Batalla de Ideas

6 julio, 2016

El castillo de naipes del kirchnerismo

Por Andrés Scharager. Las recientes declaraciones de Cristina evitaron ahondar en definiciones políticas, mientras termina de consumarse un divorcio entre el Partido Justicialista y un kirchnerismo que parece quedar a la deriva. La resistencia, entre partidos, vanguardias y las calles.

Por Andrés Scharager*. La entrevista del último domingo a Cristina Fernández no pasó desapercibida. El diálogo generó un sinnúmero de expectativas por parte de oficialistas y opositores. ¿Hablaría sobre el escándalo de José López y las causas en su contra? ¿Anunciaría su vuelta al ruedo político tras meses de ostracismo? Pero las preguntas del periodista Roberto Navarro respecto de si se pondría al hombro la resistencia al macrismo no encontraron eco. Tras difusas críticas a las “vanguardias”, la insistencia sobre el tema acabó por ofuscarla: “Esto no es lo que habíamos acordado”, respondió.

Concediendo un diálogo telefónico, la ex presidenta decidió salir a la luz pero minimizar su exposición; otorgó declaraciones pero no reveló definiciones. ¿Se tratará de una decisión de no dar a conocer su estrategia política o bien un reflejo del entrampamiento en el que la colocó el Poder Judicial?

La entrevista resultó sintomática de un estado de desorientación de un kirchnerismo impensable apenas un año atrás. Con su máxima referente en segundo plano, tampoco ha logrado hacer pie en un Partido Justicialista que supo hacer las veces de columna vertebral en el pasado pero que hoy parece decidido a rearmar su propio juego.

La excepción

El gran capital financiero, agrícola e industrial, que en los primeros peronismos había encontrado en el PJ un obstáculo al despliegue de sus intereses, hacia fines del siglo XX descubrió en él una fuerza con legitimidad histórica, disposición política y una suficiente experiencia para implementar un ajuste salvaje y garantizar la estabilidad de las relaciones de clase. El “poder económico” y el PJ aprendieron a hacerse de lazos tensos pero fluidos; referentes como Urtubey, ligados a la UIA, o Gioja, a la minería, son casos particulares pero paradigmáticos de este proceso.

No obstante, a diferencia de buena parte de América Latina, donde los procesos de impugnación al neoliberalismo fueron dirigidos por nuevos colectivos o bien por partidos que habían encabezado la resistencia (el Frente Amplio, el MAS o el PT, entre otros), el sistema político argentino no estalló por los aires. Más bien, fue el mismísimo PJ que en los ’90 había implementado un proceso de desindustrialización sin precedentes el encargado de conducir la nueva etapa.

El kirchnerismo nació de estas entrañas, pero lentamente se transformó en una identidad política con relativa autonomía que dotó a dicho partido de otro ropaje teórico, algunas nuevas figuras y una política diferente a la que había desarrollado poco antes. Así, el PJ expresó de forma camaleónica la nueva correlación de fuerzas sociales que la crisis de 2001 había expuesto con crudeza.

Estructura de gran despliegue territorial e históricos arraigos provinciales, algunos de sus focos de poder hicieron eclosión a lo largo de los años (Saadi, Juárez), otros coquetearon con la cultura política del kirchnerismo (Urribarri) y varios permanecieron aliados a él pero con relativa independencia (Insfrán, Alperovich). La trayectoria de estos liderazgos ha sido muy ecléctica: de militantes en los ’70 a kirchneristas en los ’00, pasando en los ‘90 por fieles ejecutores del Consenso de Washington, han sabido oler el clima de época y no refugiarse en programas predefinidos y estáticos.

Más bien, su interés en última instancia ha yacido en sostener sus poderíos locales, para lo cual siempre necesitaron recursos del Estado nacional. Con la Ley de Coparticipación como madre de todos los equilibrios, supieron encolumnarse en la última década detrás del Frente para la Victoria, y ahora, sin titubear ni reparar en contradicciones, le otorgaron al macrismo vitales concesiones (acuerdo con los fondos buitre, reforma jubilatoria, entre otras).

No sería aventurado entonces afirmar que, por definición, el Partido Justicialista es conservador, precisamente de un conjunto de intereses creados. En este sentido, el kirchnerismo -como fuerza política que supo contener pero exceder al PJ-, le planteó una convivencia crecientemente incómoda. El “peronismo disidente”, que cobró relativa significancia política tras una escisión del Frente para la Victoria a raíz de la Resolución 125, es acaso un indicador de ello, en tanto parte de un proceso de aislamiento generalizado.

Desgranamientos

Al compás del deterioro del modelo económico, el kirchnerismo se fue sumiendo durante sus últimos años en un ensimismamiento político y una pérdida de apoyos corporativos. Luego de la definitiva ruptura con las patronales agropecuarias en 2008, siguió la partida de la UIA, la división de la CGT y la ruptura de la CTA.

La muerte de Néstor Kirchner abrió el camino a un correlato de este proceso a nivel partidario. Era cuestión de tiempo que a las presiones del establishment judicial, mediático y económico para dar por terminada esa experiencia política se sumara el propio PJ. Y el kirchnerismo, incapaz de construir una candidatura que expresara una clara continuidad, acabó por replegarse detrás de Daniel Scioli bajo la premisa de que sería posible condicionarlo.

Los actuales reacomodamientos en dicho partido, con nuevo vigor desde la derrota de noviembre, sólo se comprenden en tanto insertos en estos movimientos previos. Su dirigencia, ahora lejos de las riendas del Estado nacional, comenzó a prepararse para enfrentar una etapa que, a excepción del breve interregno aliancista, no atravesaba desde 1989.

Sumergido en disputas para la conformación de un nuevo liderazgo, al PJ le ha resultado sencillo negarle espacio al kirchnerismo. Y velozmente, con una formidable capacidad de transformación, comenzó a desembarazarse de aquel viejo socio. Referentes que poco antes habían perseguido con él la mayor de las apuestas, supieron decir “no lo he visto, no lo conozco”, expectantes de un nuevo soplo de viento a favor.

Las tensiones al interior del PJ encuentran al kirchnerismo navegando en un barco a la deriva, cargado de rupturas internas, moralmente alicaído y mediáticamente acorralado. Cristina, partidariamente débil y judicialmente asediada, sigue siendo sin embargo la mayor líder de masas del país, referente para buena parte de los golpeados por el macrismo y depositaria de expectativas populares que demandan que encabece la reconstrucción de un castillo de naipes en pocos meses derrumbado.

El Gobierno, no obstante, no logró aplacar la organización popular, que con altibajos supo presentar oposición y encabezar en las calles la resistencia. Es allí, y no en los grandes partidos, donde en definitiva se dirimirá la modificación de unas correlaciones de fuerza que hoy aparecen desfavorables pero que pueden torcer el rumbo de los acontecimientos, demostrando que el escenario sigue abierto.

* Sociólogo (UBA) e integrante del Centro de Estudios para el Cambio Social (CECS)

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