12 febrero, 2016
Mónica Alegre, la loca de la esquina
En la esquina de Perú y Bolívar comienza la villita “12 de Octubre” de Lomas del Mirador. En la esquina de Perú y Bolívar comienza una vida de luchas, de amores, de dolor. En esa esquina vive una mujer que si le preguntas quién es, te dice: “Me llamo Mónica Raquel Alegre, soy la mama a de Luciano Nahuel Arruga y acá me conocen como la loca de la esquina”.

En la esquina de Perú y Bolívar comienza la villita “12 de Octubre” ubicada en la localidad matancera de Lomas del Mirador. En la esquina de Perú y Bolívar comienza una vida de luchas, de amores, de dolor. En esa esquina vive una mujer que si le preguntas quién es, te dice “me llamo Mónica Raquel Alegre, soy la mama a de Luciano Nahuel Arruga y acá me conocen como la loca de la esquina”.
Mónica necesita estar en la silla que da a la ventana, no es por el viento que se arrima por la entrada, tampoco por la luz que ayuda a ver mejor. Es porque hace siete años espera a Luciano y mira por la ventana para ver si algún día cruza el portón. Si no se sienta en la silla le falta el aire, se pone de mal humor, se siente incómoda. Mónica es del barrio y como muchas de las doñas del inmenso conurbano bonaerense, guarda en ella una historia de relaciones frustradas, de hijos amados, de laburos precarios.
«Soy Argentina. Nací hace 52 años en Goya, Corrientes. De chica vine a Capital Federal donde me crié con mi madre que era soltera. Anduve en muchos lados. A Lomas del Mirador vine a los 17 años cuando trabajaba en un taller de calzados, un trabajo en negro pero que era trabajo. Después trabaje en una fábrica de pantalones, ahí estuve bastante tiempo. Quede embarazada y tuve a Vanesa. Ahí hizo un receso mi vida, después volví a trabajar de vuelta con Vanesa, ya no en fábrica, sino limpiando casas por acá. Volví a trabajar en una fábrica recién cuando Vane era grande, tenía dos años».
Cuando de amores se trata, para Mónica lo primero son los hijos, esos que son su sostén, su puntal. Esta doña del barrio es madre soltera, tuvo amores pero se vinieron abajo. Aun así, no necesitó de parejas para vivir momentos que considera maravillosos.
«Más allá de todo, mis hijos son mi pilar. Yo me podré pelear, pero ellos son mi puntal. Si no estuviesen no podría seguir. Yo puedo estar sin ver a Vanesa una semana, pero es porque se que está, que la llamo y está. Mario sé puede ir, tres, cuatro días, pero yo sé que va a volver. Yo me puedo enojar con Mauro, pero sé que en algún momento vamos a hablar. Ellos son mi punto de referencia, ellos son el motivo por el que sigo. Lo que estoy haciendo lo estoy haciendo por ellos, ellos son el futuro. No quiero que les pase lo que le paso a Luciano, ni a ellos ni a ningún pibe. Hay pibes que vienen acá desde las doce, parí cuatro hijos pero venís a mi casa y vas a ver siempre siete u ocho pibes. Lo que hago lo estoy haciendo por ellos».
La relación de Mónica con la militancia fue accidentada y lamentablemente estuvo signada por la búsqueda desesperada de justicia. Como muchas mujeres de su región, de su clase, de su época, la militancia era algo desconocido o dudoso. Sin embargo, antes de salir desesperadamente a buscar a Luciano, ya sentía en su interior las injusticias cometidas.
«Lamentablemente la vida me tenía que golpear. A mí me dicen ‘vos sos un referente de lucha’, no, yo no soy referente de nada. Me da mucha vergüenza decir esto, pero cuando pasó lo de Darío y Maxi, yo lo vi por la tele. Me dolió como le pudo haber dolido a cualquier persona ¿Qué hice? No hice nada, me quede en mi casa. Yo era del lema ‘mis hijos están bien, lo demás no me importa’. Era del maldito y asquerosos ‘no te metas, algo habrá hecho’. La vida me golpeo, y a veces te golpea de la forma que más te duele, y recién ahí te bajan todas las fichas de golpe. Ahí te pones a pensar lo egoísta, lo injusta que fuiste. Ahí empecé a tratar de revertir eso, a cambiar. Lo de Luciano me cambio mucho, no soy la misma. Hoy por hoy, si yo veo que a un pibe le están pegando en la calle, voy a ir a pelear por él, después dirá lo que hizo o no hizo, pero primero lo voy a defender. Hoy existe otra Mónica».
