Batalla de Ideas

28 agosto, 2016

Hola, creo que soy Clara Anahí

Por Marco Teruggi. Sucede regularmente. Un día cualquiera abro mi facebook y tengo un mensaje que suele empezar de la misma manera: una mujer se presenta, se disculpa por el atrevimiento, dice que luego de pensarlo mucho decidió escribirme.

Por Marco Teruggi*. Sucede regularmente. Un día cualquiera abro mi Facebook y tengo un mensaje que suele empezar de la misma manera: una mujer se presenta, se disculpa por el atrevimiento, dice que luego de pensarlo mucho decidió escribirme, que no sabe quién es, quiénes son sus padres, cuál es su historia, que un día vio la imagen de esa bebé en un cochecito, un mensaje de Chicha Mariani, comenzó a dudar, se encontró con fotos de Diana y Daniel y se quedó helada, con escalofríos, muda. Yo también suelo quedarme así por unos minutos ante el mensaje. Leo y releo, hasta dónde dijo, qué preguntar, de qué manera ordenar las palabras. Sé que hay alguien del otro lado a quien le duele por dentro, por fuera, por toda su vida. Siempre me agarra a destiempo -metido en una comuna, una crónica, un fuego- y siempre sé que debo frenar y contestar.

Así pasó por ejemplo con quien en diciembre pareció ser Clara Anahí. Llevaba unos meses escribiéndome. El anuncio fue por un mensaje de Facebook. Luego el teléfono, la familia, seguido de la historia conocida y cenizada.

En estos meses me ha pasado cada vez más. Recibo historias de ausencias, diálogos fallidos, silencios, análisis por hacer, personas que tal vez mañana sean hijas de desaparecidos, una de ellas Clara Anahí. Solo el Banco Nacional de Datos Genéticos puede decir esa verdad, la ciencia lograda con tanto no rendirse. Como a mí, les sucede a muchas personas y, en inmensa mayor medida, a Chicha, por ejemplo. O a las Abuelas de Plaza de Mayo, a quienes son parte de ese entramado de derechos humanos. Las búsquedas siguen, y en esta época -eso es lo central- de ambos lados: de parte de nosotros los familiares, y de ellos, los que faltan.

Pasó con muchos de los últimos casos de nietos y nietas a quienes les fue restituida su identidad: ellos y ellas buscaron, fueron a hacerse el análisis de ADN. Eso, es importante resaltarlo, representa una victoria. Porque el sentido de la historia es una gigantesca disputa y este año es una demostración nítida de eso.

No fue casualidad que al día siguiente a la victoria presidencial de Macri, la nota editorial del diario La Nación fuera “No más venganza”. Como un anuncio de lo que estamos viviendo, de la importancia del asunto. No voy a enumerar la cloaca que ahí emergió, sí resaltar la reacción que se desencadenó tanto en grandes partes de la sociedad como en los mismos trabajadores del periódico.

Algunas cosas ya no pueden decirse en Argentina, hacerlo requiere mayor inteligencia y articulación. Así La Nación siguió desde ese día con sus notas periódicas reivindicando el genocidio -con el discurso de que se cometieron excesos, pero la dictadura era necesaria- pidiendo la libertad de los genocidas y una supuesta verdad histórica. El Gobierno, por su parte, tomó esa bandera con el falso debate de los números, enarbolando el desprecio con el “ni idea” de Macri. En cuanto al Poder Judicial, avanzó con el intento de arresto público a Hebe de Bonafini y la política de otorgar domiciliarias. Si el pasado no importa, ¿por qué tres poderes se abocan a la misma estrategia? Y todavía no entró en escena el Legislativo.

Quieren recuperar terreno perdido, es decir, ganado por nosotros. Eso es lo importante, la trinchera a defender, para avanzar más. En ningún otro país del continente se ha logrado tanto respecto del pasado reciente. Tanto en lo que hace a lo arrancado a la Justicia como en términos de consenso social. Buscan revertir las dos. Lo primero, porque la impunidad es una pieza fundamental de la arquitectura de su orden -además muchos les deben a los genocidas. Lo segundo, porque la batalla por el sentido común es una de las primeras a ganar. Es, por ejemplo, la que permite que una chica se siente ante una pantalla en algún rincón del país y escriba: «Hola, me presento, no sé quién soy, podría ser quien están buscando». Esa chica duda de todo, no sabe si su nombre y su partida de nacimiento son reales, pero no carga el peso de ser lo que actual Gobierno quiere que sea: una hija de terroristas que tiene algo que reprocharse. Se siente del lado del bien -con lo complejo e incluso contradictorio del bien- y eso, esa gran balanza que se expresa por ejemplo cada 24 de marzo, es una de nuestras principales victorias.

Hemos avanzado. No lo que quisiéramos: muchos más militares y civiles deberían estar detrás de rejas en cárceles comunes. Pero la condena social está construida en gran medida, en particular entre los más jóvenes, nacidos sin ese miedo pegado en la piel. Solo hay que ver las imágenes de la sentencia en Córdoba con los 28 genocidas condenados a prisión perpetua. Eso es justicia. Y la justicia los quema.

Todo tendremos que pelear -de ahí venimos, de la pelea hasta el nocaut. Tendremos que hacerlo contra los intentos de domiciliaria, los silencios de quienes saben dónde están todos los nietos y nietas que nos faltan -Miguel Etchecolatz debe saber dónde está Clara Anahí-, la negativa que tendrá el Poder Judicial a abrir nuevas causas. Entre tantas cosas que asoman en el horizonte. ¿Alguien imaginó que se podía avanzar sin arremetidas, provocaciones y golpes? Ganar porciones de historia cuesta caro: Jorge Julio López lleva casi diez nuevos años desaparecido. También mi prima y los tantos que nos faltan, que crecen mientras hay abuelas y abuelos que se van, dejándonos con ejemplos grabados de pañuelos, escraches y sentencias. Nuestra generación.

Así aprendimos y aprendemos todavía, a construir con mirada larga, a ofrecer consejos como los recibidos, a contestar mensajes que regularmente llegan diciendo que creen ser logrando que todo se detenga a la altura del estómago. Porque pase el tiempo que pase siempre habrá algo primitivo, de vida, de relámpago en la noche, de tener en mi mirada la de mi abuela Kewpie en silla de ruedas con una caja de madera sacando fotos. Una por una, mostrando a Diana hija, joven, embarazada, mamá, a sus hermanos, a mi familia, y detenerse ella, tan mi abuela, a decirme en silencio que nunca ha dejado de doler. Ni un solo día. Por ella, por lo que nos robaron a todos, por el futuro que queremos y necesitamos ser, no tenemos derecho a rendirnos nunca.

@Marco_Teruggi

* Sociólogo, primo de Clara Anahí Mariani / Hastaelnocau

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