Géneros

5 mayo, 2016

El paraíso es de La Chiche

En la tarde del miércoles las y los santafesinos se encontraron con una triste noticia: la muerte, en circunstancias aún no esclarecidas, de la Chiche. Una travesti de 74 años cuya vida era un testimonio fundamental para comprender las violencias, las marcas y la resistencia de la identidad travesti en sociedades conservadoras como la de Santa Fe.

En la tarde del miércoles las y los santafesinos se encontraron con una triste noticia: la muerte, en circunstancias aún no esclarecidas, de la Chiche. La Chiche era una travesti de 74 años cuya vida era un testimonio fundamental para comprender las violencias, las marcas y la resistencia de la identidad travesti en sociedades conservadoras como la de Santa Fe.

No son muchas las travestis que llegan a esa edad y por eso su voz y su historia es tan importante. Para las travestis, el diálogo intergeneracional es un espacio deshabitado. Mueren mucho antes, su esperanza de vida apenas supera los 30 años. Generalmente son víctimas de hechos de violencia, reflejo del abandono y la estigmatización que todavía las rodea.

Diversos medios de comunicación locales, como Diario El Litoral o Aire de Santa Fe, trataron el caso de la muerte de La Chiche como la de un hombre que se vestía de mujer, “Un travesti de 74 años”, que “vivía solo y fue hallado fallecido en su dormitorio tendido sobre la cama”. Incluso utilizando su nombre -el que ella había elegido para nombrarse y ser reconocida- entre comillas, como si no fuera verdadero, casi como si fuera un chiste.

Para algunos periodistas todavía es posible desconocer que existe una ley nacional, que fue el resultado de la organización política colectiva de las travestis y contó con el respaldo de diversas organizaciones, que reconoce el derecho a la identidad de género y el derecho a ser tratada de acuerdo a ella en todos los ámbitos de la vida. O que recientemente fue presentado un proyecto de ley en la provincia para que se establezca el cupo laboral trans.

Parece que no saben que las travestis no están solas, que existe una red afectiva resistente, profundamente subversiva y alerta, que desprecia la normalidad que las niega hipócritamente, que las esconde en el lugar de aquello que de tan deseado, asusta. Como dijo Diana Sacayán: “Vamos a desbaratar ese discurso: no queremos que nos condenen eternamente a esos rincones oscuros”.

Hace unos años, en la presentación del libro La gesta del nombre propio, Diana Maffía se preguntaba “¿por qué para algunos y algunas tiene que ser una lucha, nombrarse? ¿Quiénes pueden elegir cómo ser nombrados y quiénes tienen el derecho de decir acerca de otros: quiénes y cómo son? No hay paridad en este derecho. Y esto tiene que ver con las relaciones de poder dentro de la sociedad».

La disputa por la resignificación del término travesti, por la articulación de los profundos sentidos políticos que tiene esa palabra, forma parte de la disputa más amplia por el reconocimiento de la legitimidad para habitar el espacio público, para contrarrestar la hegemonía moral patriarcal y heteronormativa que pretende autoritariamente, y por las más diversas vías, mantener colonizadas las identidades, que pretende una ciudadanía chiquita, estrecha, en la que no entra casi nadie.

Por el contrario, la lucha por el reconocimiento de la identidad travesti en toda su densidad, implica la ampliación sin fin de ese espacio público, expandiendo el mundo y la historia, para que ingresen todos y todas en igualdad real. Un mundo y una historia más ricos en su monstruosa diversidad.

Como escribió Lohana Berkins: “Las travestis no pretendemos imponer nuestros valores y perspectivas sino que exigimos la libertad y las condiciones materiales para vivir vidas gratificantes y plenas de derecho. (…) Porque nuestro deseo no es alcanzar la respetabilidad, sino demoler las jerarquías que ordenan a las identidades y a las y los sujetos reconociéndonos negras, putas, palestinas, revolucionarias, indígenas, gordas, presas, drogonas, exhibicionistas, piqueteras, villeras, lesbianas, mujeres y travas, que aunque no tengamos la capacidad de parir un hijo sí tenemos el coraje necesario para engendrar otra historia”.

Querelle Delage, una reconocida actriz trans de la ciudad escribió la siguiente despedida para la Chiche: “Chiche era una señora. Más de una quisiera para si el título de señora. No cualquiera se lo gana por si misma sin ser ‘señora de’ por añadidura marital. Chiche era una señora por derecho propio dignamente ganado. Chiche no era mi amiga pero me unía a ella eso de que las aves de mismo plumaje vuelan juntas. A Chiche me la cruzaba en fiestas (siempre bailando, bailando), en el colectivo, en el centro; me la encontraba en cada uno de esos rincones en los que nuestras miradas se reconocían y no necesitaban de traducciones. Chiche te abrazaba fuerte, con tetas, alma, corazón y vida. Chiche me llamaba Querer y a mi me gustaba por eso jamás la corregí. Chiche era una luchadora incansable, una trabajadora como pocas, una amazona de la vida. Ella tan rubísima, tan graciosa, tan brillantísima, tan sabia
(…) CHICHE CASTAÑEDA, LA CHICHE es una SEÑORA, acá en la Tierra como en el Paraíso, que ahora es bien suyo.
 Que se sepa”.

Natacha Guala, desde Santa Fe

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