5 mayo, 2016
La prohibición mata
Por Martín Cortés*. La hipocresía respecto al consumo de drogas y el nuevo contexto político. Los debates pendientes en el marco de una nueva edición de la Marcha por la Legalización de la Marihuana y los muertos de Time Warp.

Por Martín Cortés*. El sábado hay una nueva marcha por la legalización de la marihuana, pero ya no comeremos Jorgito en la plaza esperando alegremente que se legalice el porro porque la ley ya casi, ya sale. A qué deberíamos atenernos con el macrismo en el poder, qué esperar y qué no, qué cambió desde la última cruzada anti drogas de los 90 y cómo pensar a los muertos de la Time Warp: ésas son algunas de las puntas que siguen.
Marcha de la bronca
El kirchnerismo vio crecer la convocatoria a la marcha casi exponencialmente. Si bien se trataba de un gobierno que amplió algunos derechos y tenía figuras que tiraban guiños sobre el tema, la ley no salió. Con un clima regional favorable, todavía no se entiende por qué: cuánta iniciativa faltó, cuánta inercia conservadora sobró, qué sector de la sociedad civil fue demasiado débil o cuál demasiado fuerte. Lo sabremos en unos años. Lo que teníamos todos los mes de mayo eran las marchas del como si, donde hacíamos de cuenta que estaba legalizada.
El ritual era más o menos así: como no hay mayor artífice de ley que la costumbre, nos fumábamos doscientos mil porros en pleno centro.
Ahora el contexto cambió y se yergue la sombra de una creciente represión. Por eso la marcha de este año será especial, como lo fue la del 24. Nos corrieron el piso, a nosotros que habíamos llegado a un cierto acuerdo entre usuarios, políticos, un sector del Poder Judicial y las fuerzas de seguridad. En pocos meses volvió el miedo a prender un porro en la calle, a andar con un frasquito en la mochila. Obviamente no es voluntad de este gobierno legalizar ninguna droga, porque así es el particular liberalismo vernáculo que nunca entenderemos aunque nos hayamos acostumbrado a él.
Pero a no ensañarnos con el macrismo porque la mano ya venía complicada: uno de los puntales de la campaña presidencial fue la lucha contra el narcotráfico. Más fuerte en Massa, el candidato que iba para donde indicaban las encuestas; más suave por momentos en Scioli (pero sabíamos a qué atenernos dada su gestión provincial); y, en Macri, como parte de un proyecto mayor que incluía pobreza cero y la unión de los argentinos (?). Pero todos proponían más o menos lo mismo, con matices como la burrada de la ley de derribo, más o menos xenofobia, más o menos lupa en la justicia o la policía, etcétera. Y el cambio fue rotundo: en estos poquitos meses ya volvió a algunas provincias la vagancia de la DEA: ¿cómo explican su trabajo si en su país avanza la legalización por goteo, estado por estado?
Y ahora quién podrá ayudarnos
Ahora bien, la historia no se repite, o lo hace como farsa, según dijo Marx que decía Hegel. Estos fumones a quienes se intenta recriminalizar no son los mismos que antes. Estos fumones, en su mayoría, han legitimado su consumo y lo exhiben casi con orgullo. Y algunos hasta cultivan lo suyo y distinguen entre Moby Dick, Silver Haze y AK-47. No se avergüenzan de fumar porro, no tienen problema en que se enteren los padres. El porro aparece en telenovelas en horario central, en películas taquilleras, ya sin esa aura satánica que supo tener hace apenas quince o veinte años, aunque se mantiene la idea del consumidor tontolón un poco desinteresado por todo, un poco vago. Todavía no sabemos si este cambio cultural servirá en el debate, pero es algo que no puede pasarse por alto porque al día de hoy figuras como Julio Postiglioni o Claudio Izaguirre son más dignas de Peter Capusotto que de un debate serio.
Eso sí: en medio de tarifazos, despidos e inflación, parece difícil que alguien se movilice para que lo dejen fumar en la calle. Parece algo casi frívolo. Pero es que en realidad, el desafío de todos estos años fue hacer confluir la agenda de los usuarios de drogas con la de otros sectores, ya que, y esto es bastante obvio, los usuarios son también trabajadores, mujeres, homosexuales, pibes de la villa hostigados por la policía, etc. Entonces, si antes discutíamos las condiciones del trabajo y hoy agradecemos si lo tenemos, antes nos dábamos el lujo de distinguir despenalización y legalización, pensábamos qué sustancia sí y cuál no, hoy ya no está como para estos matices.
Mi fondo de verdad sigue siendo el mismo, aunque las condiciones del debate cambien: normalización de la relación entre el ser humano y las drogas, argumentos exclusivamente sanitarios en el debate, regulación estatal de todos los químicos que quedaron de aquel lado de la legalidad.
Pero, como decía, no sería éste el mejor momento para dar este debate, en un alza del descontento social, cuando sería ideal para el gobierno tener un instrumento que le permita detener pibes de forma más o menos discrecional para tenerlos acongojados y hacerles sentir el poder en sus propios territorios. ¿Y qué instrumento podría ser ese? Pero claro, la ley 23.737 de drogas.
Túnel del tiempo
Dicen algunas malas lenguas que a principios del siglo XX la marihuana empezó a tener mala fama porque la fumaban los inmigrantes mexicanos para hacer más pasable el laburo en el campo. Y dicen otras malas lenguas que en los 30 consiguieron prohibirla en Estados Unidos gracias al lobby que hizo una empresa de nylon: el cáñamo era un competidor directo de ese polímero. Después el imperialismo hizo su trabajo y todos nuestros países la fueron prohibiendo, usando el cliché de la década: la droga es cosa de comunistas, de subversivos, de reventados, de inadaptados, de pobres. Ningún argumento de salud pública fue esgrimido en el debate.
Las sociedades de principios del siglo XX no se imaginaron lo que estaban legando al futuro con la prohibición: una falsamente atávica fobia a algunas drogas y un maravilloso instrumento en manos de la policía para controlar política y territorialmente a sus poblaciones. Y entonces hoy ya no tenemos derecho a pedir consumir cosas de calidad. Es decir, sí, podemos exigirle al mercado mejores autos y mejores electrodomésticos, pero no drogas seguras, porque drogarse hace mal (¡si hasta lo dice la ley!).
Ésa es la matriz que mató cinco pibes en Costa Salguero, además de, claro, los que se aprovechan de la prohibición y vendieron cualquier cosa, los que dejaron pasar a esa pastillita tan chiquitita, los que cobraban el agua a cualquier precio, los que prohíben toda joda pensando que así se soluciona el tema. Ésa es también la matriz que hace que la tele se pregunte por qué los jóvenes se drogan con una falsa angustia. Por qué juegan con su vida. Por qué la vida no los satisface y precisan destruirse.
Nada de todo eso, amigos: si ciertos periodistas no conformaran una especie de casta extra-social lo sabrían. Queremos drogarnos con drogas buenas, como aquel y su whisky, o el otro y su Rivo. Porque nos vamos a seguir drogando, porque laburamos toda la semana y tenemos derecho a bailar re locos un rato, porque está bueno y es una parte más de la vida, no un error o una anomalía o un mal tolerado, y queremos hacerlo con información, con seguridad y sin ser tildados de criminales. Y porque la prohibición mata, como mostró Time Warp. Pero a ustedes no les importa. Por eso marchamos este año, y muchos ya lo hicimos el 24 de marzo y el 29 de abril, porque son muchas las cosas que nos están jodiendo la vida. Quedan avisados.
*Periodista especializado en políticas de drogas regional, narcotráfico y derechos humanos.
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