Y esta nueva Mónica, esta mujer nueva hoy en el barrio tiene un apodo para los vecinos desconfiados y la policía que espía la casa constantemente.
«Me dicen ‘la loca de la esquina’ porque me peleó con la policía, porque los pueteo, los cago a puteadas. Yo no me voy a callar, y ellos saben que si es necesario voy a ir a gritarles a la comisaria. Vanesa es como yo, las dos les hacemos frente. Ojala lo único que hicieran es decirme loca».
Y como ella, hay otras locas a las que recuerda. Hay otras locas con hijos desaparecidos, baleados, torturados. Hay otras locas a las que abrazó, a las que acompañó.
«Un día conocí a Angélica, mama de ‘Kiki’ Lezcano. Vi a una mujer desesperada, buscando a su hijo, con un cartelito y yo me acerque. Lo único que quería era a su hijo, yo me acerque, hablamos y la abrace muy fuerte, y le dije ‘ya va a aparecer’. Porque yo, si bien estuve buscando a Luciano durante años, el día que se fue no sé porque sabía que a mi hijo no lo iba a ver más, no me preguntes por qué. Yo al otro día lo lloraba a mi hijo y todos me decían, ‘calma, calma, ya va a venir el negro, seguro esta con una piba’. Yo sabía que a mi hijo no los iba a ver más. Y yo supe también que Angélica a su hijo no lo iba a ver más. Pero a veces una mentira piadosa, un consuelo, hace más chico el dolor. Entonces le dije ‘ya los vamos a encontrar a nuestros negritos y después nos vamos a sentar a tomar unos mates’. Le saque una sonrisa, sin conocerla. De ahí en más fuimos hermanas de lucha, compañeras».
Si a Mónica le preguntas que necesitan los/as pibes/as del barrio, resume libros y libros de académicos reconocidos en una receta tan sencilla como efectiva.
«Sabes lo que necesitan, quizá sea algo muy estúpido: confianza. No les tenemos confianza a nuestros jóvenes, desconfiamos de ellos. Yo he visto como pasa un pibe, más si es morocho, y las mujeres agarrar fuerte la cartera ¿Cómo tiene que sentirse ese pibe? Una mierda, una basura, aunque no lo sea. O están los que se van de vereda, o los miran de reojo. No les tiene confianza. Respeto, eso también necesitan nuestros jóvenes. Acercarse más a ellos, entenderlos».
Para Mónica la justicia es “una dama mezquina, más que nada para nosotros, los pobres”. Para Mónica “la policía es la mala semilla. La mala semilla que nos dejó la dictadura, la mala semilla que nos dejaron los ’90 que tan mal nos hicieron a los pobres. Es la mala semilla que molesta a las demás”. Para Mónica avanzar en la causa de Luciano en estos tiempos se torna más complicado: «Es jodido, siempre estuvo jodido. Uno siempre quiere que se haga justicia. Yo quizá nunca la tenga, si esos policías ni siquiera están imputados, están como testigos. Hay una brecha, un hueco que no podemos descubrir ¿Qué paso con Luciano desde que salió de acá hasta que llego a la General Paz?».
Pero igual ella confía, porque “una cosa es la militancia política, la militancia popular, comprometida, real, que acompaña a los pobre, y otra cosa es el político, el profesional, que solamente busca la manera de llenar sus propios bolsillos”. Y sabe que esa militancia popular siempre va a estar a su lado, compartiendo la causa de ese negro del conurbano que le dijo «no» a la policía. De ese negro que soñaba con ver el mar escurriéndose entre sus manos y nunca lo pudo hacer. De ese negro que cuidaba a sus hermanitos, que admiraba a su hermana Vanesa. Y Mónica va seguir luchando, porque es una mujer argentina, porque es una doña del barrio, porque es la loca de la esquina.
Juan Manuel Erazo – @JuanchiVasco
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