20 mayo, 2016
Coach: entrenando para la sociedad del espectáculo
En un mundo absolutamente regido por lógicas mediáticas es más importante para un político dar bien en cámara que decir algo relevante. La última propuesta teatral de Manuel González Gil, con protagónicos de Manuel Callau y Pablo Alarcón, se sumerge en la problemática relación entre un ministro y su coach mediático.

El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente hace sobre sí mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia.
Guy Debord, La sociedad del espectáculo
Si bien parece que el texto de la obra le fue propuesto al prolífico director Manuel González Gil hace más de cuatro años por su autor, José Glusman, lo cierto es que su sentido de la oportunidad política es indiscutible en un contexto en el que muchos quieren atribuir el creciente descontento popular a meros “problemas de comunicación” gubernamentales.
En estos tiempos en que los candidatos apuestan más fichas a la intervención mediática que a la gestión concreta, a la imagen “medible” que al andamiaje ideológico, una comedia acerca de un ministro eficiente pero torpe al momento de comunicar sus proyectos que requiere de ayuda profesional para manejar sus apariciones en los medios presenta, a priori, un gancho interesante.
El ministro en cuestión (Manuel Callau), ingeniero hidráulico y cabeza de un vago ministerio de ingente presupuesto (asimilable al hoy extinto Ministerio de Planificación), se entera de que está siendo “medido” para un cargo político de mayor responsabilidad. Tiene pros y contras. Es eficiente y puede acreditarse pergaminos y proyectos exitosos, pero en cámara se abatata, tartamudea y hasta se pone agresivo. Su prometedora carrera política podría verse obstaculizada por esa consecuente torpeza mediática.
Las presiones de las altas esferas y la insistencia de su secretaria y amante (Coni Marino) acaban convenciendo al reticente y pudoroso ministro de aceptar durante algunos meses la asistencia de un “coach”, que le enseñe a manejarse mejor ante los medios. El entrenador escogido es Pedro (Pablo Alarcón), un profesor de teatro psicobolche que acepta el trabajo tan sólo por interés económico y porque su carrera profesional viene en baja.
El izquierdismo del teatrista cincuentón (votante de un ficticio Partido Proletario de los Trabajadores Unificado) aparece más como discurso autojustificatorio de sus «fracasos» que como manifiesto político coherente. Más allá de su inicial incomodidad por estar trabajando para el oficialismo, sus modestas capacidades docentes y la propuesta de algunos juegos teatrales elementales -memoria emotiva, juego de roles, hablar en un idioma inventado, interpretar a un animal- logran abrirle al ultraformal ministro un universo nuevo de liberación corporal y expresiva. Así, comienza a forjarse un vínculo, una contaminación mutua, una transferencia.
La sobresaliente interpretación de Callau, que logra dotar de humanidad al aparatoso funcionario, es el soporte fundamental de la obra. Alarcón por su parte resuelve de manera más que solvente los desafíos de su contrafigura hipie, mientras que Marino no logra aportarle muchos matices a un personaje delineado con trazos excesivamente gruesos.
Callau ha sostenido en algunas entrevistas: “No hacemos anclaje en nadie: ni yo soy Macri ni él es Durán Barba. Es la fantasmagoría de ese mundo, pero no hay referencias periodísticas. El espectador después imaginará lo que quiera, pero la obra no dirige la mirada”. Sin embargo, la construcción estereotipada de los personajes inevitablemente remite una realidad político/mediática que se ha transformado en sentido común.
El problema fundamental de la obra tiene que ver con un texto muchas veces superficial, que a veces pareciera optar por el registro de la comedia televisiva más básica antes que por profundizar en la carnadura de sus criaturas o desarrollar algunos conflictos potencialmente interesantes.
Como manifestación de esa liviandad textual, cuando el personaje de Alarcón pretende refutar los argumentos del ministro apenas logra tartamudear algunas obviedades anticorrupción, representando discursivamente más a un crédulo votante de Stolbizer que al izquierdista que se supone que es. Por otro lado, cualquier posible verosimilitud se licúa en esa dimensión decididamente contrafáctica que propone el funcionario de Callau, que no sólo es eficiente sino también honesto, siempre reacio a dejarse tentar por las propuestas non sanctas de determinados grupos empresarios.
La escenografía es un tanto aparatosa y no acaba de funcionar demasiado bien, pero es coherente con muchas otras elecciones de este tipo de teatro comercial tributario del formato televisivo. La música de Martín Bianchedi, acompaña climáticamente, aunque no puede evitar algunos subrayados excesivos.
Dicho todo esto, también es justo reconocer que en varios tramos de la obra la solvencia de sus intérpretes logra transformarla en una comedia divertida. Ante un Alarcón que demuestra estar a la altura en el escenario, Callau despliega todo su oficio y logra momentos hilarantes con las transformaciones de su ministro.
Una propuesta absolutamente mainstream, con una producción destacable y una pareja protagónica de altura que logra tornar disfrutable un texto por momentos algo elemental.
Pedro Perucca – @PedroP71
Ficha técnico artística
Autoría: José G. Glusman
Actúan: Pablo Alarcón, Manuel Callau, Coni Marino
Producción ejecutiva: Jorge Dyszel
Productor asociado: Mariano Reguero
Producción: VIsual MedIa ProduccIones Sa
Dirección: Manuel González Gil
TEATRO LA COMEDIA
Rodriguez Peña 1062
Capital Federal – Buenos Aires
Teléfonos: 4815-5665 / 4812-4228
Web: http://www.lacomedia.com.ar
Entradas desde: $ 380,00
Jueves, viernes y sábados – 21:00 hs
Domingos – 20:30 hs
Hasta el 07/06/2016
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