Cultura

18 abril, 2016

Cuidar a los hijos de unos pibes que lo dieron todo

Hace algunos días se estrenó el documental «La guardería», de Virginia Croatto, que reconstruye la historia de unos 30 niños y niñas que fueron dejados por sus padres montoneros en una casa cubana, al cuidado de compañeros de la organización, mientras ellos volvían a la Argentina para combatir a la dictadura en la operación conocida como «contraofensiva».

A mediados de 1979 volvieron a Argentina en forma clandestina grupos de militantes montoneros exiliados para poner en marcha la «contraofensiva», una serie de acciones que apuntaban a golpear puntos vitales del sistema. Se suponía que estas iniciativas abrirían el camino a una serie de hechos similares por parte del conjunto de las organizaciones populares, en una dinámica que eventualmente haría caer a la dictadura militar.

En ese contexto surge la guardería montonera, una casa de La Habana donde crecieron más de treinta niños al cuidado de militantes de la organización mientras sus padres regresaban al país para luchar contra los militares.

Virginia Croatto, directora de La guardería, reconstruye la experiencia de esos chicos, hoy hombres y mujeres, que pasaron por la casa entre 1979 y 1983. Y lo hace desde una perspectiva diferente a la de los documentales convencionales.

A los testimonios de algunos protagonistas se suma un cuidadoso montaje con material de archivo, fotografías, dibujos con bellas animaciones, grabaciones hechas en cassette con conversaciones o canciones infantiles, cartas de los padres hablándoles de sus ideales, del mundo más justo por el cual luchan y de que esa militancia es el mejor legado que les dejan.

¿Una tortuga gigante, un cangrejo azul, una máquina que le devuelve la vida a las personas? También. Todo es posible en las fantasías de los niños que fueron entonces quienes hoy recuerdan su infancia como un momento atravesado por la ausencia, el desarraigo y la nostalgia, pero también por el cariño y la contención de los compañeros que los cuidaban.

Los testimonios no racionalizan desde el presente sino que muestran lo que ellos sintieron en ese momento, desde una óptica infantil. Por eso se logra un clima de mucha ternura y emotividad, sobre un tema que es controversial y polémico y que, además, ha permanecido en las sombras.

«Ahora mi mamá está desaparecida como la tuya”

Virginia Croatto eligió contar sin juzgar ese mundo tan particular, de niños dejados por padres que parten a la lucha, que les prometen volver, pero no les ocultan los riesgos. De hecho, muchos no lograron sobrevivir a la «contraofensiva». En la primera oleada de 1979 cayeron unos 40 militantes. En la segunda, la mayoría de los cuadros ni siquiera logró ingresar al país. Los estaban esperando en la frontera. Y los que pudieron entrar, fueron capturados poco después.

La muerte para los niños era parte de su experiencia vital y se expresaba con “aparente” naturalidad. Incluso, algunos de ellos ya eran huérfanos, como la propia Virginia. Su padre, Armando Croatto, había muerto en un enfrentamiento junto a otro jefe montonero, Horacio Mendizábal, el 19 de septiembre de 1979, en Munro.

La película no se adentra en el debate sobre la lucha armada, pero no la elude ni niega la controversia sobre los sentimientos que generaron en los hijos.

“Nosotros no elegimos esa vida”, dice una de las entrevistadas. Intentar comprender y aceptar la dolorosa experiencia de los padres que tomaron la decisión de dejar a sus hijos para venir a Argentina es una constante que atraviesa los relatos. Hay un esfuerzo por entender la decisión “en ese contexto particular”, y aunque aparecen reproches, no se ve rencor en ellos. Por el contrario, parecieran reafirmar cierta lógica reivindicatoria de la militancia.

La vuelta a la Argentina a partir de 1983 implicó, por parte de los sobrevivientes, asumir la derrota, y, para los chicos, la tristeza de volver a un país que no era como les habían contado; un país en el que se los condenaba a ocultar su pasado y su historia, donde no podían hablar abiertamente de sus padres ni de su lucha.

La película termina con el encuentro de esos niños, ya padres y madres, con sus hijos, a los que llevan a todas partes con ellos. Los días en que «todo el tiempo estaba eso de felicidad y tristeza» parecen disiparse.

Fabiana Montenegro

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