Batalla de Ideas

12 julio, 2016

La integración económica en debate

Por Juan Carlos Travela*. Mientras el Brexit realza la discusión sobre las uniones económicas, el 80% de la producción mundial y el 66% del comercio internacional se da entre los países que abarcan el TPP y el TTIP. ¿Qué postura debe mantener la Argentina frente a los acuerdos y la integración económica?

Por Juan Carlos Travela*. El nuevo rumbo político de la Argentina puso sobre la mesa la discusión sobre los acuerdos de integración económica. Mientras la Argentina es nombrada país observador de la Alianza del Pacífico y el Mercosur pretende alcanzar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, avanzan las negociaciones por los mega-acuerdos regionales (TPP y  TTIP por sus siglas en inglés) y Gran Bretaña decide abandonar la Unión Europea (UE).

Ante este convulsionado escenario, no es sencillo tener una opinión firme sobre cuán positivo o cuán negativo puede ser formar parte de estos acuerdos, o cuál debe ser rechazado y cuál no, ya que la opción de rechazarlos a todos llevaría a volver sobre viejos interrogantes: ¿Qué implica un acuerdo de integración?, ¿es positivo el comercio internacional?, ¿para qué comerciamos con el mundo?, etc.

Casi todos los países del mundo forman parte de al menos un acuerdo comercial regional, siendo más de 270 los acuerdos que existen actualmente. Estos se dan entre dos o más países socios que buscan el objetivo de liberalizar los flujos de comercio e inversión entre los miembros.

Los mega-acuerdos se caracterizan por buscar la integración entre una gran cantidad de países. También por establecer normas sobre temas que previamente quedaban fuera de la órbita de estos tratados como, por ejemplo, el comercio electrónico, contratación pública, solución de diferencias, propiedad intelectual, entre otros.

Entre los países que se encuentran negociando el TTIP y el TPP se da el 66% del comercio mundial. Las doce economías que forman parte del TPP representan el 40% del PBI mundial y el 25% del comercio internacional. Además, no se descarta que exista a futuro una convergencia entre estos dos acuerdos, ya que tanto la UE como Estados Unidos poseen tratados de libre comercio con varios de sus socios comunes, lo que implicaría un acuerdo que abarca el 80% de la producción mundial, según se indica en el documento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), “Nuevas tendencias en los tratados comerciales regionales en América Latina”.

Los objetivos de firmar acuerdos comerciales regionales son según el BID: obtener acceso preferencial a mercados, atraer inversiones, incrementar el poder de negociación a nivel global, consolidar reformas políticas nacionales y profundizar la liberalización comercial existente. No participar implica no tener ese trato preferencial, perder destinos de exportación, y en definitiva, comerciar menos.

No será objetivo de este escrito retomar la discusión sobre el comercio internacional, comenzada por Adam Smith en 1776, y continuada por David Ricardo en 1817, entre otros autores, ya que hoy en día nuestro país necesita exportar para hacer frente a las importaciones necesarias como la energía, insumos que no producimos en el país, bienes finales que importan sus ciudadanos, y también hacer frente a las obligaciones de deuda.

Por este motivo, es necesario poner el foco de atención en lo que sí se conoce respecto a la integración económica. Los países que no formen parte de los acuerdos, se exponen a sufrir desvío de comercio y desvío de inversiones. “Los costos de exclusión potenciales se medirán en términos de menores exportaciones, y de menores inversiones, y, en el tiempo, de menores tasas de crecimiento”, dice Fernando Porta en el libro Integración económica, editado por la Universidad Nacional de Quilmes. Siendo mayores los costos de exclusión mientras más grandes son los acuerdos formados.

Sin embargo, la idea de los costos de exclusión a fin de evitar un tratamiento comercial discriminatorio es una motivación defensiva, que puede llevar a los países a tomar decisiones erróneas, es decir, a pagar cualquier costo por el “boleto de entrada”. La política arancelaria no se define por un objetivo fiscalista de recaudación de impuestos, sino que tiene definidos propósitos de orientación del desarrollo de la estructura productiva, es decir, emitir señales para el proceso de asignación de recursos. Por lo tanto, la firma de un acuerdo también incide en cual va a ser el patrón de inserción internacional del país y, a su vez, cuál va a ser la capacidad de generar empleo para la población.

Vale aclarar que un acuerdo en sí mismo no es malo. Puede implicar fuertes regulaciones para terminar con el trabajo esclavo, para transparentar la contratación pública y poner topes a las ganancias extraordinarias, garantizar la redistribución de la riqueza, el acceso a la educación de forma equitativa, no solo dentro de la nación, sino también a nivel intra-acuerdo, entre otros.

Pero lamentablemente no parece ser este el caso. El TPP ha sido negociado en secreto durante los últimos cinco años sin la participación ciudadana y, hasta el momento, lo poco que se conoce no es para nada alentador. Desde distintas ONG, marchas ciudadanas a nivel global, hasta el mismo Joseph Stiglitz, economista ganador del premio nobel, se han pronunciado en contra del acuerdo, siendo muy críticos respecto a lo que este implicaría para la sociedad.

Las consecuencias de formar parte o no de los tratados comerciales deberán seguir siendo analizadas, ya que los efectos de la integración o el rechazo cruzan, sobre todo en estos dos mega-acuerdos, muchos ámbitos de la vida social.

@JuanCTravela

* Licenciado en Comercio Internacional, Universidad Nacional de Quilmes.

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