América Latina

23 mayo, 2016

La revolución en su urgencia: la dirigencia en el debate

Por Marco Teruggi. La derrota legislativa del pasado 6 de diciembre fue un punto de inflexión en la Revolución Bolivariana. Una señal que indicó el final de una posibilidad para el chavismo: la de estirar el tiempo con las mismas coordenadas.

Por Marco Teruggi. La derrota legislativa del pasado 6 de diciembre fue un punto de inflexión en la Revolución Bolivariana. Una señal que indicó el final de una posibilidad para el chavismo: la de estirar el tiempo con las mismas coordenadas. Los días que siguieron tuvieron consignas espontáneas, sintetizadas en palabras como depuración, limpieza, una señal hacia la dirección de la revolución. No en términos de nombres y apellidos, sino apuntando a determinadas prácticas, sorderas, relatos, mediaciones políticas en crisis.

La rotación permanente y la sobreacumulación de cargos públicos con los mismos hombres y mujeres, los grandes eventos sin consecuencias en la toma de decisiones, el discurso oficial cada vez más alejado de los lenguajes cotidianos, las medidas presidenciales sin traducciones en la realidad, la impunidad, entre otras cosas.

Pasados cinco meses de aquella fecha un pronóstico resultó cierto: la derecha se sirvió de la Asamblea Nacional como espacio para generar choques de poderes, leyes antipopulares, desfinanciamiento de políticas estratégicas de la revolución.

Una expectativa, en cambio, resultó trunca: la modificación en las coordenadas de la dirección, en particular en su instrumento político y de manejo estatal, el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela). Pareció probable, sí, en los primeros días, con el empuje de movilizaciones y asambleas generadas por el impacto 6D. Pero rápidamente todo volvió a su lugar y una conclusión se impuso: según parece, no habrá cambios significativos.

Por complicidades, caballos de Troya, imposibilidades, disputas, desconexión con la base. Cada uno tiene su diagnóstico acerca de las causas precisas que conforman el cuadro actual de las fuerzas del chavismo. La conducción no parece hablar de frente en medio de un cuadro económico crítico, no existen lineamientos claros –salvo por excepciones coyunturales, como los recientes Consejos Locales de Abastecimiento y Producción, la activación de la Milicia Bolivariana, y los grandes espacios como el Congreso de la Patria, que genera escepticismo en muchos-. Más de lo mismo, se dice aguas abajo.

Sobran tarimas, camisas rojas y una retórica que se repite, pero no contiene, no interpela ni prepara hacia futuros escenarios que, todo indica, serán muy difíciles. El tiempo ganado se pierde, y el tiempo es justamente la estrategia de la derecha: quiere desgastar al chavismo, anímica y alimentariamente, para llegar a los choques frontales con la fuerza de la revolución disminuida.

Como lo indicó Vladimir Padrino López, General en Jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, al anunciar la activación del plan de defensa integral: se está en un escenario de guerra prolongada. La moral y la comida son centrales para resistir a esta etapa y lo que parece pronto a desencadenarse.

Y todo indica que los tiempos pueden acelerarse: el golpe en Brasil terminó de dejar el continente listo para que el imperialismo avance sobre su objetivo principal desde hace 16 años: la Revolución Bolivariana. Siente como nunca que puede y acelera. Se trata de la fase dos de la “Operación Venezuela Freedom”, el plan elaborado por el Comando Sur a principios de año, un intento de estocada final en la guerra no convencional. Álvaro Uribe pidió públicamente, días atrás, una intervención armada sobre Venezuela.

También los tiempos populares pueden acelerarse: ¿Cuánto más pueden los sectores populares aguantar los impactos de la guerra económica con la imparable subida de precios, pérdida de poder de compra, desabastecimiento y colas diarias?

La dirección mantiene en ese marco una épica ideológica con acciones que van en otros sentidos. Sostiene, por ejemplo, una confrontación contra la burguesía, contra Lorenzo Mendoza en lo particular -como enemigo real y claro- mientras prioriza en los hechos acuerdos con los empresarios, relegando a la organización popular. El vicepresidente del Área Económica y ministro de Industrias y Comercio, Pérez Abad, un empresario, encarna esa tendencia y la enuncia públicamente.

¿Es un problema la búsqueda del acuerdo con actores que trabajan para terminar con la revolución? En este momento histórico con pocas reservas, lo es. Darle poder al enemigo para contenerlo no solamente no sirve -como volvió a mostrar el caso de Dilma Rousseff-, sino que desmoviliza y empeora las condiciones para futuras resistencias.

Esto no quita los debates sobre las limitaciones del movimiento popular, los techos del acumulado del movimiento comunal, los equilibrios de la compleja arquitectura cívico-militar, la inmensidad del despliegue del imperialismo que ha descargado todas sus fuerzas para terminar con la revolución. Pero la dirección tiene un peso central: debe ser un punto de referencia ética, pelear en las calles, enfrentar lo que enfrenta el pueblo.

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El proyecto histórico del chavismo tiene la fuerza necesaria para resistir. La base histórica popular está dispuesta, después de tres años de guerra no convencional y en medio de dificultades cada vez más agudas, a defender lo construido. El rol de la conducción es entonces central para evitar una derrota.

En particular en el contexto de la cultura política de la Revolución Bolivariana, fundada en una necesidad de liderazgo inmenso. Hugo Chávez era quien convocaba, planteaba cómo resolver nudos tácticos y estratégicos, una suerte de relámpago permanente. Y a través de su peso, el Estado accionaba -en parte y contra su naturaleza- en esas direcciones. El problema estuvo siempre en las mediaciones, en particular el PSUV.

Enfrente se encuentra la contrarrevolución con 16 años de odio y ganas de revancha acumulada. De poder llevar adelante su plan, intentará que no quede ni el nombre del chavismo en pie.

¿Cómo resistir, evitar lo que parece venir y prepararse en caso de que llegue? Quienes en la dirección creen en el proyecto histórico chavista tienen mucho que decir y sobre todo, hacer. Su responsabilidad ante la historia es inmensa: sin medidas que confronten con el enemigo externo e interno -en las filas del chavismo-, parece imposible revertir el escenario. Perder, salvo para los traidores, no es una opción, y queda cada vez menos tiempo.

Tal vez sea cierto, una vez más, que sólo el pueblo salva el pueblo.

@Marco_Teruggi

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