Batalla de Ideas

15 julio, 2016

La Leona: rugiendo

Por Gustavo Pecoraro. Terminó La Leona, la novela de Telefé que durante 120 episodios supo convocar a sus fans con la historia valiente y comprometida de un grupo de trabajadores y trabajadoras textiles en una fábrica recuperada. Un fenómeno masivo que también se metió con altura en temas como el aborto. Déjennos creer que va a haber otra temporada.

Por Gustavo Pecoraro*. Qué bueno sería poder hoy leer eso de “La Leona, final de temporada”, como solemos leer cuando las series extranjeras nos dejan esperando hasta el año que viene, o poder extender por más tiempo una historia que nos cautivó a pesar de las polémicas o de los maltratos a los que el canal Telefé nos sometió con sus cambios de horarios constantes, o de las espadas de las críticas querulantes (¡estoy de una exquisitez con las palabras!) y transversales que llegaron, subieron y se desparramaron como hacía la ola de Pipo Pescador.

Pero no. No hay tutía.

Terminó La Leona, una historia que quisimos mucho más allá del normal contenido comercial de un producto artístico -y encima televisivo- donde se vislumbró lo mejor del arte de todos los involucrados: actrices y actores, técnicos, guionistas, productores, publicistas y -a no dudarlo- también nosotros, el público fiel, el que lagrimea, se emociona y excita (sí, también nos excitamos).

En los primeros residió el arte, en nosotros la pasión.

En ambos la mística que se da cuando debe darse o no se da. Como pasa con el amor o con el olvido.

La Leona es -ya- inolvidable para mi pluma que escribe estas líneas de despedida y que tienen pocas pretensiones de popular.

Sin embargo -más allá del insoportable populismo- esa conexión que esta novela o telenovela (elijan ustedes el término) me generó en casi 120 capítulos se escapa de la crítica normal en la que puedo ofrecer parcialidad.

En eso radica el metejón que siento por ella.

Como en todo romance hay que tomar posición y, sin que esto sirva de precedente, me declaro fiel y rendido a sus pies.

Y no creo ser el único.

Es que eso somos muchos los fieles seguidores: pequeñas leonas, pequeños leones. Crías que nacimos con magia desde una ficción que nos trajo pasión, amor y lucha.

Y los fieles no lo dudamos. La duda se la dejamos a otros. Allá ellos con sus certezas.

Nosotros -fieles crías- fuimos a beber de la leche que brotó de cada párrafo, del gesto de cada actor, de la música de cada escena.

Y así estamos hoy, medios tristes y medios ansiosos, tratando de digerir aún esa escena final con todo el colorido del carnaval norteño y la alegría desbordada, el canto coral que repite el eco del canto grupal que fue (es) La Leona.

Ahí quedan la certificación de grandes actrices y actores que compitieron en excelencia: Hugo Arana, Miguel Angel Solá, Esther Goris, Pepe Soriano, Patricia Palmer, y -claro- Susú Pecoraro. Todos dando un curso intensivo de actuación en prime time. Pasando el testigo a Pablo Echarri, Nancy Duplá, Mónica Antonópulos, Juan Gil Navarro, Marco Antonio Caponi o Julia Calvo, y más, muchos más. ¡Hace falta bastante destreza para ser el DT de semejante seleccionado! En esto también ganamos por goleada.

Pero algo más nos hizo rendir a sus pies: el guión. Responsabilidad directa de Susana Cardozo y Pablo Lago con la compañía de Gabriel Patolsky, Sol Levinton y Javier Rosenwaser.

Bailado al compás de la exquisita selección musical de Gustavo Marra (que logró un acercamiento a Gabo Ferro, cantante que no suelo escuchar). La Leona no esquivó casi ningún tema social y -sin exagerar- abordó el tema del aborto de una manera precisa, casi mejorando la didáctica que todos deseamos del activismo vernáculo. El arte (y la poesía) al servicio de la política social.

Quizás -y para que no se diga que soy muy chupamedias- lo que más ruido me hizo fue que en el único romance homosexual, el de Charly (Nico García) con Alex (Ludovico de Santo), se usara una gran cantidad de veces la palabra “macho”. Desafortunado atajo para retratar una relación entre dos varones gays, o bisexuales o como quieran llamarla, que de ninguna manera se lució con tanta “virilidad explicada”. Relajados se goza mejor, se los digo por experiencia.

Nos vamos despidiendo

A estas alturas de esta nota estarán hartos de tanta alabanza.

Bueno, hay más, pero son tan personales que me parece impropias de hacerlas públicas.

la-leona.jpgSin embargo hay dos sensaciones que no quiero guardarme. Una tiene que ver con la calidez de Susana Cardozo y Pablo Lago, a los que sumo a Patolsky, con quienes hemos pasado noches tuiteando emociones, riéndonos y también sosteniendo eso raro que es el abrazo 2.0 con fans de La Leona, algo que debo reconocer me descoloca un poco. Tuve la oportunidad de verlos a los tres en persona, de charlar con ellos y comprobar que toda la calidez y la pasión que hay en sus guiones existe en sus cuerpos y en sus palabras por fuera de sus guiones.

La vida misma huele al mismo delicioso aroma.

La Leona no sería lo mismo sin ellos.

La otra tiene que ver con Susú, con la que me une ser familia y mi admiración hacia ella como actriz.

Como cultivo mi egocentrismo (vengan de a todos), cuento una anécdota: hace muchísimos años mis padres me llevaron a mí y a mí hermana a cenar a la casa de sus padres, en el barrio de Saavedra. Nosotros estábamos recién llegados de Mar del Plata, mi padre recién reincorporado al Banco del que había sido cesanteado y en el que el padre de Susú era gerente y yo con casi 10 años llegaba a una casa desconocida llena de cuadros raros y fotos de “la prima que era actriz” que sonreía desde las paredes.

Antes de llegar nos advirtieron: “Pórtense bien”. Y eso hicimos. Hasta última hora donde me tiré toda una taza de té caliente encima. Lloré y lloré durante un largo rato hasta que me secaron y -engalanando mi espíritu marica- me pusieron una remera roja y verde a rayas y una boina que Susú descolgó de su habitación. Hoy pienso que fue como una especie de ceremonia ritual cuya imagen guardo hasta estos días donde hablamos a veces, nos escribimos más y nos vemos casi nada, siempre con un “hola primo”, “hola prima”.

Esto también es parte de La Leona aunque solo sea mi pedazo de Leona.

Me pregunto ¿cuántos pedazos de Leona quedan en el corazón de ustedes? Imagino muchos.

Como dije al principio, le escapo al populismo pero debo reconocer que siento que hemos estado ante un fenómeno popular. Y yo, que soy de evitar el tema, me siento cómodo en medio de la manada rugiendo como tal.

“Lo que empieza en carnaval termina en carnaval”, dice el final. Y yo también espero que dure toda la vida.

Ojalá me equivoque y ese final de temporada se cuele mágicamente mañana en alguna productora.

Total, quienes lean esta nota coincidirán conmigo que esto, esto tampoco fue magia.

Y puesto a pedir, pidamos. Que pedir es gratis. Al menos por ahora.

@gustavopecoraro

*Escritor y periodista.

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