22 junio, 2016
El relato macrista en la educación pública: entre el discurso y la realidad
Por Claudio Acuña*. El discurso educativo de Cambiemos, expresado reiteradamente por el ministro Esteban Bullirich, hace hincapié en la necesidad de una «revolución educativa», pero por el momento sus únicos avances tienen que ver con el control y culpabilización de los docentes. El discurso meritócrata y empresarial de la «eficiencia».

Por Claudio Acuña*. Las políticas educativas y los discursos sobre educación del macrismo están en sintonía con la gestión que viene haciendo el PRO en la CABA. Pero ahora como Cambiemos gobiernan la Nación y dos de los distritos más importantes del país, que concentran gran parte del sistema educativo. Por esto, las medidas que vienen tomando cobran otra magnitud.
Desde que asumió el Ministerio de Educación, Esteban Bullrich viene planteando la necesidad de una «revolución educativa». Uno de los puntales de esta revolución es la creación de la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad Educativa, que se propone, entre otros objetivos, evaluar en el mes de octubre a los alumnos de todo el país a través del Operativo de Evaluación Nacional Aprender. Esta primera etapa continúa con un segundo momento, no definido aún, de evaluación a docentes y a la infraestructura de las escuelas. El objetivo sería medir dónde estamos parados, además de evaluar a las autoridades políticas que van a llevar adelante este cambio.
Estas propuestas tendientes a cuantificar rendimientos nos revelan una concepción de la educación medida por sus resultados, en una clave vinculada a la eficiencia, a una idea más cercana a la lógica empresarial y, por ende, del mercado, lo que pedagógicamente es cuestionable. Pero, ¿es correcto pensar a la educación en esos términos?
Partir de una perspectiva que se plantea medir y que tiene como horizonte la eficiencia y la «calidad educativa» no es hacer un diagnóstico real de dónde estamos parados. Creemos que la medición y los usos de sus “resultados” solo apuntan a fomentar la discriminación y estigmatización de aquellas instituciones y docentes que no resulten “favorecidas” en las evaluaciones.
Así también se genera una competencia negativa entre docentes y escuelas que profundiza la segregación y segmentación que de por sí existe en nuestro sistema educativo. Pero sobre todo abre la puerta a responsabilizar a la docencia de esos resultados. Evaluar a nuestros alumnos es necesario, pero no como está planteado, es decir, con el mero fin establecer un ranking sin tener en cuenta las condiciones sociales y económicas en la que se desarrollan los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Incluso si les diera el crédito de ser un gobierno que aspira a revolucionar la educación, ¿cómo se explican las decisiones que vienen tomando en un sentido totalmente contrario? Si verdaderamente se cree que la escuela puede ser un camino para la inclusión y para paliar las desigualdades sociales, se deberían fortalecer los programas socioeducativos. Pero con el macrismo en el poder se avanzó tanto a nivel nacional como a nivel jurisdiccional en su desmantelamiento y recorte: fin del Plan Conectar Igualdad, cese de nuevas inscripciones para el Plan Fines, cese de las orquestas infantiles, no fortalecimiento de los gabinetes de orientación escolar, vaciamiento de la ESI, no compra de libros para las escuelas, etc. Todas estas decisiones muestran cuál es la verdadera situación. Si la escuela no borra las desigualdades, una escuela sin estos programas y en estas condiciones es aún peor.
¿Cómo se entiende que se nos hable de «calidad educativa», cuando hay escuelas públicas que carecen de mantenimiento y tienen serios problemas edilicios, que no tienen gas, que reciben alimentos para los comedores de bajísima calidad, que no tienen boletines de calificaciones y se entregan las notas en papelitos? En esta situación de evidente separación entre el discurso y la realidad hasta el momento lo único que han hecho es avanzar en el control de los docentes y las instituciones fomentando un discurso culpabilizador sobre el presentismo y las licencias, con escuelas sometidas a grandes tareas administrativas en detrimento de lo pedagógico. En este sentido, creemos importante alertar sobre una nueva hegemonía a nivel educativo que se pretende instalar desde el macrismo.
Por otra parte, otro de los aspectos planteados en la por la «revolución educativa» del ministro Bullrich tiene que ver con una serie de reformas destinadas a garantizar la igualdad de oportunidades a nivel educativo. Esto significa que, según sus palabras, “no importa el lugar donde nazca un argentino, porque cualquiera sea el lugar de ese país, tendrá la misma posibilidad de educarse y la misma calidad educativa”.
El interrogante que surge es si esto es posible, es decir, si un modelo educativo como el actual puede basarse en la igualdad de oportunidades. Entendemos que estamos ante una falacia, porque en la realidad está demostrado que una de las razones de los éxitos o fracasos en las trayectorias escolares tiene que ver con la influencia de las condiciones sociales, culturales y económicas de la que parten nuestros alumnos y alumnas. El modelo educativo que enuncia Bullrich -la igualdad de oportunidades- es una ficción, porque nos plantea un mismo punto de partida para todos que en la realidad no es tal. En la práctica las desigualdades de origen pesan y son uno de los componentes que nos ayudan a explicar y comprender las causas de abandono escolar, las tasas de repitencia y la sobreedad que presenta nuestro sistema educativo.
Por otra parte, partir de la premisa falsa de la igualdad de oportunidades promueve una educación meritocrática que fomenta la competencia entre los estudiantes (¿una especie de darwinismo social?) y un modelo educativo cuestionado pedagógicamente por anacrónico. Pero, sobre todo, es necesario discutir esto porque en la medida en que la educación solo sirva para ser aprovechada por quienes están mejor posicionados se estará reforzando el autoengaño de la meritocracia y la igualdad de oportunidades.
No puede haber una escuela que brinde igualdad de oportunidades si no está precedida por una igualdad social. Creemos que mejor que hablar de «calidad educativa», un término por cierto más ligado al discurso empresarial que se propone desde el Gobierno, sería más correcto hablar de «educación integral».
Para una educación integral se necesitan cambios que comprenden y exceden nuestro sistema educativo, es necesaria una verdadera distribución de la riqueza para que efectivamente todos y todas estemos en igualdad de condiciones. Se precisan transformaciones que aseguren las condiciones de vida material necesarias para garantizar un mejor posicionamiento económico, social y cultural. Y claramente desde esta perspectiva es el Estado el que cumple un papel fundamental para crear las condiciones de un sistema educativo solidario, justo y equitativo.
@claus_62
*Sociólogo, docente (UBA/UNSAM)
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