Cultura

4 abril, 2016

Un parte de guerra contra el sentido liberal-europeo

El libro de Mariano Dubin «Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen», incluye cuatro ensayos abarcan distintos temas, que no son tan distintos a la vez. El debate con la tradición hispano-liberal que construyó la historia de nuestro país desde la conquista de América hasta la cumbia villera.

Nos dijeron que bajamos de los barcos. Nos hicieron creer que acá no había nadie, o lo que es peor, que lo que había acá no vale la pena, ni siquiera para ser recordado. Nos construyeron una historia, que nos metieron por el cuerpo a fuerza de balas y tizas. Nos hicieron creer que nuestros héroes patrios eran blancos que peleaban por la gente blanca y nada más.

Nos hicieron creer que los caudillos federales eran figuras que debían ser cuestionadas, le pusieron comillas y caras sugestivas a la palabra caudillo cada vez que la dijeron en un acto escolar. Nos cortaron los huevos, nos arrancaron las orejas, nos robaron la lengua. Se llevaron los cuerpos de nuestros héroes, nos expusieron como trofeos en museos y exposiciones europeas.

Nos dijeron que invadíamos las ciudades como “cabecitas negras”, nos mataron a mansalva por querer tomar lo que era nuestro. Nos bombardearon en la Plaza de Mayo y nos desaparecieron, sin decirle nada a nadie, como si fueran los dueños de nuestros cuerpos y nuestras identidades. Construyeron todo tipo de mitos, pero lo peor de todo: operaron en nuestra subjetividad, para que creamos que nuestra existencia es parte del pasado, que fue derrotada y que no puede ser encontrada más que en alguna zona impenetrable de la selva, o en el recuerdo de alguna canción performada con bombo y guitarra.

Parte de Guerra Mariano DubinMariano Dubín habla de todo esto en los ensayos que componen Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen. Habla con una voz cruda. Habla desde la cruda realidad. Desde el sentirse parte de una historia y de una tradición. Desde el lugar que asume aquel a quien esta realidad lo desvela. Mariano Dubín escribe estos ensayos como un parte de guerra. Un parte de guerra escrito en el diario de un miliciano que batalla, incansable, contra el sentido liberal-europeo.

Los ensayos son cuatro y abarcan distintos temas, que no son tan distintos a la vez: la actualidad del debate entre los dos proyectos que se han disputado América Latina: el proyecto liberal y los proyectos nacional-populares; la implicancia del lenguaje y sus operaciones en la construcción de un relato liberal que ha permitido la continuidad del proyecto; la línea transversal que puede trazarse entre la poesía y la literatura del siglo XIX y la actual, pero fundamentalmente aquella que nace del seno de los sectores populares: la cumbia villera.

Una primera lectura a estos ensayos, para un lector desprevenido, será como el “cross a la mandíbula” del que habla Roberto Arlt en el prólogo a Los lanzallamas. Es una piña en la pera de los que nunca contactaron con nuestra literatura y nuestra historia más que a través de los medios de los que nos dominan.

Y así llega “De la gauchesca a la cumbia villera. De los piquetes a los malones”. Porque sí, se pueden ver las letras de Pablo Lezcano en clase de literatura como parte de una literatura de resistencia, y se las puede vincular con los cielitos de Bartolomé Hidalgo. Y se puede entender que el negro de hoy es el indio de ayer. Y que aquella frontera donde mandaron al gaucho Martín Fierro, es esa periferia que rodea las grandes urbanizaciones argentinas. Los indios, los negros, los villeros siguen ahí, nunca se fueron. Y la guerra es cotidiana y constante. La guerra por la supervivencia de un lado, la guerra por el exterminio del otro.

Acto seguido nos encontramos con “Lunfardo: una arqueología del mal hablar”. Pasaron 200 años de la firma del tratado de independencia en la casita de Tucumán, y los argentinos seguimos discutiendo el buen, o mal, hablar de nuestra tierra. Perseguidos por una Academia de Letras que idolatra a los hispanistas, dejamos de lado las riquísimas bases del mestizaje que da lugar a nuestro “argentino”: en el lunfardo aparece todo, porque el lunfardo es el idioma del arrabal de la orilla. Y de nuevo Mariano nos sitúa en esa orilla donde parece que pasa todo lo importante en nuestra patria, y que ninguno de los dueños de la palabra quiere narrar.

Cuando uno reseña un texto busca la mayor objetividad posible o, por lo menos, la mayor pretensión de objetividad posible. Voy a dejar de lado esa estrategia ahora, porque “Hasta sacarle Carhué al huinca” es un ensayo excelente del que no puedo escribir siquiera un párrafo sin meter algún subjetivema. Si leer este ensayo no prende en el lector unas ganas incontenibles de salir a romper ediciones del Facundo de Sarmiento, el lector deberá cuestionarse sobre su condición de americano. Dubín cuenta con detalle y pertenencia, las peripecias de la generación del ’80 en la aniquilación tanto física, como discursiva, de todo lo que fuera indio. También narra con orgullo, como esa victoria nunca se hizo posible y como los emergentes de las culturas nativas siguen en pie, justamente, hasta sacarle Carhué al huinca.

Por último, aparece “El último día sin Colón”, que nos introduce en el mundo de los discursos que justificaron el gran genocidio americano. Porque la palabra es, muchas veces, una herramienta más nociva que la bala. La palabra no solo viaja para matar, también viaja para justificar esa muerte, hecho que la bala por sí sola nunca podrá hacer. El genocidio, ni la historia construida alrededor de los orígenes de nuestra tierra, podrían haber sido tales sin un aparato discursivo capaz de justificar lo injustificable. El 12 de octubre en las escuelas argentinas -llenas de hijos y nietos de los verdaderos dueños de América- se sigue festejando con cartulinas de barcos llenos de blancos, avanzando sobre seres salvajes, que rozan lo subhumano.

Y ahí termina el Parte de Guerra. Con lo villero, lo gaucho y lo indio más vivo y actualizado que cuando empezamos a leer, y con una invitación a sumarnos a ese bando. Al bando de los perseguidos, los olvidados, los despreciados. Porque, al final, eso es lo que somos: indios, gauchos y villeros, aunque nos hayan querido hacer creer lo contrario.

Ignacio Gelso – @tachonelson

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