Cultura

9 junio, 2016

Leonardo Oyola: «Yo fui muy afortunado y me doy cuenta de eso»

Segunda parte de la entrevista con Leonardo Oyola, autor de Kryptonita, en la que hablamos de religión y sus críticas al Papa Francisco, de política y sus preocupaciones por la situación actual y de literatura y sus fanatismos literarios de ayer y de hoy.

La muy amena conversación con Leo Oyola, que había comenzado inevitablemente con el tema Kryptonita, siguió con diversas anécdotas respecto de las charlas que fue a dar a todo el país gracias a la novela (“Yo voy a donde el libro me lleva”), entre ellas la visita a un colegio luego de la invitación de un docente del que recién al llegar descubrió que era sacerdote: “Será porque yo escribo policiales, pero cuando lo vi con el cuello blanco me di cuenta al toque de que era cura”.

En aquella charla no hubo inconvenientes e incluso, por iniciativa del docente se abrió el debate con los chicos sobre temas difíciles de tratar en una institución religiosa, como el derecho al aborto. Pero Oyola también recuerda que otro religioso con el que habían empezado a hablar para organizar un debate sobre el libro se echó atrás repentinamente al encontrar un tema espinoso: “Pará, vi tu postura respecto del Papa Francisco. Disculpame, no te puedo traer”.

Oyola, devoto de San Jorge, que reivindica al “Jesús histórico como figura” y se reconoce con “idas y venidas con la idea de Dios”, explica: “A veces creo más, otras creo menos. Para mí siempre le hicieron mal a Dios sus representantes en la Tierra. Sí creo en los santos, pero cuando yo estoy amigado con la idea de Dios para mi Dios es amor. Entonces un tipo como Bergoglio que llamó a una guerra santa -lo dijo con esas palabras- contra el matrimonio igualitario… Listo. Ahora puede tener muchos gestos para acercarse al pueblo, pero con el gesto aquél ya está. Me parece que representa lo más feo de la Iglesia, que son las dos caras”.

Luego de una asociación libre por la que cuela la recomendación de esa película tan disfrutable como subvalorada que es Kingsman (“Tiene una escena en una iglesia que no se puede creer. Es la felicidad. No es ni ahí pretensiosa. Y la línea de Colin Firth en la iglesia define todo. La escena de la iglesia es gloriosa, increíble»), concluye con el tema: “Desde la editorial me mandaban los libros de Francisco y me quería matar. No me interesa el tipo este. Mandame el libro del Apache y el de Gallardo”.

Siguiendo con el área política, inevitablemente llegamos a la escena nacional y al nuevo escenario abierto. Oyola plantea que está “como todos, hecho mierda”: “Yo lo que te puedo decir que en mis 40 años lo que vi es que se estaba acercando. Faltaba todavía pero se estaba acercando. Jamás lo vi tan tangible, tan lindo, tan cerca”.

Pero también plantea la necesidad de hacer un “mea culpa”: “Era algo que se veía venir. Ahora es muy sencillo señalar al mal mayor. Yo empecé a vivir acá en Capital en el 2007 y sentí todas las cosas más lindas que pasaron con el gobierno kirchnerista, ni hablar de cuando fue la reelección de ella… Me parecía divino. Pero también veía como empezaba a crecer todo este resentimiento. Lo que te quiero decir es que me parece que se confió demasiado y hubo pecados de soberbia”.

Y concluye: “Ahora está todo muy susceptible. A mí me han tratado de hiperK pero, la puta madre, yo creo que la línea que nos define a todos la escribió Soriano en No habrá más penas ni olvido: ‘Yo nunca anduve en política, siempre fui peronista”.

Uno de los aspectos que más lo preocupa de la nueva realidad, más allá de las polémicas políticas en los bares porteños que dice haber aprendido a valorar desde su pertenencia “híbrida”, es la situación en el Conurbano bonaerense, particularmente con la escalada represiva de la Policía.

“Era un poder que antes estaba más controlado y que ahora tiene carta blanca. La otra vez fui para el oeste y vi que la Policía paraba a unos pibes de 14 o 15 años de un colegio secundario del Estado. Y lo primero que hacían los canas, aparte de tenerlos contra la pared, era sacarle la gorra, que es un símbolo muy importante allá, y se la tiraban en la zanja. Y uno de los canas les dice: ‘No los quiero ver más haciendo lío acá, si quieren joder se van para Haedo’. Está bien, estamos en el oeste, pero ¿es el far west? Hijos de puta”, dice. “Todo ese tipo de cosas me parece que son terribles porque son las que tienen menos prensa. En la etapa anterior, entre muchas cosas que se ganaron, victorias importantes, estaba el tema de los derechos”, concluye.

