26 febrero, 2016
Somos lo que leemos: antes y después de la apertura de importaciones de libros
La respuesta a la apertura del ingreso de libros extranjeros se divide entre quienes la apoyan en nombre de la bibliodiversidad, y quienes manifiestan la necesidad de proteger la producción editorial nacional con medidas específicas. Un acopio de las repercusiones durante los primeros 40 días de esta medida.

La respuesta a la apertura del ingreso de libros extranjeros se divide entre quienes la apoyan en nombre de la bibliodiversidad y quienes manifiestan la necesidad de proteger la producción editorial nacional con medidas específicas. Repercusiones durante los primeros 40 días de esta medida.
El 6 de enero se publicó en el Boletín Oficial la Resolución 1/2016 de la Secretaría de Comercio, que dejó sin efecto la Resolución 453/10, cuya intención explícita era restringir la entrada de libros para filtrar aquellos que pudieran contener plomo en tinta, y con la intención de limitar la salida de divisas. Esta nueva Resolución abrió las importaciones editoriales y eliminó los controles de plomo en tinta, sin reemplazarlos por ningún otro. El ingreso de libros extranjeros es irrestricto desde esa fecha, sin importar país, editorial, ni publicación.
Las medidas para-arancelarias en contexto
Cada año un conjunto de medidas para-arancelarias es promulgada con el fin de proteger una producción determinada de la invasión de producciones externas, no sólo en economías menos desarrolladas, sino también en países con economías dominantes. Algunas se centran, por ejemplo, en rubros productivos vinculados a la explotación forestal, o a determinados cultivos, o a industrias particulares, para que otros países que producen lo mismo a costos ínfimos no socaven la producción interna.
En nuestro país, algunas de estas medidas se tomaron sinérgicamente para permitir que determinadas industrias culturales tuvieran mejores condiciones para fortalecer la producción interna y la exportación. En el caso del libro, por ejemplo, existe un proyecto de ley de fomento a la traducción que era acompañado por políticas puntuales de apoyo a la compra de derechos de traducción desde el Ministerio de Cultura.
Los problemas de fundamentar una medida
No se trata de sostener que la medida anterior fuera perfecta. De hecho, muchos libreros, editores e investigadores del tema plantearon sus falencias, y lo que más se destaca es el gran error de centrar el problema en la presencia de plomo en tinta, ya que los libros importados que fueron analizados no tenían este elemento en su composición y esto sirvió de argumento adicional para eliminar la restricción.
Sin embargo, tampoco se trata de que la liberación de las restricciones sea sólo buena. Desde la Cámara del Libro se comunicó la adhesión a la nueva medida, manifestando que la bibliodiversidad implica una mayor oferta de libros importados y enfatizando sobre el error de sostener que se pueden “sustituir importaciones” en la industria editorial, ya que eso es lo mismo que “sustituir un libro por otro”.
A esta comunicación oficial respondieron traductores y libreros sosteniendo que, por ejemplo, la posibilidad de obtener derechos de traducción permite a editores, traductores e imprenteros trabajar para que ese libro producido en el exterior esté disponible, incluso en nuestro idioma. Estas posibilidades se cierran cuando ingresa el libro original a precios que las grandes editoras se pueden permitir, justamente por verse favorecidas por las condiciones de desigualdad en la competencia.
La “bibliodiversidad” en tiempos de monopolio
La configuración del mundo editorial estaba compuesta, hasta el año 2015, por títulos importados, y una gran cantidad de editoriales independientes. Estas editoriales, gracias tanto al freno puesto a la importación indiscriminada como al apoyo estatal para obtener derechos de traducción, lograron nutrir sus propuestas y llegar a los lectores tanto en kioscos de revistas como en librerías (muchas de ellas cooperativas, impulsadas por editores agrupados) y, con mucha más presencia y dispersión, en Ferias.
De hecho, en el registro de editores de la Cámara del Libro puede observarse la cantidad existente y su crecimiento: las editoriales superaron el doble de su número entre 2000 y 2015. Sin embargo, la posibilidad de visibilizarse se dificulta para las pequeñas. Por ejemplo, 12 editoriales independientes conformaron una “editorial” conjunta, La Coop, para tener mayores posiblidades de llegada al público. Como botón de muestra de lo que significa la desigualdad en el mundo editorial, en 2015 lograron, entre 12, pagar el precio de un stand en la Feria del Libro.
Otras iniciativas, más desagregadas y dispersas tuvieron un gran crecimiento. Específicamente la Feria del Libro Independiente y Alternativo/autogestivo (FLIA), desde su origen en 2006, llegó a Chile, Uruguay, Colombia y Paraguay, además de cubrir prácticamente todo el país. Es un punto de encuentro no sólo para editores y escritores independientes, sino también para artistas visuales, plásticos, cineastas y otros trabajadores de la cultura.
Los peces pequeños incuban grandes ideas
Muchas veces sucede, entre las industrias culturales, que la autogestión funciona como incubadora y laboratorio de lo que debería suceder con la industria. En este caso es patente: libros argentinos llegan a otros países de la mano de grupos que dedican sus pocos recursos a viajar y difundir la cultura. Exportan, en términos económicos, para consolidar un tipo de trabajo cultural, una industria cultural, que nos identifique y diferencie. Pero para que eso suceda más allá de las ferias autogestivas, deben existir políticas de Estado, se debe intervenir en el juego del mercado.
La falacia del libre mercado en presencia de grandes multinacionales con prácticas monopólicas ya no tiene asidero. Se sabe que, cuando se liberan mercados, los pequeños serán los perjudicados, a corto o mediano plazo. Las políticas públicas llevadas adelante en gobiernos anteriores no llegaron a cubrir la gran necesidad de la industria editorial: poder editar y producir libros a costos accesibles, y venderlos a precios populares.
En la política económica, se define qué cantidad de recursos se destinarán a cada objetivo. Analizando la industria editorial, es claro que no se pueden destinar recursos tanto al fortalecimiento de la producción y el consumo internos como a la exportación.
El problema del todo y las partes
Tomar una medida considerando sólo una fracción del problema (si fuera tal la falta de diversidad de publicaciones en las librerías) es no tener presente que el rubro editorial no es una industria como las otras: es una industria cultural. La cultura es orgánica y sistémica, compuesta, no puede ser analizada sólo en la producción. No se pueden tomar medidas sobre la tirada de libros sin entender las lógicas del consumo, sin tomar un momento para analizar quiénes somos, qué queremos y por qué consumimos lo que consumimos.
La falta de análisis serios de esta industria, que evalúen no sólo cantidad de títulos, sino el consumo efectivo de estas producciones, impide visualizar el panorama real del libro.
El consumo es un fenómeno complejo, vinculado a lo simbólico (la relación propia con la cultura nacional y con las culturas extranjeras) y a lo material (posibilidades económicas de adquirir determinados libros).
Veremos en breve qué elegirán los lectores cuando entren a las librerías: un libro de un autor novel nacional, o un libro que llegue a nuestro país desde las mesas de saldos de las grandes editoras de España (que no tiene caducidad fijada al derecho de las librerías de devolver los libros que no venden), y que cueste la mitad.
Victoria Maniago
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