiento con la cultura local o su pasado como blando agente californiano perseguidor de hippies, sino porque es el estereotipo del agente que tanto Hollywood nos ha vendido: está dispuesto a torcer y tensionar las reglas, a “irse de mambo” con la violencia o con las mentiras, pero sus objetivos son, obviamente, nobles.
No por conocido el estilo deja de funcionar. Murphy es quien relata la historia en off. El que avisa no traiciona. En Narcos escuchamos la voz de la propia DEA: sí, hubo excesos, pero la agencia encargada de aplicar las políticas estadounidenses, de la mano de los ejércitos locales -en Colombia, pero en todo el mundo- y de los gobiernos siempre tiene la posta. Define buenos y malos. Descree de los buenos y los maneja como malos. Juega con los malos para combatir a los más malos. Y contrata a los peores para perseguir a algunos otros malos. Murphy lo admite y lo aprende.
Quien le enseña es Javier Peña (interpretado el príncipe Oberyn, es decir, el actor chileno Pedro Pascal). En Colombia hace más tiempo, Peña ya allanó el terreno. Tiene fuentes aquí y allá, conoce a las prostitutas y los soldados del narco, y le da lecciones de cómo poner lo urgente por sobre lo importante a cada paso que da.
No faltan, en el relato que propone, la guerra entre carteles, apariciones de la guerrilla, asesinato de políticos ni corrupción a todo nivel del Estado.
La segunda temporada, que Netflix estrena este 2 de septiembre, recorrerá los últimos meses de la cacería de los estadounidenses y el Bloque de Búsqueda, un grupo de élite de la policía colombiana, destinados exclusivamente a capturar vivo o muerto a Escobar.
https://www.youtube.com/watch?v=iBFqeFq7D4c
Plata y plomo. Mucho más que elementos de la tabla periódica son las opciones en la vida del narcotraficante que inauguró un sistema de producción y comercialización de cocaína que lo llevó a ganar miles de millones de dólares, mientras con dádivas y terror dominaba Medellín y ponía en jaque a Colombia entera.
Plata y plomo también son las preocupaciones de los yanquis. Los dólares que entran, crecen, se reproducen y salen de Colombia eran, en realidad el factor de estrés para Estados Unidos. Nada que ver con los problemas de consumo, ni la salud pública, como vendían a la población Ronald y Nancy Reagan. En eso -nobleza obliga- Narcos no miente. La política antidrogas además, fue la excusa perfecta para desembarcar -otra vez- en América Latina, dándole la mano a presidentes, sin necesidad de las molestas invasiones o golpes de Estado de décadas atrás.
En la semana en que Macri finalmente anunció su tan mentado plan contra el narcotráfico, ver Narcos puede servir para saber quiénes y cómo piensan la lucha contra las drogas. Cómo la militarización sirve para radicalizar la violencia y el entramado de poder que es necesario para sostener el negocio, con el Estado como partícipe necesario.
Los cowboys de la DEA son, finalmente, una excusa. Soldados que juegan un juego que dirigen otros. Del que el pueblo de Colombia es víctima y en el que un narcotraficante poderoso se le ríe en la cara a gobierno, medios y los Estados Unidos hasta que el castillo de naipes empieza a caer. Narcos es un policial, que -paraguas ideológico mediante- se puede disfrutar como tantos otros.
La actualidad del tema para América Latina y lo atractivo del extravagante personaje de Escobar -el éxito de El Patrón del mal no deja mentir- le dan una vuelta de tuerca a una historia que, sin esos ingredientes, podría transcurrir en el Bronx, Florencio Varela o Berlín. Pero ocurre en Colombia.
Julia de Titto – @julitadt
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.