Mientras salía de la enfermedad que lo tuvo una quincena encerrado en su departamento, con fiebre y casi aislado del mundo, recuerda haberse horrorizado con la presencia del presidente Macri en Mc Donalds: “¿Cómo puede ser que se esté poniendo el delantal de McDonalds? Es el presidente. Vos en teoría por tu cargo estás dejando de lado todos tus intereses personales. Lo que me parece más terrible de todo esto es que es re sencillo pegarle a Macri, es como pegarle patadas a un caballo muerto, porque es un títere. Pero ahí ya entrás a otros niveles de paranoia”.

Finalmente, para concluir donde habíamos empezado, le preguntamos por sus maestros o referentes literarios: “Todo el tiempo se te está modificando tu top five. Pero hay cosas que vos sabés que son más fundacionales. Para que vos y yo estemos sentados acá Laiseca es inevitable. No sólo por lo del taller sino por haberlo leído y haber visto su anarquismo en muchas cosas”.

Respecto de su maestro agrega: “Como dice el documentalista que está haciendo lo de Laiseca, él es tan buen maestro que hasta te muestra lo que no tenés que hacer. Y no hablo de lo cachivache, porque cada uno tiene su prontuario. Pero lo principal es que cuando yo lo vi leer a Laiseca en vivo, narrar, mejor dicho, me puse a buscar sus libros. En una mesa de saldos (porque lo enganché justo antes del boom que tuvo por los cuentos de terror) encontré La hija de Kheops y La mujer en la muralla, que lo tengo tatuado. Y haberlo leído al tipo fue liberador”.

Luego recuerda el impacto juvenil que implicó leer La naranja mecánica, de Anthony Burguess (“Me partió la cabeza mal. Yo no sabía en ese momento que el tipo había inventado esa jerga, para mi hablaba como hablaban en su barrio”) y un descubrimiento más actual, Erskine Caldwell (“Me fascina. Veo que hay género, hay pulso. Pero también mucho sentimiento, códigos. Me gustan mucho los cuentos de él”). De éste reivindica especialmente un ensayo acera de “cómo ser escritor”, incluido en los volúmenes de cuentos Historias del Norte y del Sur, que “está a la altura del Mientras escribo, de Stephen King”.

También rescata sus lecturas de Cormac McCarthy (“Me re caben sus historias. Todos los hermosos caballos es impresionante. Y, ya completamente volcado al género, Meridiano de Dios es increíble) y de Craig Johnson (“Yo llego a él por la serie Longmire, que está genial. Es una reformulación de Sherlock Holmes pero en el oeste actual”). Además reconoce que siempre vuelve a algo que tiene que ver con sus “primeras lecturas” de mesa de saldos: hard boiled, pulp, literatura policial de los años 20, 30 y 40.

En cuanto a autores latinoamericanos su fanatismo más reciente tiene que ver con Mario Levrero, luego de que la editorial comenzara a mandarle sus libros: “Yo arranqué por La novela luminosa y fue increíble. Y después empecé a buscar todo. Incluso ahora, que me puedo dar el lujo, cuando aparece una edición vieja la compro”. Además plantea un posible encuentro, una “comunicación” entre el uruguayo y Laiseca: “Vos leés Su turno para morir y Nick Carter (se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo) y son dos novelas que en algún punto parecen escritas por el mismo escritor, que tienen los mismos códigos y los mismos juegos”.

De los autores jóvenes cuenta que con el que está “más enganchado” es con Mariano Buscaglia: “Hace bien pulp, maneja todo lo que es policial, pero coquetea mucho el western, con el terror, con la ciencia ficción décadas del 30/40, científico loco queriendo hacer su Frankenstein… Hombres lobos, motoqueros, nazis… Tiene esos códigos que me parece que están buenos porque hay una sensación de algo conocido pero no de deja vu y cuando vos ves que con todo eso alguien puede hacer algo nuevo y volver a emocionar”.

Antes de cerrar la charla y de prometer algún nuevo encuentro en el que ya pueda beber cerveza, Oyola concluye: “Yo fui muy afortunado. Muy, muy afortunado. Y me doy cuenta de eso”.

Pedro Perucca – @PedroP71

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